Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 33 Huir Y Enmendar

La noche le había aparecido eterna, y aún le faltaban horas para que amaneciera. Lo único que ella esperaba era la aparición de la luz solar para levantarse de ahí y huir. Aunque aún no se decidía si hablar directamente con él o dejar las cosas así y escapar. Pensó en las horas que emplearía en la discusión y en la posibilidad de que él la forzara a seguir a su lado. Lo mejor era escapar y eso ya se estaba decidiendo en su cabeza, así que se apresuró y le apartó el brazo que estaba encima suyo. lo hizo cautelosamente para no despertarlo y poder abandonar la cama que compartía junto a él sin provocar el menor ruido. 

Mientras lo hacía puso su mirada en él para verlo por última vez. Después se incorporó lentamente hasta salir de la cama. Quiso quejarse del dolor que aún le coronaba la espalda baja, pero prefirió aguantarselo. El doctor le había recomendado guardar reposo cuando salieran del hospital después del accidente. Y ante la terquedad de su marido, de viajar a la luna de miel, nada valió, ni las súplicas de su madre, ni los mareos que ambos sentían. Esa misma noche tomaron el vuelo para Acapulco.

Brenda no quería despertarlo y ahí mismo se iniciará una discusión más. Ya estaba cansada, pues durante un vuelo habían discutido más de veinte veces por la misma cosa, el mismo asunto… 

Caminó de puntillas por la habitación. Afuera la tormenta había cesado ya y no había ese brillo de luna que iluminará la noche y que se filtra por los resquicios de la cortina. Vestirse le tomó medio minuto y tomar la maleta un segundo. Contrario a él, ella había decidido no desempacar, pues ya tenía la idea de huir desde el momento mismo que tomaron el avión en el aeropuerto de Ciudad Victoria. 

No tenía idea de cómo llegar hasta el aeropuerto de Acapulco. Pero tomaría el primer taxi que se detuviera en la avenida. Debía darse prisa antes de que a Edgar se le ocurriera despertarse. En la maleta traía suficiente dinero. 

Siguió caminando de puntillas hasta la puerta, pero se detuvo; olvidaba algo. Abrió el cierre de una de las bolsas de la maleta para sustraer un papel doblado. Durante la tarde había escrito una carta de despedida. Sentía la obligación moral de explicarle todo a Edgar y de despedirse. Le dejaría el contacto de su abogado para iniciar los trámites del divorcio. Sabía que él pondría el grito en el cielo apenas leyera el mensaje. En él, le explicaba además, que su matrimonio estaba condenado al fracaso, que había sido un error casarse con él, pues no lo amaba y tampoco deseaba hacerlo sufrir. 

Brenda sabía de lo complicado de sus decisiones, pero estaba dispuesta a enmendar sus errores. Y el primer paso era separarse de Edgar y pedirle que la perdonara. Que estaba perfectamente consciente del daño que le causaba pero que debía seguir con sus intenciones. Que no deseaba hacerle más daño. Era por eso que tomaba esa decisión; abandonarlo. Que él era bueno y que debía buscarse otra mujer que si lo amara. Y no ella, que ya tenía su corazón comprometido. Que sabía que iba a pensar que estaba loca por querer regresar con Alberto cuando éste seguramente ya la despreciaba porque había sido la mujer más ruin que pudiera existir sobre la superficie de la tierra y que ningún hombre en las circunstancias de Alberto la perdonaría. Pero ella estaba decidida a intentarlo. Viajaría hasta la ciudad de Tampico para pedirle perdón así fuera de rodillas. 

Brenda estaba convencida de caminar hasta la puerta de esa habitación de hotel para salir de ahí y cerrar el capítulo de Edgar en su vida. Estaba decidida a reiniciar lo que había dejado inconcluso con Alberto. Para ello debía viajar a Tampico y luchar por él. Sabía que el asunto no la tenía fácil pues seguramente Alberto estaba decepcionado y dolido, y con justa razón él no quería volver a verla. Pero Brenda debía intentarlo. Le suplicaría. Se arrastraría si fuera necesario. Le lloraría y gritaría que lo ama tanto a pesar de las estupideces que ella había cometido. 

Brenda no tenía un plan en mente de cómo haría para convencer a Alberto pero estaba envalentonada y con las agallas necesarias bien metidas en el corazón para reconquistarlo. Ella no iba a regresar a Ciudad Victoria con las manos vacías. Alberto debía regresar a su lado, y estaba aferraba a esa idea como la última cosa qué haría en su vida. Así que ya no le dio más vueltas y se apresuró a cerrar la puerta. No pudo evitar hacerlo con fuerza. Se encogió de hombros al estremecerse con el golpe seco de la madera en el marco. ¡Con un demonio!, Si Edgar se despierta, me echara a perder las cosas. Puso el oído encima de la madera y le pareció escuchar ruidos de objetos que eran movidos. Se tapó la boca con la mano y esperó dos segundos más para comprobar si era que Edgar estaba manoteando encima del buró buscando el celular o checando la hora en el despertador. De pronto escuchó que él la llamaba por su nombre. ¡Maldita sea! Edgar se había despertado y no la había hallado al lado suyo. Por otro segundo más, Brenda quedó paralizada. No voy a volver a entrar, se dijo a sí misma. Así que se despabiló y  empezó a caminar de prisa por el pasillo. 

Pensó en los segundos que ocuparía Edgar para caminar de la cama a la puerta y asomarse al pasillo. Eran menos de los que ella necesitaba para llegar al elevador y no ser vista por él. Así que echó a correr. La maleta pesaba por lo que la impulsó hasta tenerla cubierta entre el pecho, apretándola con ambos brazos. 

Que la puerta del ascensor se abriera le pareció una eternidad. Era un hotel de diecinueve pisos. Pensó que pronto se abriría, pues a esa hora de la madrugada no había ningún alma en todo el edificio. Su teléfono móvil de pronto comenzó a sonar. Pero, imposibilitada de sacarlo del bolsillo de su pantalón, le dejó que continuará emitiendo la alarma de llamada. Con toda seguridad se trataba de Edgar, que ya se había dado cuenta de su ausencia. Por fin, escuchó el ruido del ascensor que se movía pisos abajo. 




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