-¿Pero, qué haces, Pablo?- Natalia tenía un semblante de alarma en el rostro. -¿Dónde está Alberto?- Preguntó con la voz acelerada.
-Baja la voz. Te van a escuchar y no quiero que te relacionen con nuestro plan.
-¿De qué estás hablando? ¡No vayas a cometer una locura! ¿Dónde está Alberto?
-Ahí adentro-. Pablo señaló con la cabeza uno de los cubículos del sanitario -Se está cambiando de ropa. Saldremos de aquí como dos personas normales. Ya verás el estilo. Espero que nadie note el caminado.
-¿Te das cuenta de lo que estás haciendo?
-Si, claramente.
-Me vas a meter en problemas, Pablo.
-Natalia, tú dijiste que no sería posible que lo dieran de alta, ¿no?
-Si. Pero es porque él aún está delicado de salud. Necesita…
-¡Necesita llegar a Ciudad Victoria y aclarar lo que ocurre con su novia!
-Pero…
-Estaremos en contacto contigo durante el camino. No apagues tu celular por favor.
-Piensa bien en lo que harás, Pablo. Es complicado.
Pablo la miró a los ojos y asintió.
-Confía en mí. Estoy haciendo lo correcto. Y lo correcto es que él vaya allá y averigüe la verdad. De nada sirve que esté aquí sufriendo. Tengo la plena seguridad de que él podrá superar los problemas de salud, más no estoy seguro que pueda con los del corazón, pero por algo tiene que empezar y ese algo es enfrentarse a la verdad.
Natalia suspiró. Se quedó callada analizando lo que Pablo estaba diciéndole.
-Ahora aléjate de aquí y hazte la despistada. No quiero que te vayan a involucrar cuando se den cuenta que Alberto se escapó.
Natalia rodó los ojos para mirarlo con intensidad. Remató con un suspiro y se dio la media vuelta.
-Estás de Suerte. Te quitaré algunos inconvenientes del camino. Y lo hago solo porque también quiero que ese hombre arregle su vida con esa chica. Mantendré ocupadas a las enfermeras lo más que se pueda, y a las de recepción las concentraré en sus labores. Háganlo rápido. Lo más rápido que se pueda.
-Así se habla-. Pablo esbozó una gigantesca sonrisa en sus labios. -¡Eres fabulosa! El mundo necesita doctoras que se preocupen por aliviar el corazón de sus pacientes.
-No te aseguro que Alberto pueda recuperarse pronto de la decepción a la que se va a enfrentar en Ciudad Victoria cuando sepa que su novia lo dejó por otro hombre, pero mucho de lo que ocurra dependerá de ti y de mi. ¡Por favor no lo dejes solo!
-A sus órdenes jefa. Se hará como usted diga. Estaré al pendiente de nuestro protegido y le aseguro que no fallaré en mi misión.
-¡Payaso! Te enviaré un mensaje con todo lo que debes comprar en la farmacia y te explicaré como lavar y seguir curando la herida de Alberto, me refiero a la de la cabeza, por supuesto, de la otra, la del corazón, allá te las ingenias para que no se mate por esa mujer.
Pablo no dejó de sonreír. Admiraba mucho a aquella chica porque sabía que tenía un corazón de oro y una actitud de hierro. Era única y era su mejor amiga.
Después, Natalia caminó a prisa hasta llegar al mostrador de la recepción. Comenzó a dar indicaciones a las enfermeras. Desde solicitarles que revisaran este y otro expediente hasta pedirles que corrieran por un café y unas galletitas de coco que solo vendían en la tienda de conveniencia que estaba fuera del hospital sobre la avenida de acceso. El plan era mantenerlas con los pies, la cabeza y los ojos ocupados en otra cosa que no fuera supervisar la sala.
No habían pasado ni tres minutos desde que dejara a Pablo en los sanitarios de la sala cuando lo vio venir por el pasillo en compañía de un hombre de vestimenta juvenil, compuesta por un pantalón de mezclilla raída, un par zapatos deportivos color azul con vistas muy llamativas de tono amarillo, lentes para sol, que lo hacían ver con mucha similitud a esos artistas de la televisión que pretendían pasar desapercibidos entre la gente y los reporteros pero que precisamente por esas gafas era que no pasaban desapercibidos, sino que llamaban más la atención. Era imposible no girar la vista para verlos. Así iba Alberto, con un disfraz de cantante rapero, porque además, Pablo le había adornado la cabeza con una gorra de un color anaranjado chillante que tenía impreso en la parte de enfrente el emblema de un equipo de fútbol de la región. Esto último le pareció una buena idea pues la gorra ocultaba el vendaje que circundaba alrededor del cráneo de Alberto.
Natalia pensó que si una enfermera miraba a ese tipo desgarbado, con la parte superior de la espalda encorvada, con los brazos cayendo desde sus hombros como un títere de trapo y con los labios resecos con un tono azulado, lo reconocerían de inmediato.
Pese a todo, se veía que Alberto le estaba echando ganas a su actuación de aparentar ser un desconocido y pasar desapercibido. Eso, a Natalia, le provocó un destello de ternura. Parecían un par de pillos, tontos e infantiles, pero dispuestos a la aventura. Indudablemente, aquel gesto humanitario de Pablo era digno de admirarse. Y esas ganas de Alberto de volar a su destino eran tan inmensas que Natalia estaba segura de que nadie lo iba a parar.
Natalia no pudo evitar arrancarse un suspiro, uno más de los muchos que ya llevaba. Estaba conmovida pero también se estaba desbordando de los nervios, ansiosa porque ese par de hombres pudiera llegar a la puerta sin contratiempos. Parecía que lo lograrían. Solo unos cuantos metros más y estarían fuera del hospital. Natalia sonrió y tomó entre los dedos de la mano el dije en forma de medallita con la imagen tallada de la Virgen de Guadalupe y agradeció al cielo.