El quince de enero del presente año, precisamente a las diez de la noche ocurrió la muy mencionada tormenta fantasma que tomó prisionero al condado de Sagonia durante dos días completos.
El gélido paraje que recibió a la mañana del diecisiete de enero tuvo un fuerte impacto en el país; debajo del blanco velo de un invierno fatal derivado de poderosos huracanes provenientes del este de Manboro. Las viejas leyendas de los ancestros de Toluca acerca de su ocultismo excéntrico se hicieron escuchar de nuevo en los pueblos vecinos. La noche en que la helada tormenta de fantasmas en Sagonia cobró a no menos de setecientas victimas que fueron desenterradas de la nieve durante la semana siguiente, el ferrocarril de Manboro recogió a más de doscientos inmigrantes que vieron una oportunidad en medio de la desgracia para empezar de nuevo, planeando establecerse sobre las ruinas de la acabada Sagonia.
El departamento de investigación climatológica de Moronia investigó la extraña formación de nubes de tormenta que azoló con una fuerza devastadora el área desde la entrada al túnel de Mansen Dib, hasta la salida por la carretera Mell rumbo al Nuevo Yulan en lo que fue un radio de diez y ocho kilómetros. Los expertos afirmaron que era seguro que este suceso tendría un fuerte impacto en la economía, pues la exportación de plomo se había detenido. Las nubes de tormenta se formaron de una forma misteriosa que parecían haberse originado en el propio centro del pueblo, algo imposible y sin precedentes. Mientras tanto las historias corrían de un pueblo a otro sobre la tormenta más monstruosa que se haya vivido en los condados cercanos a Manboro y Moronia, gentes hablaban del retorno de un ser maligno como el que se dio a conocer durante el caso del sendero de niebla setenta años atrás en la repentina desaparición de un grupo de inmigrantes en la misma carretera de Mansen Dib.
La noticia corrió rápidamente, la pérdida total del poblado de Sagonia y el desesperado equipo de rescate formado por las gentes de pueblos aledaños que sufrieron pérdidas menores, simples carreteras obstruidas por pendientes de nieve de hasta seis metros. Mientras tanto en el centro del condado, una trágica y casi planeada escenografía similar a las obras de cierto artista zafado: debajo de las gruesas capas de blanco había estatuas de gente luchando por conservar el calor dentro de sus casas, negocios enteros hundidos bajo la nieve, multitudes de perros hambrientos encimados unos sobre otros, muertos; unos de asfixia, otros por el peso excesivo de la pila, oscuras habitaciones vueltas hogueras de desesperación humana; las casas más empobrecidas que cedieron la estructura entera al peso de la abultada nieve, algunos túneles de gente desesperada que rascaba solamente para quedar atrapada. Hubo notas de los rescatistas que detallaron las dramáticas escenas de personas envueltas en colecciones de fotos de sus familiares a las se habían aferrado, también casi a medio quemar, montones de sillas, muebles y camas que posiblemente consumieron el poco oxigeno de las cámaras de muerte que ellos mismos crearon. Familias conservadas en congeladores oscuros, con expresiones de total desesperación en sus rostros, y sus cuerpos contraídos dejaban ver la tensión de previos espasmos desgarradores en los músculos antes muertos de asfixia que congelados.
Los pocos sobrevivientes encontrados fueron apenas cuarenta hombres adultos y seis menores de entre de seis y quince años. De lo que era un estimado de setecientas personas.
Los niños no pasaron de la primera noche en el hospital, cuatro de ellos declarados fallecidos pasadas las primeras horas, el último perdiendo la vida de manera trágica en un descuido por parte del personal médico cuando el joven se quitó la vida al escalar un pesado librero que terminó yéndose abajo. El final del pequeño pueblo de Sagonia, enterrado por quince metros de nieve fue inminente. Un pueblo dedicado enteramente a la minería desde su fundación hace sesenta años, formado en las cercanías de la montaña del Ayers, el ombligo, con enormes betas rica metales raros como el plomo, y el litio.
En cuanto a los cuarenta hombres que sobrevivieron. Fueron hallados once kilómetros al norte del centro de Sagonia, varios camioneros y mineros habían hallado refugio pocas horas antes dentro de un tartárico bar totalmente repulsivo a la vista, con sus muros de madera apolillada y el hedor de turba y heces frescas. Ubicado sobre la carretera de Mell a treinta minutos del túnel Mansen Dib por debajo del Ayers y atravesando las montañas, la ruta menos concurrida y deteriorada que conduce a las minas debajo del Ayers; atravesando el matadero y los campos de cebada. Por dentro el local estaba deteriorado: troncos ennegrecidos, carcomidos, apestados en aceite quemado, con huesos de animales pegados al techo, falsas cabezas de animales exóticos decorando los muros; un tormentoso bar hundido en la pestilencia total del vomito y la orina. Atrapados dentro durante días bajo gruesas capas de nieve que dieron añejamiento al atosigo de putrefacción mientras un montón de hombres sudados fermentaban sus aromas, un monton hombres corpulentos acostumbrados a largas jornadas lejos de casa en trabajos de muy poca higiene, todos ellos consumidos en alcohol. —Espíritus de la podredumbre aquella que incluso más corrupta que toda la destilería adulterada del lugar, Era la tierra de los locos. — Dijo uno de los rescatistas.
Pero estos hombres eran víctimas de un terror mucho mayor al de estar atrapados debajo de los quince metros de nieve en la oscuridad total. Dentro de aquel bar donde fueron encontrados seis días más tarde, ellos eran participe de un extraño colectivo. Fueron encontrados de rodillas, desnudos y confundidos, esparcidos por los rincones de la pocilga, balbuceando un rezo oscuro con absoluta devoción, era un cantico maligno en una confusa lengua de la que nadie jamás había escuchado ni una palabra, pero ellos iban al unísono de un rito pagano sofisticadamente armónico.
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Editado: 06.05.2024