Después de acomodar nuestras pertenencias en los dos cuartos (Carla nos indicó en que habitación estar, dónde guardar la ropa y cómo mantener la ventana cuando dormimos… Siempre le encantó organizar todo), decidimos ir a la pileta (el calor comenzaba a ser agobiante). Carla tomó unos casetes (era extraño usar tecnología antigua) de Nirvana, Roxette y Guns ´n Roses y los colocó al lado del equipo de música; comenzamos escuchando Nirvana mientras entrábamos al agua.
Iván sacó unas latas de cerveza de la heladera y me convidó una. Disfrutamos la tarde hasta que se nos acercó un perro (manto negro) ladrando y gruñendo; nos asustamos mucho y nos fuimos todos al centro de la pileta. El canino iba a tirarse al agua, pero un silbido lo frenó:
-¡Blondi! -gritó un hombre luego de silbarle.
El perro se fue a su lado y el dueño se acercó a nosotros. Mientras caminaba nos observaba seriamente hasta que vio a Carla.
-¡Hola, muchacha! -le dijo realizando una mueca similar a una sonrisa-, vos debés de ser la sobrina de Alberto.
-¡Hola Miguel! -respondió mi amiga- Sí, soy Carla, la sobrina. Ellos son mis amigos, vamos a estar hasta el mediodía del lunes.
-Sí -habló el hombre acariciando a su perro-, me comentó tu tío. El lunes al mediodía viene a buscarlos en la camioneta.
-¿Quiere una? -le preguntó Iván, mostrándole la lata de cerveza que llevaba en su mano-, trajimos unas cuantas…
-No, gracias -contestó seriamente-. No tomo. Si necesitan algo, llámenme. Estoy allá -señaló su pequeña cabaña.
-¡Gracias Miguel! -expresó Carla.
El hombre asintió con su cabeza, dio media vuelta y se fue con su perro Blondi.
-¡Espere! -le gritó Luciana-. Disculpe, ¿sabe algo de la historia del lago Soledad? ¿Es verdad que mucha gente se suicidó ahí?
-No les va a gustar esa historia -dijo acariciando a Blondi-… Les arruinaría las vacaciones.
-Pero -insistió mi novia- , queríamos saber sobre…
-Mejor, no -la interrumpió el hombre-. Sigan divirtiéndose y pasándola bien.
Terminó de hablar y se fue con su perro.
-Medio raro, ¿no? -comentó mi novia Luciana.
-Es así -dijo Carla-, serio y de pocas palabras, nos lo advirtió mi tío; pero, parece un tipo bueno… Mi tío confía mucho en él.
-¿Hace tiempo vive aquí? -le pregunté a mi amiga.
-Sí, mi tío compró este terreno hace veinte años y a los diez años conoció a Miguel. Llegó hasta acá buscando un trabajo lejos de la ciudad, le gusta estar solo.
-Entiendo.
Iván salió de la pileta para alejarse unos diez metros, tomar carrera y volver a entrar al agua dando una vuelta carnero. Continuamos disfrutando de la tarde y combatiendo al calor. Luciana y Carla llevaban mallas que eran tendencia, según ellas, en la década de los noventa; Iván y yo, lucíamos shorts que encontramos gogleando imágenes de moda de aquellos años. El de él era de color rojo y el mío violeta.
Cuando finalizaron las canciones de Nirvana, Carla fue a poner un casete de los Guns N´ Roses. En ese momento me acerqué nadando hasta donde estaba Luciana y nos besamos; al mismo tiempo, escuchamos el canto de un pájaro que se encontraba a cincuenta metros en una higuera.
-Es un zorzal -dijo Luciana-, todos tienen una melodía distinta y cada uno la repite durante toda su existencia.
Aquella ave seguiría cantando durante los días que estuve en esa casa de campo.