Diez deseos antes de morir

La lista

Después de caminar sin rumbo durante varias horas meditando sobre lo que haría con el tiempo que le quedaba, Mía decidió volver a casa, aun sin tener nada en claro. Lo único que sabía era que quería disfrutar la vida tanto como pudiera, por el tiempo que pudiera.Por eso, no gastó su tiempo en más lamentaciones ni llantos inútiles. Al llegar a la puerta, respiró profundo y antes de abrirla se dijo: "recuerda, lo más importante es que mamá no sepa nada"

Al entrar, pasó algo que nunca le había sucedido antes: empezó a hacerse consiente de cada detalle de su hogar, cada color en las paredes, cada cuadro, cada mueble, silla y fotografía, cobró un sentido que nunca había tenido antes.

Realmente vivía en un lugar muy bonito,   pequeño  pero  acogedor, colorido, sin llegar a ser extravagante, cómodo, sin ser lujoso. Las paredes eran de un verde oliva que la hacía sentirse todo el tiempo rodeada de naturaleza. Había un pequeño sofá color crema donde ella y su madre se sentaban a ver las novelas de la tarde o a escuchar la estación radial favorita de su padre para sentirse un poco más cerca de él.

Mientras reconocía lo bella que era su casa y se preguntaba por qué no se había dado cuenta antes, la voz de Helen llamó desde la cocina.

-Mía ¿eres tú?

-Sí madre-dijo atravesando la pequeña sala hasta llegar a la cocina ,en la que a duras penas cabía una estufa, el fregadero y una alacena ,para darle un beso en la frente a su madre.

-¿Quién más podría ser a esta hora?

-Cecy dijo que vendría a almorzar aprovechando que salió temprano del trabajo-Respondió sonriéndole, mientras terminaba de revolver la sopa.

Cecy era su mejor amiga,la conoció en el Kinder y se habían vuelto  confidentes desde que tenían cinco años, y  con el paso del tiempo se había vuelto como parte de la familia, como la hermana que nunca tuvo.

Consideró por un segundo contarle su situación, pero desistió al instante porque si algún defecto tenía su amiga, era que era pésima guardando secretos, y no porque fuera chismosa, sino porque siempre que escondía algo,se ponía roja como tomate y soltaba una risa nerviosa que Helen había aprendido a conocer y descifrar, así que era mejor no arriesgarse.

-¿Y?-dijo la mujer en tono insistente, sacando a su hija de  sus cavilaciones-¿qué te ha dicho el médico?

De nuevo tuvo la necesidad de respirar profundo antes de hablar.

-Nada, que debo alimentarme mejor y descansar más, eso es todo.

-Pero si te lo he dicho un millar de veces, hija, esas porquerías que comes por la calle no te alimentan lo suficiente. Nada mejor que la rica y nutritiva sopa de mamá.

-Lo sé, madre, nada en el mundo es mejor que lo que tú cocinas. Déjame subir a lavarme las manos y descansar unos minutos .Cuando esté lista la sopa me llamas .

-Mientras subía la escalera que conducía a la planta superior, se puso a pensar que la excusa del cansancio y la mala alimentación no le iba a durar mucho tiempo. ¿Qué haría cuando Helen quisiera  acompañarla al médico para buscar una causa más profunda a sus dolencias? No tenía ni idea, pero tampoco quería pensarlo demasiado.

Entró al baño y se lavó las manos con jabón de vainilla y coco, su favorito.

Se recostó en su acolchada cama y cerró los ojos mientras su madre la llamaba a almorzar.

La despertó el sonido de alguien llamando a la puerta.

-Soy yo- dijo la voz de Cecy- ¿puedo pasar?

-Adelante- dijo Mía aun adormilada

La mujer, alta, de cabello negro, ojos marrones y  tez clara, vestida con el uniforme azul que caracterizaba a todas las recepcionistas del hospital donde trabajaba, atravesó el umbral con una bandeja con dos platos de sopa y una jarra de limonada.

-Tu madre te llamó varias veces, y como no contestabas, supuso que estabas dormida y me pidió que almorzáramos aquí para que pudieras estar más cómoda. ¿Cómo te fue con el doctor Jonson? Preguntó mientras ponía los platos encima de la  pequeña mesita de noche y acercaba una silla con rodachinas para quedar más cerca de su amiga.

-Todo bien, cansancio, estrés…tonterías- dijo agachando un poco la cabeza y fingiendo examinar la sopa con la cuchara para que Cecy no fuera a notar ningún gesto que la delatara.

Más bien, cuéntame cómo te ha ido con tu doctorcito. –A Cecy la habían trasladado de dependencia en el hospital y ahora trabajaba como asistente del neurólogo, un hombre que, según ella era el más guapo, pero también el más gruñón del mundo.

-Mal-  contestó desanimada, mientras probaba la sopa de verduras- te juro que si ese hombre no fuera tan guapo y yo no necesitara tanto el empleo, hace mucho tiempo habría renunciado. ¿Puedes creer que hoy casi despide a la pobre muchacha que está encargada de asear el “santuario” de sus ratones?  



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En el texto hay: muerte, amor, romance

Editado: 10.01.2020

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