El día estaba hermoso y contrastaba con nuestra realidad. Entré a la casa para preguntarle a Carla si quería que me quede cuidando a Iván así ella podría tomar un poco de aire. Me contestó negativamente. Deseaba continuar en el cuarto.
-Estoy preocupada -me confesó-, ya se está acercando el mediodía y no hay noticias de Ernesto.
No queríamos pasar otra noche más en aquel sitio. Volví con Luciana y le dije que ya eran las diez de la mañana. Nos sentamos en la hamaca y observamos el camino por el cual se había hecho presente el jeep de Ernesto. Increíblemente, extrañábamos la ciudad: el ruido de los motores de los autos, vehículos yendo y viniendo, celulares por todas partes, personas caminando...
-Seguramente -me habló mi novia-, si estaríamos aquí con nuestros celulares y la tecnología, no hubiésemos sufrido todo esto.
-La idea de pasar unos días en los noventa se volvió terrorífica.
-¿El loco asesino que nos está acechando -preguntó Luciana- tendrá algo que ver con el hombre que viste en tu pesadilla el primer día?
-No fue sólo el primer día -le confesé-, las noches que dormí en esta cabaña soñé con él.
Mi novia me miró alarmada.
-¿Por qué no me contaste? -me preguntó y frenó con sus pies el movimiento tranquilizador que estaba realizando la hamaca-, ¿tal vez sea ese el hombre que nos está matando? Y vos no le das importancia.
-No es él.
-¿Cómo podés saberlo?
-Porque ese hombre es el que veía en mis pesadillas de niño… Ese hombre fue el que mató a mi hermano e intentó prender fuego nuestra casa para asesinarnos a mis padres y a mí.
-¡Por Dios!, No sabía que hablabas de él. Creí que era otra persona la que se aparecía en tus sueños.
-Es el mismo. El primer día me aterroricé, no se presentaba en mis sueños desde que tenía seis años. Tal vez fue un aviso de que algo horrendo iba a ocurrir. Intenté no darle importancia.
-¿Y si es el mismo que está matándonos?
-También medité sobre eso. Pero es imposible, el hombre que persiguió a mi familia fue atrapado y murió.
-¿Estás seguro?
-Cuando empezaron los días de sangre y vi los cadáveres de la novia de Sebastián y el hombre del bastón, pensé que, tal vez, me hicieron creer que había muerto para que crezca sin miedos. De niño sufría mucho en las noches pensando en que entraría aquel hombre a nuestra casa.
-¿Y por qué quiso matar a tu familia y a vos?
-Parece mentira que no sepa bien cuál fue el motivo. Nunca me lo aclararon y yo intenté olvidar aquellos sucesos. Sé que mi padre había tenido deudas y un hombre lo buscaba para que pague.
-Tal vez, estuvo preso, pero no murió. Y ahora salió y busca venganza.
Luciana comenzó a llorar de desesperación y comenzó a mirar para todos lados cómo buscando al responsable de los crímenes.
-Tranquila. Sea quien sea, no va a poder matarnos. Debemos mantenernos alerta. En minutos va a llegar Ernesto con su vehículo y su celular. Vamos a poder pedir ayuda y todo va a terminar bien.
Luciana me abrazó. Acaricié su cabello y sentí miedo al imaginar que Ernesto no se haría presente. Observé los árboles, eran los mismos que se presentaban en mis sueños, eran los mismos en donde se escondía el hombre con capucha y nos observaba. Tomé el cuchillo con fuerza e interrumpió mi pensamiento, asustándome, la voz de Carla:
-Chicos, necesito que alguien lo mire a Iván. Voy a cocinar.
-¿Querés que cocinemos nosotros?
-No, necesito despejarme unos minutos. Voy a preparar algo de comer para todos, me baño y continúo cuidando a Iván.
-¿Qué hora es? -preguntó mi novia.
-Las once -dijo triste y un poco cansada, mi amiga-. Esta espera es insoportable.
Con Luciana nos levantamos y nos dirigimos al cuarto para continuar cuidando a Iván, Carla comenzó a cocinar unas verduras al horno y calentó lo que había quedado de arroz de otra comida. Mi amigo continuaba igual, inmóvil y respirando fuertemente.
Llegó el mediodía, el sol comenzaba a generar un calor insoportable y los pájaros continuaban con su canto. Carla sirvió la comida en los platos. Comimos en silencio y rogando que la llegada del jeep de Ernesto no sea tan larga.