Es en el invierno donde la naturaleza y la mente se renueva; donde el espíritu descansa y el alma busca paz en la quietud del clima.
El invierno simboliza la muerte y la soledad; simboliza el cierre de ciclos y la renovación de votos; simboliza preparar las herramientas que cegarán la cosecha.
La princesa Imelda lo sabía, sabía lo que significaba ver los árboles secos y correr encima de la nieve; los acompañantes del Rey y la princesa habían preparado un campamento para pasar el frío invierno; la taza de chocolate humeaba en las blancas manos de la doncella; le habían colocado su capa real para mantenerla en una temperatura armoniosa a su calida piel, era necesario protegerla del tempestuoso frío, siendo hija del Rey, era delicada.
La enigmática mente de la princesa se mantenía en constante revuelo, seguía debatiéndose entre un posible significado a lo que había logrado ver en el parque de diversiones; se sentía emocionada al percibir que en realidad, nunca estuvo sola, que pese al gran dolor que pasó al casi morir, había personas habitando en su corazón; más el hecho de no sentir el calor de esas personas sobre su piel, en abrazos y caricias, le hacía suspirar con frustración y melancolía. Pese a hallar personas y seres de inmenso interés, su corazón se aferraba a aquel guerrero que vez tras vez le reclamaba en sus sueños. Por otra parte, trataba de averiguar qué es lo que le mostraría el nuevo habitante, ese abogado de sonrisa pícara y de actitud elocuente la hacía suspirar con todas esas palabras que le expresaban una gran seguridad, madurez y cierta sabiduría; el laberinto de su corazón comenzaba a temblar al sentir el cariño que el abogado le transmitía, ¿a caso encontraría algún pasaje secreto?
Cerrar ciclos...
Necesitaba cerrar ciclos...
¿Tenía el derecho de expulsar del laberinto a algún habitante? ¿Podrían aquellos seres ahuyentar a los habitantes con esa finalidad? ¿O es, a caso, necesario que ellos mismos hallen la ruta de escape?
El Rey se percató de la tormenta mental por la que se debatía la pequeña doncella, tomó entre sus manos la taza vacía y la retiró con delicadeza, la abrazó tan estrechamente que quien los viera creería que eran una sola persona; el Rey amaba a su hija y en todo momento se lo transmitía, ella era especial de alguna manera; estaba ahí Él para ella, en repetidas ocasiones le susurró en su oído lo mucho que la amaba, le prometió constantemente hacerla feliz, le explicó todo aquello del pasado y del por venir, y aunque esas palabras la hacían llorar, también la llenaban de seguridad. Imelda no sabía si reír o seguir llorando, le dolía mucho soltar a aquel guerrero, le dolía pensar que algún día podrían irse el abogado y el cocinero; no quería que se fueran de su corazón; ella comprendía lo que todo ese laberinto significaba, ¿a caso debía cambiar? ¿Eran malas esas rutas? ¿Esos filtros?
El panda le recordaba que debía ser tierna, noble y de piel gruesa; la pantera le mostraba la fiereza de luchar por lo que desea; el pavoreal la dignidad y la elocuencia de su educación; el Ángel la santidad y la conexión con el Rey, su propósito en esta vida; y, el dragón, aquel constante recordatorio de que el mundo requiere destrucción.
¿Cómo combinas a todos los seres en un sólo corazón?
¿Cómo muestras a una persona con cinco seres que son parte de su esencia?
Las inseguridades de la princesa iban perdiendo fuerza a medida que ella entraba en armonía con el palpitar del Rey, uniendo sus corazones en compás ella lograba descansar.
Y sin darse cuenta, volvió a descansar en los brazos de su Padre, soñando con aquella boda que tanto anhelaba, con aquellos hijos que añoraba y aquella vida, que quizás de fantasía, algún día tendría.
El invierno, es para prepararte, para descansar y para agradecer. Vive, ama y goza.