Me acerqué al trote hacia donde estaba Iván, ambos nos quedamos atónitos y en silencio observando al perro muerto flotando en el agua.
-¡Que hicieron hijos de puta! -Gritó Miguel detrás de nosotros.
El viejo corrió hasta la pileta y se metió para sacar a Blondi; mientras la cargaba en sus brazos Carla y Luciana se hicieron presentes, habían sido despertadas por los gritos.
-¡No! -gritó Carla observando al canino- ¡Qué pasó!
-¿Me preguntás qué pasó? -habló Miguel ya afuera de la pileta- ¡Alguno de ustedes le clavó un cuchillo!, son unos pendejos de mierda…
Carla nos miró cómo preguntándonos si sabíamos algo.
-No fuimos nosotros -dijo Iván mirando a Miguel y a mi amiga-, recién nos levantamos y lo vimos ahí, en el agua…
-¡No, no fueron ustedes!, claro… Hijos de puta.
-¡Miguel! -intentó calmarlo Carla-, es verdad. Ayer a la noche, Blondi ladró mucho… Seguramente, había alguien más por aquí.
Miguel pareció no escucharla y se fue con su perro en brazos hasta su pequeña casa. Los cuatro nos quedamos mirándonos e intentando encontrar respuestas; ya había amanecido por completo y los rayos del sol indicaban que sería otro día caluroso como el anterior. Nos sentamos en las reposeras a desayunar con un cuadro de fondo angustiante: la sangre de Blondi mezclada con el agua de la pileta.
-¡No lo puedo creer! -exclamó Carla, tomándose la cabeza con sus dos manos- Pobre perro, con razón ladraba… Había alguien.
-Sí -afirmó Luciana-, sabemos que nosotros no fuimos y Miguel, menos; quiere decir que alguien, mientras dormíamos estuvo cerca de la casa…
-Blondi lo quiso echar o lo delató con sus ladridos -agregó Iván- y el extraño lo mató.
-¡Es terrible! -comenté- Quiere decir que hay alguien más por esta zona… Y está cerca.
-Sé que hay otras casas -dijo Carla-, pero se encuentran a cuatrocientos o quinientos metros; y no creo que a sus habitantes les interese salir de noche a espiar casas lejanas y matar perros…
-Habría que ver el cuchillo -señaló Iván-, tal vez podamos saber a quién pertenece o si es de alguien de la zona; quizá Miguel logré darse cuenta.
-Sí -habló Carla-, tenemos que ir a preguntarle; además, debemos hablar con él, no quiero que se haga la idea de que nosotros matamos a su perro… Pobre hombre.
Continuamos tomando unos mates, la limonada y comiendo unas galletitas por media hora y, después de comenzar a vaciar la pileta, decidimos ir los cuatro a conversar con Miguel. Cuando llegamos a su casa (pequeña, pero bien construida y con comodidades), llamamos dos veces y nadie nos contestó; luego, Luciana nos señaló a unos cincuenta metros: Miguel se encontraba haciendo un pozo con una pala para enterrar a su perro. Fuimos hasta allí.
-¡Que quieren! -nos dijo.
Estaba sin su remera y me sorprendió su cuerpo, parecía muy trabajado. Carla volvió a repetirle que ninguno de nosotros había sido y que queríamos ayudarlo. Nos entendió y pidió disculpas por enfurecerse.
-No es nada -le dije-. Y estábamos pensando que quizá viendo el cuchillo podamos saber quién fue…, tal vez algún vecino.
-Ya vi el cuchillo -señaló Miguel-, lo conozco. Pertenece al cuarto de herramientas que tiene tu tío -mirando a Carla.
-¡Qué! -se alarmó mi amiga-, no puede ser.
-La llave -mencionó Miguel- está en la casa de tu tío, al lado de la alacena de la cocina.
Ayudamos a enterrar a Blondi, el hombre le colocó una flor, y volvimos a la casa de Carla (estaba a cien metros de distancia) para ver si la llave seguía ahí. Mi amiga entró primero junto con Miguel, la llave permanecía en el mismo lugar.
-Vamos a ver el cuarto de herramientas -dijo el hombre que había perdido a su perro.
Así lo hicimos y nos asustamos al ver que el candado había sido roto. Se encontraba tirado en el piso.
-Sin duda -comentó Miguel levantando el candado-, algún loco, en la noche, estuvo dando vueltas por aquí… A los que habitan las tres casas más cercanas los conozco hace años, jamás harían esto.
-¡Es una mierda! -expresó mi novia.
-Como tu sueño -dijo Iván, mirándome.
-¿Qué sueño? -preguntó Carla.
-Tuve una pesadilla -les comenté- en donde Blondi le ladraba a un hombre encapuchado que observaba la casa.
-¡Por Dios! -dijo mi novia.
-Siempre −me aconsejó Miguel− debés hacer caso a los presentimientos y avisos.
Pero -continué hablando-, sólo fue un sueño; no soy de tener visiones del futuro y esas cosas.
-Tal vez -me dijo Iván-, te dormiste escuchando los ladridos de Blondi e imaginaste eso.
-Puede ser… Es lo más probable.
Miguel, debido a lo ocurrido, nos pidió que estemos alertas y trabemos bien las puertas antes de dormirnos; él, haría lo mismo.