Los días transcurrían y éramos más unidos, no solo compartíamos las clases cada miércoles y viernes... también pasábamos los domingos en mi casa, comiendo pizza hasta reventar.
Mi parte favorita era ver los atardeceres a escondidas en la terraza de su edificio, era nuestro "lugar" por así decirlo, a las cinco en punto de la tarde admirábamos crepúsculos en ese gran lienzo, eran momentos únicos, irreales y hermosos junto a ella, porque así como la noche abrigaba nuestros cuerpos y las luces de la ciudad nuestras pupilas, Alice tomaba mi mano y calentaba mi alma.
Me era difícil saber porque salíamos a escondidas, quizás ambos fuimos creando una relación que al principio paso desapercibida, ambos fuimos creando una red de sentimientos un tanto alocados e intensos que si alguien llegara a percibirlos, a verlos ¡A sentirlos! Seria el fin de ese "algo", pero en realidad no era así... solo éramos profesor y alumna.
Y confieso que en lo más profundo de mí ser sentía una química imparable, un fuego demoledor que estrujaba mi corazón, éramos una mezcla adorable de algo totalmente imposible.
Sentía que volaba en un infinito dulce... en un cielo esponjoso.
Para mí, ella lo era todo...
-Harry ten – me tendió una vieja cámara instantánea.
-Alice ¿Que reliquia es esta?- dije aguantando una risotada.
-¡Cállate! Me la regalo mi mami hace tiempo –Dijo cruzándose de brazos y haciendo un puchero.
-A veces pienso si en verdad tienes diecisiete años Alice...
-Me pregunto lo mismo sobre ti...
-Pero...
-Ya Harry solo cállate y sonríe para la foto.
Tal vez las fotografías son las únicas que mantienen congelados los momentos y recuerdos más importantes y hermosos.
Miles y miles de fotografías... miles y miles de recuerdos... Ella y yo... bajo un cielo colorido en la cima del mundo.
[Harry Evans 01/05/2013]