Comenzó a oscurecer, la luna dejaba ver la mitad de su redondez y un viento fuerte silbaba y se mezclaba con las melodías anfibias. Con Luciana nos levantamos de las reposeras y entramos a la casa. Cerramos la puerta, trabamos las ventanas y nos sentamos alrededor de la mesa.
-No puedo creer que debamos esperar otro día más -comentó Luciana.
-Solo hasta mañana -habló Carla saliendo del cuarto en donde se encontraba Iván-. Mi Tío llega a las nueve, si no aparece (espero que eso no ocurra) sí o sí tendremos que caminar e ir a buscar ayuda.
-Si eso sucede -dije-, ustedes quédense cuidando a Iván y yo me voy al pueblo más cercano.
Luciana me abrazó como deseando que aquello no ocurra. Carla, al escuchar el silbido del viento, observó la puerta de entrada y nos pidió que la ayudemos a trabarla con una cajonera que era muy pesada. Lo hicimos y nos sentimos más seguros. Me ofrecí para cocinar unas pizzas (junto con unas galletitas, era lo último que nos quedaba).
A las dos horas, habíamos terminado de cenar y nos hallábamos en el cuarto de Iván. Carla, cada diez minutos, observaba la noche por la ventana, vigilaba que nadie se acerque.
-¿Qué le habrá pasado a Ernesto? -preguntó mi amiga-, pobre…
-Seguramente -dijo Luciana-, venía para aquí y se cruzó con el demente que nos quiere matar. Esto es una pesadilla.
Luego de un prolongado tiempo en silencio, Carla, al ver que con mi novia nos dormíamos en las sillas, nos dijo que nos vayamos al cuarto. La saludamos y nos fuimos a acostar.
-Mañana va a cambiar todo –expresó esperanzada Luciana y me besó antes de cerrar los ojos.
A los pocos minutos me dormí observando el techo y preguntándome si aparecería el tío de Carla en la mañana.
Comencé a soñar con el hombre encapuchado: miraba la casa desde atrás de unos arbustos; luego, se acercaba hasta la ventana del cuarto en donde me encontraba durmiendo con Luciana y la abría de un puñetazo. Me desperté transpirando y lo primero que hice fue mirar la ventana; me alivié al ver que continuaba cerrada. Mi corazón latía fuertemente y mi rostro estaba transpirado.
La miré a Luciana que dormía profundamente y escuché un leve sonido que venía del comedor, era similar al de una persona murmurando. Me inquieté. Agudicé el oído y, efectivamente, alguien estaba hablando, muy bajito, palabras que no lograba comprender. Me levanté de la cama y me acerqué al reloj que colgaba en la pared, eran las tres y media de la mañana. Me puse el short, la remera y tomé el cuchillo.
Antes de abrir la puerta del cuarto, espié por la cerradura. no se veía nada, todo estaba oscuro. Giré la llave y abrí la puerta rápidamente. Me acerqué, lentamente, hasta la perilla de la luz; los murmullos ya no se escuchaban. Prendí la luz y todo parecía estar normal. Noté que el cuarto de mis amigos estaba con la puerta abierta. Me asomé y comprobé que sólo estaba Iván, no se hallaba Carla. Sentí un escalofrío al escuchar un ruido detrás de mí, giré mi cuerpo y la vi a Carla que salía de atrás de la cajonera con un machete en su mano.
-¡Carla! -le grité al verla acercarse hacia mí con su rostro transformado.
No me contestó y levantó el machete para lastimarme. Pude correrme para un costado. Volvió a lanzarme otro golpe que pude frenar con la silla de madera. Caí al piso y, por unos segundos, pensé que moría. Ya no tenía defensa. Cuando iba a cortarme con el arma, Luciana le rompió un florero de vidrio en la cabeza. Carla cayó y su cabeza golpeó con el vértice de la mesa. Murió en el acto.
No podía creer lo que había sucedido, todo había ocurrido en menos de un minuto. Mi novia comenzó a llorar y me miraba sin entender por qué nuestra amiga había actuado así. Luciana, después de ayudarme a levantar, me abrazó intensamente.
-¡No lo puedo creer! -expresé besando su frente.
-¡Era ella! -habló llorando Luciana- ¿Por qué?
Continuamos abrazados por un largo rato.
-¿Estás bien? -me preguntó mirando mi cuerpo.
-Sí. Por suerte, no logró cortarme. Me salvaste.
-No entiendo nada.
-Yo tampoco.
-¿Nos trajo hasta aquí para matarnos? -preguntó mi novia- Por eso insistía en que la reunión sea temática y no usemos celulares.
Comprobamos que Carla esté muerta. Luego, fuimos al cuarto de Iván, notamos que no respiraba. Le tomé fuertemente la mano y estaba fría… Nuestro amigo se encontraba muerto. Comenzamos a llorar y lo tapamos con la sábana.
-¡No puede ser! -gritó mi novia-; tal vez, también lo asesinó a él, su novio.
-Quizá lo asfixió.
Destruidos, volvimos al comedor y nos sentamos en el sillón sin saber qué pensar. Mientras me abrazaba a mi novia y me caían las lágrimas, recordaba los momentos (infinitos) que me divertí al lado de Iván.
Ya eran las cuatro de la mañana y el zorzal que nos acompañó desde el primer día, comenzó a cantar; observé por la ventana, seguía la oscuridad de la noche, el viento fuerte y la mitad de la luna se mezclaba con algunas nubes grises.