Diario de un Sin Memoria | Libro Dos.

Número Cuatro.

Mis demonios vuelven a atacarme, me siento más vulnerable que antes. Ya no tengo protección, no encuentro cosas con qué defenderme. Me encontraba llorando a todo pulmón en mi recámara mientras estaba dormido, mi mente me dolía demasiado como para decir que tenía más que una pesadilla: una invasión. En el sueño, veía todo oscuro, y había mucha sangre por todas las calles en las que pasaba. No paraban de caer cuerpos, es decir cadáveres, en lo que se suponía que era el cielo. Yo caminaba incómodo y llorando, cruzado de brazos. Mis lágrimas extrañamente eran negras, como la noche, se veía muy tétrico al decir verdad. Me asustaba demasiado estar allí, algunos de ésos cuerpos caían muy cerca mío que gritaba en mi sueño y en la vida real. Sentí que una de las luces de afuera, en la vida real, se encendía. De seguro era el vecino, lo comprobé porque tocó suavemente la puerta de mi casa. No contesté, no podía moverme, parecía que tenía algo parecido al trastorno del sueño. Aquella persona golpeó más fuerte la puerta hasta que la pudo derrumbar, éso hizo que yo viera la cara de uno de los muertos en mi sueño: no tenía ojos, sus huecos eran completamente negros; su boca estaba abierta y se veía lo bastante grande como para comer a un humano completo, de ella salía un líquido negro noche como las lágrimas de mi sueño. En la vida real comencé a gritar a todo pulmón, haciendo que, de mis labios, salieran pequeños chorros de sangre. Noté que la persona que derrumbó mi puerta gritaba de horror, me agarró y me sentó, de seguro para que no me ahogara con la sangre que salía de mi boca. Yo seguía llorando y gritando para poderme salvar de aquél cadáver que habitaba mi mente, era muy horrible. Ése cuerpo mutilado se levantó, no sé cómo lo hizo si no tenía nervios... O éso es lo que vi mediante los agujeros de su rostro. Estaba a un par de metros ubicado de mí, aquellos hizo que empezara a correr lo más rápido que podía. Me asusté mucho y comencé a correr para que no me atrapara. En mis sueños gritaba y lloraba del horror, no quería que me atrapara y matara; en la vida real, lloraba a todo pulmón mientras me daban arcadas en el cuello. Empecé a quedarme sin aire y dejé de respirar, poco a poco comenzaba a sentir mareos en el sueño y en la vida real. Las arcadas hicieron que me cayera al suelo en mi sueño, aquél cadáver se escondió en la oscuridad y me agarró de los tobillos. En la vida real, me desmayé; al mismo tiempo de aquél acto, el sueño se fue esfumando poco a poco. Ya no quedaba nada, por fin. Lo único que sentí después era que me alzaban en uno de los hombros de la persona que me estaba atendiendo, ésta corrió fuera de la casa.




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