-¡Hey, amigo! ¡Acá!
Alberto, Pablo y Diego se giraron al mismo tiempo.
La voz que los estaba llamando venía de una silueta que se escondía detrás de las luces altas de un vehículo, lo que impedía observar de quién se trataba.
-Problemas… me huele a problemas-. A Alberto la voz le flaqueó.
-¿Más?- Dijo con ironía, Pablo.
-Hagan como si no escucharan. No hagan contacto visual-. Propuso Diego.
El tipo que los llamaba empezó a silbar. Apagó las luces del auto y comenzó a caminar hacia ellos.
-¡Hey! Ustedes dos son los del accidente de hoy. El que anda más apaleado estrelló su auto contra el de unos novios.
Pablo vio de reojo y lo reconoció.
-Es el tipo del taxi. Olvidé pagarle la tarifa. Caminemos lo más rápido que podamos hasta la taquilla. Dentro del concierto lo perderemos.
La silueta en la oscuridad también apresuró el paso. Al ver que ellos imprimían más fuerza a sus pies se detuvo y les gritó:
-¡Los andan buscando! Y no son los padres de la novia, ni del novio. Ellos sobrevivieron al ataque y se recuperan en una clínica. Hablé con los padres de la chica.
Alberto se detuvo de tajo. Pablo y Diego lo jalaron de la camisa pero él se zafó.
-¡Camina! No hagas caso.
-Les conviene escucharme-. El tipo siguió hablando. -No sé en qué líos andén metidos, ni con quién, pero al lugar del accidente llegaron unos tipos armados buscando el auto en el que viajaban. Se veían bastante pesados. De esos que no se andan con juegos.
Pablo también se detuvo.
-Buscaban a un tal Pablo. Supongo que uno de ustedes ha de ser.
Diego se regresó para hacerlos caminar.
-Este tipo quiere dinero. No vamos a caer en su juego.
-Deberían deshacerse de sus teléfonos-. Dijo el taxista. -Al menos quien manejaba el mustang.
Pablo miró a Diego aterrado.
-El padre de Nereyda… el dueño del auto. Al parecer no anda en buenos pasos. Yo hablé con Nereyda y le conté todo. Estaba furiosa. Le ha de haber dicho a su padre que me buscara acá.
-¡Demonios!
-¿Y si lo que dice este tipo de los teléfonos es cierto? Ya saben que estás aquí-. Agregó Alberto.
Diego llevó la mirada del rostro asustado de Pablo hacia el punto donde estaba la silueta aún cobijada entre la oscuridad.
-Yo los puedo sacar de esta ciudad, a cambio de un dinerito-. El tipo se acercó hasta llegar a ellos. Les mostró ambas manos en señal de que venía desarmado.
-¿Y si no aceptamos?- preguntó Diego.
-A ti no te han visto aún. Tú puedes volver en tu propio taxi. Pero a ellos dos los busca una camioneta con cuatro hombres armados. Y a él- señaló con un movimiento de cabeza a Alberto. -no tarda en buscarlo la policía cuando los padres de los novios lo denuncien por el daño al auto.
Alberto bajó la mirada y se puso ambas manos en la cintura.
-Soy Ramón, el taxista al que tu amigo no le quiso pagar. Y por ahora, soy el único que los puede ayudar. Los llevaría hasta un lugar lejos de aquí en la carretera. Tú- miró a Diego -te puedes adelantar y nos esperas en algún pueblo lejos de aquí.
Los tres se miraron entre sí compartiendo el mismo semblante de desconfianza.
-A mí solo me interesa el dinero. De hacer viajes me gano la vida y en estos momentos estoy hasta el cuello con el pago de algunas cosas, y un dinerito extra no me caería nada mal.
-No tenemos mucho dinero-. Respondió Pablo.
-¿Cuánto deberías de tener para salvar el pellejo?- Retó Ramón.
-Está bien-. Al fin habló Alberto. -¿Por cuánto nos sacarías de aquí?
-¿Te has enloquecido?- Protestó Pablo.
-Tranquilízate. No tenemos muchas opciones.
-No podemos confiar en este tipo-. Insistió Alberto.
-Deténganse. No vayan a empezar una discusión-. Diego concentró la vista a lo lejos, donde las luces del escenario brillaban. Ya era bastante tarde y el concierto estaba por terminar.
-Mira, mano-, se dirigió a Ramón. -Tengo un asunto pendiente allá, en ese concierto, ¿te parece si nos ponemos de acuerdo contigo en cuanto lo haya hecho?
-Yo opino que lo dejes por la paz, Diego, y nos larguemos de aquí-. Terqueó Pablo.
-Sabes que no lo haré. Ahora déjenme solo. Ustedes pónganse de acuerdo con este cabrón y aseguren que no nos esté tomando el pelo. Yo debo hallar dónde están los vestidores o el lugar donde ese infeliz va a estar cuando baje del escenario.
-Que no seas terco, hombre-. Pablo estaba desesperando. -Ese lugar ha de estar lleno de escoltas.
-Nada me va a detener.
Diego comenzó a caminar hacia la taquilla.
-Espera-. Ramón lo detuvo. -Si quieres acercarte a Gamaliel yo te puedo ayudar. Uno de los escoltas que contrataron para cuidarlo en los camerinos es amigo mío.