La luna llena en el campo es imponente. Habíamos terminado de cenar y nos encontrábamos charlando, tomando unas cervezas, escuchando música y observando que la pileta ya estaba con agua limpia de vuelta. Carla e Iván decidieron nadar, Sebastián y Valeria caminaron por alrededor de la casa (les aconsejamos no alejarse mucho) y Luciana y yo nos fuimos a nuestra habitación.
Luego de hacer el amor, con mi novia nos quedamos acostados mirando el techo y pensando que con dos personas más en la casa estaríamos más seguros.
-Ya pasó todo -le dije después de besarla-. Lo de ayer habrá sido obra de un loquito que andaría molestando.
-Por las dudas -comentó levantándose de la cama-, cierro con llave nuestro cuarto.
Se volvió a acostar y se durmió abrazándome; yo, antes de cerrar los ojos, observé el reloj: era la una y media de la mañana. Me dormí pensando en lo afortunado que era al estar al lado de una mujer como Luciana.
Desperté a las cuatro de la mañana por una pesadilla, me encontraba transpirando y mi corazón no dejaba de latir. Otra vez había tenido el mismo sueño: un hombre encapuchado nos observaba desde los árboles; la casa estaba en silencio y a oscuras… Todos dormíamos dentro sin sospechar que alguien nos miraba.
Me aseguré que la puerta del cuarto siga cerrada como la había dejado Luciana, me tranquilicé. La miré a mi novia que dormía tiernamente; sonreí, me coloqué una remera, un short y las ojotas y decidí salir para ver si todo se encontraba normal.
En la cocina-comedor reinaba el silencio y la oscuridad. No quise encender la luz para no despertar a Sebastián y a Valeria que dormían en el sillón de dos cuerpos. Abrí la cortina y miré para afuera, todo parecía tranquilo y un leve viento movía las ramas de los árboles. Tomé la llave para salir, la coloqué en la puerta de entrada y me sorprendió ver que estaba abierta, la habían cerrado sin llave. “¿Cómo pueden estar tan tranquilos?”, pensé.
Una vez afuera, respiré profundo y sentí el viento nocturno aireando mi cuerpo. Me acerqué hasta la pileta y contemplé el agua que parecía congelada, en ella se reflejaba la luna.
-¿No podés dormir, Fede? -interrumpió la tranquilidad, asustándome un poco, el primo de Carla.
-Hola, Sebastián. Tuve una pesadilla, no me pude volver a dormir.
-Tal vez estás sugestionado por lo de anoche, suele pasar.
-¿Y vos, sos de levantarte a esta hora?
-No, tampoco me puedo dormir. ¿Y Vale, también salió?
-¿No estaba con vos?
-No, me desperté solo. Debe estar en el baño. Y decime, Fede ¿Qué soñaste?
-Tuve el mismo sueño las dos noches que pasé aquí: un hombre encapuchado observa esta casa, en la noche, mientras todos dormimos.
-Entiendo que estés preocupado. Yo también me quedé pensando en el tipo que vimos ayer con Valeria.
-¿El del bastón?
-Sí, aunque no creo que pueda hacer mucho.
-El problema sería si no está solo.
Nos quedamos contemplando la inmensidad de la noche en el campo: la luz de la luna alumbrando árboles, pastos y algunos insectos que no dejaban de andar. Sebastián volvió a la casa y a los cinco minutos regresó nuevamente a mi lado:
-¡No está en el baño! -me habló alzando la voz y asustado-, Valeria no está en la casa.
-¿Qué?, tiene que estar por acá; tal vez salió a caminar.
Comenzamos a buscarla por alrededor de la casa, llamándola. Carla, toda dormida, se hizo presente y nos preguntó qué pasaba. Le comentamos y se unió a nosotros en la búsqueda.
-¡Qué es esto! -gritó Sebastián señalando la huerta.
Observamos con Carla y vimos un charco de sangre. Seguimos las huellas rojas con la vista y comprobamos que llegaban hasta el cuarto de herramientas.
-¡No, no, por favor, no! -Sebastián estaba desesperado.
La puerta del cuarto de herramientas estaba abierta. Los tres comenzamos a correr hasta la entrada y quedamos estupefactos al ver a Valeria sobre el piso, bañada en sangre y con un hacha incrustada en su cabeza.
Sebastián y Carla comenzaron a dar gritos de dolor y yo no podía creer lo que veía.
-No, Sebastián -traté de frenarlo al primo de Carla-, no toques nada. Te podrían culpar.
Pareció no escucharme y abrazó a su novia dándole gritos, besándola e intentando despertarla. Carla lloraba y en pocos minutos, debido a los gritos, Iván y Luciana se encontraban al lado nuestro observando algo macabro; sin dudas, el cuerpo había recibido más de un hachazo.