Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 16 Corazón Herido

Parecía Brenda. Tenía el cabello como ella y era morena. Pero esa mujer no podía ser su Brenda. Simplemente porque estaba saliendo de la iglesia tomada del brazo de otro hombre. 

-Vámonos de aqui-. Escuchó decir a Pablo con una nota de angustia en la voz, y con prisa. 

Alberto no respondió. No podía apartar la mirada de la pareja que poco a poco se iba acercando al umbral de la puerta. Un grupo de personas se había adelantado a salir para recibirlos con el ritual que se acostumbra en las bodas religiosas de arrojarle puños de arroz a los recién casados. 

Volvió a escuchar la voz apresurada de Pablo pidiéndole que se marcharan, ahora lo hacía con súplica, casi en un susurro. Pero Alberto tenía los dos ojos bien puestos en la pareja. 

Los puños de arroz volaron en el aire. La novia se apartó el velo de la cara y fue en ese momento en el que Alberto sintió que una descarga de quien sabe que tipo de energía le recorrió por todo el cuerpo. Sintió algo parecido a una sensación de horror al identificar con claridad el rostro de la novia. 

-¿Brenda?-. Cuestionó con asombro y con una expresión de impacto en el rostro que le dejó los labios abiertos. 

-Es algo que debías ver con tus propios ojos. 

Alberto giró el rostro de un movimiento rápido para clavar la vista en los ojos de Pablo.

-¿Qué está pasando?- Alberto estaba comenzando a temblar de los labios. Sus palabras tenían una impregnación de zozobra. 

-Tu novia, no se porque razón, decidió casarse con otro hombre, el mismo día y en la misma iglesia en la que lo haría contigo. 

-¿Es una broma?- Alberto comenzó a alterarse. -¿Es una estúpida broma?- Marcó la voz con fuerza. 

-Calmate. No lo es. Lo estás viendo con tus propios ojos. 

Alberto comenzó a agitarse de la parte del pecho sin poder controlar la respiración apresurada que salía de su garganta. 

-Tienes que asimilarlo. Pero por favor no vayas a hacer una locura. Piensa que las cosas están ocurriendo por algo. 

-¡Es que no lo entiendo! ¡Ella se está casando con otro hombre y hace apenas tres semanas estuvo en Tampico y me dijo que yo era el hombre de su vida! ¡Dijo quererme tanto! 

-¡Pues ya ves que no! ¡No te ama! Te cambió por otro hombre. 

-¡No puedo creerlo! ¡Esto es una maldita broma! ¡Dime que aun no he despertado y que sigo postrado en el hospital y que esto es una maldita pesadilla!- Alberto estaba comenzando a llorar. 

-Lo lamento como no tienes una idea pero eso que está ocurriendo en esa iglesia es la realidad. 

-¡No!

Alberto golpeó el tablero del auto con el puño y quiso abrir la puerta pero Pablo la había asegurado momentos antes cuando advirtió que Alberto había comenzado a  clavar los ojos en la pareja. No deseaba que corriera y armara tremendo lío. De esos líos que sólo se armaban en las telenovelas. 

-¡Abre la puerta! 

-¡No! ¡No te voy a dejar hacer ninguna locura!

-¡Con un demonio, que abras la maldita puerta!- Alberto lo tomó del cuello de la camisa y le gritó tan cerca de la cara. 

-Sé por lo que estás pasando, Alberto, pero debes mantener la cordura. En estos momentos no puedes ir a hacer un circo. 

Alberto lo soltó y estalló en llanto, en un llanto de rabia. Tenía el rostro distorsionado y bufaba en medio de una cascada de lágrimas que brotaban de sus ojos. 

Se encorvó de la espalda y refugió el rostro en medio de las rodillas. 

Pablo sintió pena por él. Verlo abatido por un gran dolor como ese lo estremeció. Quiso tocarlo del hombro pero comprendió que Alberto necesitaba descargar la furia que estaba conteniendo. Y eso por ahora no requería de ningúna demostración de consuelo. Lo dejó llorar mientras veía la escena en que la radiante novia y el amante convertido en novio abordaban el auto negro adornado de alcatraces. 

Alberto seguía en una postura de avestruz; escondiendo la cabeza en el espacio que había entre sus piernas. El torso y la espalda hacían convulsiones debido a la intensidad con la que estaba llorando. 

El auto negro encendió el motor y la gente que los veía partir irrumpió en un estruendo de aplausos. Eso llamó la atención de Alberto y enseguida giró la cabeza para mirar la escena. Clavó una mirada de odio hacia el auto. Vio a Brenda extender una sonrisa por la longitud de su rostro. Se veía hermosa y radiante, llena de luz. ¿De verdad era ella? ¿De verdad podía ser esa mujer la Brenda de su corazón, la que decía amarlo tanto? ¿En donde estaba el error en aquella escena? ¿Por que Brenda se estaba casando con otro hombre y no con él? Era el mismo día que habían planeado y la misma iglesia. ¿Qué era lo que estaba pasando? Alberto necesitaba respuestas y debía hallarlas.

Lo que siguió fue tan rápido. De un solo movimiento, asemejado a un felino que atrapa a su presa, Alberto logró presionar el botón que destraba el seguro de las puertas con una mano, mientras que con la otra jaló la manivela para abrirla. Pablo no tuvo tiempo para reaccionar y evitarlo. Quiso tomarlo de la camisa pero se le resbaló como se resbala la mantequilla entre los dedos. 

En ese instante, el auto negro salió disparado por la calzada. Alberto rodeó rápidamente el cofre del mustang para abrir la puerta del chófer y coger a Pablo de la camisa, alzarlo con fuerza y arrojarlo a la banqueta. Pablo no tuvo tiempo de protestar. Cayó sentado en la acera y se quejó del dolor. 




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