-No.Él no es Pablo.
-Suéltame, déjanos salir de aquí-. Le gritó Diego tratando de zafarse del brazo del tipo que lo estaba sujetando.
-Lo siento, señorita Nereida, pensamos que este tipo era Pablo y la chica esta la muchacha que lo acompañaba.
-Esta estúpida no es la tal Natalia.
-Es que eran dos dos taxis iguales. se lo juro.
-¿Qué hay de la camioneta de Pablo?
-Acaba de llamar Felipe para decirnos que la perdieron.
-¿Cómo la perdieron? Una camioneta no se pierde así nada más.
-Una mujer en el hotel se la robó, junto con el dinero.
-¿Te refieres al dinero de mi padre?- Nereyda abrió los ojos como dos girasoles al recibir la luz del sol.
-Sí-. Respondió el matón.
-¿Te das cuenta, Roque, de lo que estas diciendo? son unos estupidos. mi papá los va a matar a los cuatro.
Roque, el grandulón, tragó saliva.
-Nunca debieron dejar solos a Felipe y al otro baboso, que no me acuerdo como se llama.
-Estamos esperando a que ellos lleguen para decírselo a su padre.
-¿Qué dices? ¿Esperar a que lleguen? Avisa a mi padre ahora mismo que ese par de imbéciles acaba de arruinar la encomienda del dinero. ¡Rápido!
-Enseguida, señorita Nereida. ¿Pero dígame, qué hacemos con estos dos?
-¿Yo qué sé?
Nereyda se dio la media vuelta y comenzó a caminar hacia la puerta.
-Necesito que encuentren a Pablo-. Dijo mientras caminaba.
Ella iba a tomar la perilla de la puerta cuando el celular de Memo, el otro pistolero, sonó.
-Espere, señorita, Es su padre-. Le dijo extendiendo el brazo.
Nereida se volvió tres pasos y tomó el teléfono.
-Papá. Estos hombres hicieron un pésimo trabajo-. Dijo casi gritando y sin dar oportunidad a que su interlocutor la saludara. -Los dos que están aquí no son Pablo y la tal Natalia, sino otros. Sí, está bien, voy a tener paciencia, pero quiero que los encuentres y que le des su merecido. ¿Qué dices? Ya te dije que es solo eso. Quiero darle un escarmiento a él y a esa muchachita, por qué de mi nadie se va a burlar. No, no me interesa en lo absoluto. Pablo, no me interesa. Así que no insistas.
Mientras Nereida tomaba el teléfono con una mano, con los ojos miraba de arriba para abajo a Diego. Sonrió con coquetería.
-No te preocupes, papá, ya sé que haré con estos dos.
Colgó y enseguida se dirigió a Roque para darle una indicación.
-Al tipo manténganlo prisionero, no le hagan nada, ni un rasguño más.
-¿Y qué hacemos con ella?- Roque señaló a Bárbara.
-Llévensela de aquí. Ella no me sirve para nada-. Nereida recalcó las palabras para sus pistoleros entendieran bien lo que tenían que hacer.
-Como usted diga, señorita-. Roque contestó con cierta lentitud en su voz y miró de forma libidinosa a Bárbara.
Diego y Bárbara también entendieron el tono de voz empleado por la muchacha y la mirada de cerdo de los tipos.
Bárbara, suspiro con mortificación. Diego la tomó de la mano.
-¿Tranquila, nena?- Le dijo en un susurro. -No voy a dejar que nada te pase. ¿De acuerdo?
-A callar-. Gritó Memo.
Enseguida, Nereida, caminó hacia la puerta con exagerada coquetería mientras de reojo miraba por encima del hombro a Diego.
-Cuando se hayan deshecho de ella vendré por él.
Bárbara tragó saliva. Profundizó su mirada en aquella perversa mujer y apretó la mandíbula.
-No sé qué es lo que quieres pero a Bárbara no le vas a hacer daño. ¡No lo voy a permitir!- Diego le gritó a Nereida.
Nereida se detuvo antes de salir y giró el rostro solo para sonreírle.
-Adiós guapo. Luego nos vemos.
Diego la miró con profundo odio y se le quiso echar encima pero los dos grandulones se interpusieron y lo echaron hacia atrás hasta estrellarle la espalda contra la pared.
-¡Dejenlo-. grito Bárbara.
Nereida terminó de salir de la habitación.
Cuando quedaron solos con los tipos, Memo tomó a Bárbara del brazo haciéndola caminar hacia la puerta. El otro tipo sujetaba a Diego contra la pared.
-¡Suéltenla! ¡No se la lleven! ¡No le hagan daño!
-¡Ayúdame, Diego!
Diego pudo ver claramente el miedo reflejado en la cara de Bárbara. Se arremolinaba entre la pared y el pecho de Roque sin conseguir derribarlo.
Nada pudo hacer para impedir que lo separaran de Barbara. Pataleó, masculló y reventó de coraje, pero los brazos de Roque eran más fuertes que los suyos. En segundos vio como Bárbara desaparecía junto al tipo tras la puerta. Volvió a gritar como loco. Roque lo derribó de un golpe en la cabeza. Fue un color sepia el que cubrió la habitación, después, paso a un gris y finalmente a un negro profundo como la noche. Diego clavó las rodillas en el suelo frente al tipo para después caer de cara contra el mosaico.