Hace más de trescientos años, me vio obligada a entrar en un universo totalmente desconocido para mi especie, un universo con un único sol y siete planetas, de los cuales, solo uno de ellos es el ideal para ser habitado. Hace más de trecientos años, ese planeta, la Tierra, se convirtió en el refugio y hogar en el que mi especie pudo vivir cómoda y segura por mucho tiempo, pese a ser muy distinto al lugar en que nacimos.
De hecho, existe una teoría que que habla acerca de la probabilidad de que existan más universos que este, dicen que su entrada, pero también menciona la posibilidad de que, una vez que entres en ellos, jamás podrás encontrar la salida. Ellos ven los agujeros negros como entradas a nuevos mundos, yo lo vi como una salida hacia una vida sin un futuro predeterminado.
—Esperaba verte despierta temprano, pero no tanto, Laurel— dice Monique, saliendo de un dormitorio pequeño.
Es un día más que especial. En aquel universo desconocido por la raza humana, llamado Adnas, las únicas tres lunas se alinean a la perfección, como cada cinco años, provocando así una expansión de energía tan poderosa que, para quienes lo habitan, los adanas, es todo un deleite y una curación, tanto así que las viejas leyendas dicen que a ellas se debe la inmortalidad de quienes vivían en ese universo. Lo que los adanas no imaginaron, es que aquella fuerza tuviera tanto poder como para cruzar las barreras del espacio infinito y afectar a dos personas en el planeta azul en que ahora me encuentro.
—La lunas de Adnas hicieron su trabajo desde muy temprano— contesto con simpleza.
Me encargo de servir el desayuno que preparé a Monique, mi madre adoptiva, y me siento a su lado en la mesa redonda de madera que se encuentra en el comedor. Su cuerpo con figura de reloj de arena reluce aún cuando esta vestida con un simple pijama, su cabello, castaño claro y ya con ciertas canas, ondea dando vida al lugar, y sus pómulos bien formados dan luz a sus pálidos ojos grises. Estoy segura de que es una de las mortales más hermosas que he visto.
—No es necesario que lo menciones, sé que esto va a traerme un dolor de cabeza más tarde— dice, haciendo un gesto que no alcanzo a entender del todo.
Adnas no poseía más que tres planetas, sus nombres eran: Selraf, el cual se destacaba por el liderazgo y justicia de sus habitantes, pese a su individualismo; Kelprá, lleno del ego, pero también de la unidad de quienes allí vivían, y Dialtrep, aquel planeta de cuyos habitantes nadie tomaba en serio por su inmadures, sin embargo, tenían la creatividad que ningún otro podría alcanzar. Cada uno de estos planetas poseía su propia luna, las cuales, a diferencia de las lunas en Vía Láctea, eran mucho más grandes y visibles. Cuando estas se alineaban, los selraftas, los kelprános y los dialtrenitas olvidábamos nuestras diferencias y nos uníamos en una gran celebración que terminaba cuando el efecto de nuestras lunas lo hiciera.
—Esta vez solo quedamos Fark y yo— comento, con una pequeña sonrisa cargada de nostalgia, la cual me es respondida con una mueca de compasión.
—Encontraremos más, estoy segura— dice, sin creer sus propias palabras.
Asiento con la cabeza.
—Lo haremos— miento también—. Ahora… Debo irme. Intentaré volver pronto.— Sé que no es así, pero también sé que así logro calmar un poco los nervios de mi madre adoptiva.
Las dos personas que son afectadas por la energía de nuestras lunas, deben ser encontradas pronto, antes de que alguien -o algo- más lo haga. Generalmente tardamos seis días en encontrarlos, yo he hecho esto por más de ciento cincuenta años, pero esta será la primera vez que Fark y yo estemos solos. Por estos tres siglos había existido todo un equipo para este trabajo, pero ahora somos los únicos que quedamos. Este año, las aldeas dejan a nuestro cargo la responsabilidad completa.
Me levanto de la mesa, dejando a Monique aún con la sonrisa nostálgica reduciendo en su rostro.
—¿Qué estás haciendo?— pregunta al notar que me pongo un suéter y guantes.— No vas a esconderte, debes estar orgullosa.
Se aproxima a mí y sin previo aviso toma mis manos y retira los guantes, pero tengo la velocidad suficiente para esconderme bajo otra piel antes de que lo note.
—No— retiro mis manos.
—Hazlo, no por ti, hazlo por ellos— dice. Me dedica una blanca sonrisa, lo cual me da ánimos para cerrar los ojos, quitarme el suéter y depositar un beso en su mejilla antes de partir, sin abrir los ojos aún.
Somos adanas, sobrevivientes de aquel universo que ahora es inexistente. Soy un diamante. Mi cuerpo entero, por creación, está hecho de diamante del más brillante y resistente que puede existir; mis ojos color violeta reflejan aquellos secretos que el cielo infinito esconde, mis alas están hechas de diminutas hojas de diamante y mi existencia inmortal permanece oculta del ojo público.
Cuando abro los ojos puedo notar lo que hace tanto tiempo llevo intentando esconder. El reflejo del sol en mi piel se me hace esplendoroso y la libertad con que mis alas abrazan el viento me llena de una sensación muy difícil de explicar. Mi viaje es tan placentero que, cuando logro ver el centro de la aldea, no puedo evitar sentirme un poco decepcionada.