A las siete y media de la tarde nos encontrábamos los cuatro sentados en las reposeras y escuchando el sonido del silencio; alguna que otra ave nos recordaba que no estábamos solos en el campo y el sol ya empezaba a irse. Un ruido a motor antiguo cortó nuestro momento de meditación. Un jeep estacionó a veinte metros de donde estábamos y bajó un hombre pelado de unos treinta años.
-¡Cómo andan chicos! -expresó sonriendo- Soy el hombre de los mandados.
Carla se levantó y se acercó a él.
-¡Hola! -dijo mi amiga-, un gusto.
-¿Les habló Miguel de mí?
-¿Hablar? -preguntó irónicamente, Iván- Nos dijo hola y chau.
-El viejo es así -dijo el pelado, sonriendo y señalando a la casa de Miguel- Habla más con su perro Blondi que con los humanos. Yo soy Enrique, pueden decirme quique.
Carla le dio la mano y nos presentó a los cuatro.
-Le preguntamos -dijo Luciana mirando a quique y refiriéndose a Miguel-sobre la historia del lago y no nos quiso decir nada.
-Es así -dijo Enrique-. El viejo es mudo y medio supersticioso.
Reímos, se acercó más a nosotros y nos observó detenidamente:
-Esos shorts -nos dijo a Iván y a mí- me hacen acordar a mi adolescencia; también, esa música.
-Sí -le dijo Carla-. Nos propusimos pasar estos días como lo hacían en los años noventa.
-¡Que copado! -expresó Enrique-. Si no fuera por el trabajo, les pediría quedarme con ustedes.
-Sería un gusto -le respondió Carla.
-Pero -habló sacando una libreta y una lapicera de su bolsillo-, debo anotar los pedidos y viajar constantemente… Así que, díganme que le traigo.
Le pedimos provisiones para los cuatro días. Él traería todo en la mañana y luego de mostrarnos el ticket, le pagaríamos. Antes de que se vaya, mi novia Luciana le habló:
-Disculpa, Enrique ¿Cuál es la historia del lago?, podrías contárnosla; Miguel no nos quiso hablar del tema.
-Sí -dijo, sentándose en el pasto-. Tengo unos minutos…
Los cuatro nos inclinamos de las reposeras para escucharlo atentamente:
“Todo empezó en los años sesenta -dijo Enrique-, había muy pocos pobladores… Bueno, como ahora. Llegaron varias familias y parejas de la ciudad, estaban cansados del modo de vida urbano. Piensen en la época, la revolución y la libertad eran un tema común. Era gente idealista que buscaba crear nuevas leyes de vida. Se dice que al principio lo lograron: no tenían leyes dogmáticas, reinaba el respeto, trabajaban en comunidad y no existía el dinero; sólo usaban plata para comprar algunos medicamentos y necesidades básicas en la ciudad (la comida la obtenían de huertas, árboles y la caza).
“Todo se desmoronó cuando uno de los hombres se acostó con la mujer de otro; el engañado enloqueció y entristeció cuando su pareja le confesó que ya no lo amaba y deseaba irse con el otro. En la noche se ahorcó a orillas del lago… Desde aquel día, nadie quiso meterse en esas aguas. Después, al año siguiente, se ahogó una adolescente, era una de las pocas que no le importaba la historia del ahorcado y deseaba nadar igual. Nadie pudo explicar cómo se ahogó, pues era una excelente nadadora.
“De a poco, las familias comenzaron a irse y sólo permanecieron unas pocas parejas. En los setenta, volvió a suicidarse otro hombre a orillas del lago, nadie supo por qué; sus familiares aseguraban que era una persona feliz y tenía muchos proyectos.
“En los años ochenta, cuando una mujer que había ido con sus hijos hasta la orilla del lago, decidió caminar hasta lo profundo y hundirse mientras sus hijos la observaban; su marido jamás entendió lo ocurrido. Desde aquel día le pusieron, entre los pocos vecinos que quedaban cerca, el nombre (Lago Soledad). Allí comenzó la leyenda… Aseguran que una atmósfera de tristeza y depresión rodea las aguas del lago y el que merodea por allí siente deseos de suicidarse… Para los años noventa, ya nadie se encontraba viviendo cerca. Sólo unas pocas casas se hallan por este lugar y se encuentran lejos del lago”.
Nos quedamos asombrados y en silencio.
-¡Que historia! -exclamó Carla- Mi tío nunca me la contó.
-No te quiso deprimir -dijo Enrique-… Pero, hay que pensar que eso ya pasó. Aunque creo que no me afectaría estar cerca del lago, nunca fui; soy muy respetuoso de las leyendas… Siento que no me va a pasar nada, pero no hay que tentar al mal… Y les digo -agregó con una sonrisa en sus labios-, con este calor, a uno le gustaría tirarse un rato al lago, pero…
-En esta pileta sos bienvenido, quique -dijo Carla.
-Sí, ¡Vamos! -agregó Luciana-, ¿no querés tirarte un rato?
-Me encantaría, pero estoy apurado. Cuando les traiga sus pedidos, me vengo con la malla.
-¡Dale! -le dije-Te esperamos.
-¡Y por favor! -le rogó Iván- No te olvides de las cervezas.
-Tranquilo, eso es lo primero que voy a cargar.