—Amigo, te lo juro, esa mujer me enloquece, tiene un canto de sirena atravesado en su mirada, y yo estoy aquí, sin oír un poco de su música, de su suave canto. Voy cayendo sorbo a sorbo en la locura de mis más oscuros pensamientos, necesito de su prosa.
—Pensé que la poesía te adormecía, creo que algún psiquiatra tendría el término indicado para tu estupidez, te lo digo yo, viví enamorado por un largo año, sí que sabía lucir esa sonrisa; al final, me dejó por qué no iba de acuerdo a sus metas de dinero. Lo sé, ¡mierda! ¡que se joda el sucio dinero!, si no te jode, te jodes de alguna u otra manera.
—A ella no le importa mi dinero, pero busca un tipo de tapa dura, y creo que en el fondo soy un cobarde con miedo a la muerte, la puta muerte.
— ¡Qué demonios tío! ningún hombre es lo suficiente duro por dentro, al contrario, todos andan en búsqueda de ese gran amor que los salve cuando la tormenta llegue. Los hombres no somos más que lobos asustados aullando en el sendero, a la espera de la luna. ¡Que te follen! acabo de recordar su sonrisa, como ese suave pincel acariciaba su mejilla.
— ¿Debería buscarla?
—No entiendo qué haces aquí, yo dejé que escalará sola entre los fragmentos del lamento. La olvidé. La suicidé yo mismo. No aceptes un no, demuestra que estás listo para el reto más importante en la vida; amar y ser amado. Siempre ha sido lo más valioso.