CAPÍTULO 1
GRAVITY
Hace nueve meses
Hace media hora que he despertado. No estoy del todo segura, puede que más. Solo se que hemos hecho tres paradas desde estoy metida aquí dentro, probablemente en una furgoneta o algún transporte que pasa desapercibido. La única luz que entra es la que hay en los dos costados de los laterales encima de lo que parecen ser dos bultos en forma de montículo, y su parpadeo me estresa incluso más que los pequeños sollozos de las últimas dos chicas que han recogido. He intentando aprovechar las paradas y la filtración de luz del exterior, para encontrar a Mia pero lo único que veo son montones de cuerpos a mi alrededor. Ninguna de las chicas se atreve a gritar o pedir ayuda, no cuando la primera que lo ha intentado a muerto en el intento. En el sentido literal de la palabra.
Todas hemos presenciado como una bala le ha atravesaba el cráneo y quienes no lo han visto, lo han escuchado. Los culpables se han desecho del cuerpo como si fuese simple basura y no una vida que ellos mismos se han encargado de arrebatar.
La incertidumbre recorre por completo mis extremidades, la incertidumbre de no saber si Mia, mi única amiga que le tiene pavor a la sangre, se encuentra bien enfrente de los gritos y su mayor miedo.
Apoyo mi espalda para mantener el equilibrio, la parte trasera de mi cabeza arde y mi vista sigue borrosa sin importar cuánto frote mis ojos para recuperar la nitidez. En este estado apenas puedo diferenciar los dedos de las manos de los pies. Pruebo de levantarme pero algo está amarrado a mis tobillos impidiéndome hacer cualquier movimiento. Estoy amarrada.
No es diferente de estar postrado en una silla de ruedas y ser incapaz de ponerse en pie. Me rindo en el momento en que resbaló con algo líquido, siento como humedece mis pantalones por completo. Miro en el costado de donde proviene y hay una figura pequeña que lleva puesto un vestido pomposo, por su tamaño puedo deducir que estará entre los seis y diez años.
— Lo siento— se disculpa. Su voz es un susurro tembloroso acompañado de pequeños espasmos.
Inconscientemente pasó mi mano sobre su cabeza y empiezo a acariciarla, de la misma forma que lo hacía mi madre cuando algo me asustaba. En un principio se niega al contacto y trata de apartarse, pero luego de que pasen unos largos minutos apoya su cabeza voluntariamente en mi hombro y empieza a tranquilizarse.
Entonces las lágrimas descienden de mis propios ojos, empañando mis mejillas y me doy cuenta que ella no es la única que necesita que alguien la reconforte. Las limpio rápidamente con el dorso de la mano que tengo libre, e intento borrar todo rastro que deje entrever que estoy asustada hasta la muerte.
Bajo la mirada de nuevo hacia la pequeña que intenta llamar mi atención y la oigo decir:
— Quiero volver a casa— suplica, aferrándose a mi camisa como si la vida le fuera en ello
Mi pecho se encoge.
— Mama se pone triste cuando no me ve.
Y es inevitable, pienso en mi padre en lo furioso que estará mañana cuando no me encuentre en la cama, en mis chicos y sus dramas, que son incluso peor que las de las mujeres. En el club. En todo.
Cierro los ojos. Suspiro varias veces antes de responder.
— Mama te está buscado— respondo y, no pongo en duda que lo esté haciendo pero que nos vayan a encontrar es otro tema—. Descansa un poco, el viaje parece que va a ser largo.
La niña no me hace caso y cambia su postura para acercarse más a mi, tira de mi hombro para que me agache y de esta manera estar a la misma altura. Coloca su pequeña mano cerca de mi oído.
— ¿No estás asustada?— murmura tan bajo que apenas es audible como si temiera mi reacción.
— Lo estoy— confieso con sinceridad.
No tengo permitido sentir miedo, pero mi cuerpo me traiciona y reacciona. Vuelvo a recordarme a mi misma quienes son mis padres, que mi fortaleza y valentía no son menos que las de ellos.
— Me llamo Daphne ¿y tú?— trata de darme una sonrisa amable en cambio resulta más una mueca triste.
Antes de que tenga la oportunidad responderla, la furgoneta o el camión o donde maldita sea que estemos metidas se detiene de sopetón. El lado izquierdo de mi cuerpo recibe un golpe directo de algo duro que me roba el aliento.
Mierda, eso ha dolido. Apretó el costado afectado e inhalo y exhalo hasta que el dolor va disminuyendo. En esta ocasión las dos puertas se abren y las cerraduras hacen clip, un aviso de que hemos llegado a nuestro destino.
— ¡Bajad!— ordena un hombre corpulento mientras sujeta una de las puertas—. De una en una y, nada de tonterías.
Obedecemos y bajamos sin poner resistencia, ¿además de actuar como ellos quieren que otra opción tenemos? Ninguna.