Diario de un gato

Drama Queen

Soy la Reina del Drama, y me he ganado ese título a pulso.

Cuando era pequeña me gustaba maullar, pues mi voz es un canto de sirena que los humanos aman escuchar. Pero son seres que no entienden las indirectas, y ellos interpretan mis maullidos como una necesidad de que me acaricien.

En mi memoria guardo el recuerdo de la primera vez que mencionaron el que sería mi nuevo nombre. Estaba sentada en la cama de Karen, maullando una canción de cuna antes de mi siesta cuando sentí una mano que se posaba en mi lomo y una dulce voz muy forzada.

No quería caricias, no quería mimos ni que me dijeran “bebé preciosa”. Subí el tono de mi maullido, y me tiré en la cama panza arriba y observé con desagrado a la causante de ese arranque.

– ¡Aaayy, eres la reina del drama! – escuché decir a mi dueña después de que bajé de un salto de la cama, sin miedo a las alturas, para irme a dormir al arenero.

 

Colocaron mi arenero en un pequeño cuarto en donde los humanos acudían a lavar los trapos con los que se cubrían el cuerpo, el lugar más alejado de las habitaciones principales de mi casa. Según el gato del vecino, un siamés que no hace otra cosa que ir de casa en casa en busca de chismes, me comentó que eso lo hacen porque les desagrada el olor de mis regalos.

Debo reconocer que me sentí muy ofendida.

Cuando Karen iba al baño se encerraba y no me dejaba pasar.

– Voy al baño, quédate aquí y no me sigas. Quiero privacidad – comentaba ella, pero claramente no entendí ninguna de las palabras que mencionó mas que “baño” “aquí” y “sigas”

¿Quiere que “la siga aquí al baño”? ¡Con mucho gusto! Cuando me acerqué a la puerta, Karen la cerró sin hacer mucho ruido. ¡Me dejó afuera! ¿Cómo se atreve? Que no olvide que esta es mi casa y que solo se la estoy prestando.

Llamé a la puerta, primero con un maullido. No recibí respuesta. Lo intenté una vez más.

– No, Drama Queen. Quédate afuera – volví a llamar, esta vez sumando una pequeña arañada a la puerta – ¡Que no!

Me subí a un mueble que Karen tenía que me permitía estar a la altura de esa cosa que los humanos utilizan para abrir las puertas. Llamé una vez más, y al no obtener nuevamente respuesta hice lo que cualquier gato haría en su propia casa: me colgué, la cosa giró y la puerta se abrió.

Entré, con un maullido y la cola en lo más alto.

– Karen, ¿qué haces sentada ahí? ¡Usa el arenero!

 

Me gustaba pasar tiempo fuera de casa. La sensación del aire fresco en mi pelaje y tomar el sol era lo que más disfrutaba hacer en el día, después de dormir, claro.

Pero cuando comenzaba a caer la noche Karen no me permitía salir. Recuerdo que, una vez, mis amigos gatunos estaban fuera, conversando y jugando. Me acerqué a la puerta y maullé, llamando la atención de Karen.

– No vas a salir, ya es tarde – otro maullido, pero ahora más intenso. ¿Cómo se atreve a dejarme aquí encerrada cuando otros gatos están fuera divirtiéndose? Volví a maullar, esta vez viendo a la puerta – Dije que no, Drama Queen. Vete a dormir.

No dejé de intentarlo, y al ver que no cedía no me quedó más remedio que buscar algo con qué entretenerme dentro de casa.

Caminé con elegancia hasta su baño y empecé a jugar con el papel higiénico.

Parece que no le agradó mucho la escena con la que se encontró, pero ¿quién la manda a usar papel cuando existe la arena?

 

A veces, cuando cae la noche suelo escuchar ruidos raros en el exterior. Me asomo por la ventana, buscando el origen de tan extraños sonidos en las plantas. De vez en cuando escucho a alguno que otro gato a lo lejos, maullando. Y a veces, peléandose.

– ¡Rápido, Karen! ¡Sal a echarles agua o se van a matar! – ante mis maullidos en la madrugada lo que suelo obtener a cambio es un almohadazo que me obliga a callar.

 

Me encanta cazar, y cuando estoy en el patio me gusta estar atenta a lo que sea que pueda encontrar. Una vez atrapé una lagartija, pero estaba recién alimentada y no tenía espacio para un bocadillo.

Karen nunca sale a cazar y me gusta llevarle de vez en cuanto alimento, pues si no caza morirá de hambre.

– Mira, así se hace. ¡A comer que aún está un poco vivo! – en lugar de darme las gracias, Karen gritó y se echó a correr.

Es una malagradecida.

 

Cuando me recuesto junto a Karen a tomar mi siesta tiene la mala costumbre de despertarme con caricias. No me gusta que lo haga a menos que yo se lo pida. Mi manera de hacerlo es levantándole la mano con la nariz para que su mano quede en mi cabeza.

Karen salió del baño y se acomodó a mi lado. Comenzó a acariciarme y rápidamente me aparté. No escuché que Karen se limpiara las manos, así que me lamí mi pelaje para quitarme la suciedad que me había dejado. ¡Que sea de color gris no significa que me guste estar sucia!

 

A veces suelo ponerme a platicar con Karen de los chismes que el siamés me hace llegar.

– Siamés me dijo que la gatita negra de la vecina que vive a cinco cuadras de aquí ya va por su quinta camada – le comenté a Karen después de limpiarme la pata delantera derecha.



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En el texto hay: mascotas, gatos, amor

Editado: 20.12.2021

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