DOUGLAS:
Soy un tonto.
¿Acaso no aprendí mi lección? ¿Acaso quiero volver a ese desastre?
Soy un tonto por permitirme esto de nuevo. Debería haber dado la vuelta, jamás volver a relacionarme con ellos y mantenerme lejos pero no, estoy aquí en el lugar que encontré para estar solo.
—Dame la mandarina —insisto—. Lo merezco, los traje aquí.
Lester niega. —No, vamos a compartirla.
Coloco mis brazos cruzados sobre el asiento y reposo mi cabeza ahí. —Tengo antibacterial, me desinfectaré las manos y yo le quito la cascara —dice Angeline.
Creo que es culpa de Angeline, bueno, no de ella pero de todo lo que le está sucediendo. No sé, no podía dejarla sola sabiendo todo lo que está pasando, sabiendo la verdad. Eso que le están haciendo es tan estúpido, no puedo creer que aun en esta época las personas se burlen de las chicas si tienen muchas citas y todas esas cosas.
Por lo que Angeline ha dicho, ella nunca ha hecho nada con un chico y solo ha llegado a besos pero ni siquiera le gusta besarlos. Yo creo que aun si fuera verdad, aun si Angeline estuviera con varios chicos no merece que la traten de esa forma. Merece respeto, algo que las personas no entienden.
Algo toca mi hombro, levanto mi cabeza y es Lester, extendiéndome un tercio de la mandarina. —Gracias —digo cuando la tomo.
Él regresa a la silla y comenzamos a comer. Yo sigo regañándome sin parar por lo que estoy haciendo pero lo peor es que siento que esto no se detendrá hoy, que puede seguir y quizás no me molesta tanto como debería.
—No sé porque pero siento que corrí una maratón —Angeline afirma.
Debe estar agotada mentalmente. —Estarás mejor, ya lo verás —Lester asegura con una sonrisa amable.
Ella suspira. —Yo me mudé aquí hace dos años, pero antes yo la pasé muy mal —baja la voz a pesar que no creo que alguien fuera de este lugar esté escuchando—. Cuando era niña siempre fui un poco llenita y me molestaban por eso pero mis padres se han mudado muchas veces y eso me daba oportunidad a empezar de nuevo —toma un pedazo y lo mete a su boca—. Nunca mejoró.
Mastica y nosotros esperamos que continúe, en silencio.
—A los trece años me decidí a cambiar pero no sabía cómo —admite—. Entonces yo solo, me propuse no comer tanto pero era difícil y bueno, nunca logré no comer completamente pero sí lo suficiente para que bajara de peso y quizás fue que mi metabolismo cambió o lo que sea pero adelgacé y solo, mejoré —lame sus labios—. Vine a este lugar y pensé que finalmente lo había conseguido.
— ¿Tienes un desorden alimenticio? —pregunta Lester, frunciendo el ceño.
Ella niega. —No, no la verdad creo que fui afortunada de no haber caído en eso pues realmente yo… nadie me cuidaba y podía saltarme las comidas pero siempre pensé que era débil porque comía y no podía resistir.
—No eras débil —afirmo—. Eso no está bien, la comida es necesaria para tu vida y un cuerpo delgado no te hace mejor o peor persona.
Se encoje de hombros. —Estaba cansada que me llamaran gorda, solo quería ser linda como todas.
—Pero lo eres —Lester afirma—. Digo, supongo que lo sabes.
Cierra sus ojos. —Pero nunca es suficiente. No soy como ellas, como las chicas naturalmente lindas. Mi nariz es un poco ancha, mi piel se seca si no me aplico todas esas cremas y mis piernas nunca adelgazaron como quería.
—Oye —aclaro mi garganta—. Esto no lo digo en broma pero, creo que necesitas ayuda Angeline —realmente no estoy bromeando, si alguien sabe de cómo ayuda la terapia a las personas soy yo por lo que ha vivido mi familia—. Mira, creo que es normal que cuando algo sale mal tú llores pero, ¿Estás bien realmente? ¿Sientes que eres feliz?
Mira el último gajo entre sus dedos. —No —admite—. Pero no sé qué hacer y sé que necesito ayuda pero, tengo miedo.
— ¿Miedo? —Lester pregunta.
Asiente. —Tengo miedo de confesar mis secretos porque hay algo más, cuando era niña me pasó algo que… mis padres no saben.
Levanto una mano para detenerla. —No nos digas, si no quieres —pido—. Ahora mismo tú puedes sentir que puedes decirlo pero no lo hagas, si no quieres.
Sé lo que es pensar que estás en confianza con alguien y luego arrepentirse de haberlo dicho.
Mastica un poco más. —Creo que quiero, creo que aunque recién los conozco será más fácil si se los digo a ustedes, si realmente nos volvemos amigos ya no creo que quiera decírselos, así soy.
Lester me da una mirada y yo hago una mueca, no sabemos qué está a punto de decir.
Abre la boca para tomar aire. —Bueno, como les dije realmente nadie me cuida, ambos de mis padres trabajan —mira al suelo—. Y entonces la única forma para que nada me pasara era que le pagaban a chicas para que me cuidaran, mis niñeras.
Asiento, ella se toma unos segundos.
—Y eso hacían, llegaban y me cuidaban —sonríe—. Me agradaban, eran Fernanda, Lisa o Bárbara. Una en cada ciudad distinta, eran buenas conmigo y mientras que en la escuela no tenía amigos ellas me escuchaban y me hacían sentir bien —hace una pausa—. La última fue Jacqueline, cuando tenía nueve años y ella no era tan buena conmigo pero bueno, solo se sentaba y veía su teléfono mientras que yo estaba por ahí en la casa.
Deja de hablar, como si estuviera regresando en el tiempo y está en ese momento de su vida, de niña, viviéndolo de nuevo.
—Jacqueline tenía como dieciséis años pero salía con alguien de diecinueve y según escuché cuando hablaba por teléfono, sus padres no estaban de acuerdo entonces ella comenzó a llevar a su novio a mi casa cuando mis padres no estaban —afirma—. Me encerraba en mi habitación, dejaba unas galletas y un jugo de cartón para que comiera si tuviera hambre.
Lester y yo no nos movemos ni un centímetro, solo estamos escuchando con atención esto que nos cuenta.
—Pero un día no sé porque exactamente Jacqueline tuvo que ir a su casa por algo, vivíamos cerca así que no iba a tardar —respira profundo—. Y la puerta se abrió, era su novio y me saludó, me dijo que quería ser mi amigo.
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Editado: 15.06.2023