Dijiste Quererme (amores En Peligro)

Capítulo 38 Revelación

Alberto abrió la puerta del bar y le cedió el paso. Jorge entró refunfuñando entre dientes y mirándolo con directo desprecio.

- Aquí vamos a poder hablar-. Alberto pronunció con entera educación.

Jorge fue directo a una de las mesas que había pegadas a la pared y que estaba desocupada.

Se sentó de un modo desparpajado e indiferente a la presencia de Alberto, quien había tomado la silla enfrente de él.

Se acercó el mesero. Alberto pidió una cerveza oscura. Jorge miró al chico y pidió un vaso con wiski a las rocas.

En otra mesa había un alboroto de carcajadas y palabras altisonantes. Jorge clavó una vista de halcón en los tipos que reían a carcajadas, con la finalidad de no prestar atención a la mirada de Alberto que lo buscaba para comenzar a charlar.

Alberto carraspeó e hizo acopio a través de un suspiro y de acomodarse bien en el asiento para comenzar a ponerle palabras a su voz, esto a pesar de la actitud fría e indiferente de Jorge. Aunque era un momento incómodo para Alberto, de pronto sintió empatía. Ese hombre que estaba sentado frente a él con una actitud de rechazo y con la mirada más fría que el vaso con hielo que estaba llegando a su mesa en ese momento, sufría porque su esposa lo había traicionado. Alberto sabía que clase de dolor era el que estaba saltando en el pecho de aquel tipo.

-Bien-. Dijo Alberto y después volvió a aclarar la voz. -Te voy a decir la verdad. Te voy a dar el nombre del amante de Bárbara. Y espero que con eso quede saldado el asunto ese de que me quieres matar.

Jorge siguió con los ojos puestos en otro punto y con una lápida encima de los labios.

-Por supuesto que ese hombre no soy yo-. Pronunció Alberto confiriendo al tono de su voz un efecto dramático y contundente. Solo consiguió que Jorge chistara el diente, incrédulo, en un aire de hastío.

-De verdad. Lo que te estoy diciendo no es mas que la verdad. Debes creerme, hombre.

Fue en ese momento en el que Jorge, al fin, giró la cara para postrar los ojos, llenos de rabia, en la mirada de Alberto.

-Si estás tratando de engañarme, te advierto que te va a costar muy caro. Ahora si te mando directo a la tumba. ¿Me estás escuchando lo que digo?

Alberto sintió escalofríos ante la mirada pesada de Jorge y tragó saliva. Sin embargo, prosiguió.

- Viste mal. No por el hecho de que cualquier hombre esté a lado de tu esposa significa que ese hombre sea su amante.

- ¿En un baile, escapándose ella de casa, vertiendo no se que cosa en mi cerveza, creyendo que me dejó dormido?

Alberto alzó una ceja en señal de asombro.

- Mira, Jorge, no sé que clase de mujer sea tu esposa, pero yo nunca he estado interesado en ella. Y nunca participaría en algún plan, como el que mencionas.

- ¡Bárbara es una mujerzuela! ¡Una infeliz mujerzuela!

Esas palabras, aunadas al tono que Jorge había empleado, hicieron que Alberto sintiera identificarse con él, pues en su mente se había dibujado el rostro de Brenda y lo que ella le había hecho. Se sintió afín con él, compañeros del mismo dolor. Quiso decirle que la dejara, que Bárbara era de lo peor y que él no merecía estar enamorado de una mujer así, que había muchas y que la mandara al diablo por pilluela y que se buscara una mujer digna de su amor, pero no pudo hacerlo, pues Jorge interpretaría aquel mensaje como una invitación a que desapareciera definitivamente de la vida de Bárbara para dejarle el camino libre a él. Así que se aguantó la opinión y suspiró.

- ¿Y estás enamorado de ella? - Alberto se arrepintió de hacer esa pregunta cuando vio el punto más agudo en la mirada maquiavélica de Alberto, pero ya era tarde. Así que soportó el poder de su mirada y trató de simular no estar nervioso. Era cómo estar sentado frente a un matón de películas de vaqueros.

- Eso es algo que a ti no te importa-. Le respondió con acento tenebroso. -De lo único que puedes estar seguro, es que ni tú ni ningún estúpido me va a dejar en ridículo. ¡A mi nadie me ve la cara!

- De acuerdo. Estoy de acuerdo contigo en que estés ofendido y quieras cobrártela, pero no conmigo. Lo que hiciste fue una canallada. Una cobardía y fue injusto. Porque como te he estado diciendo, no soy el amante de Bárbara.

- ¿Entonces, quien? porque yo no vi a otro imbécil junto a ella, más que a ti.

- Diego, mi amigo.

A la mirada de Jorge se añadió una línea de ceja quebrada por tres arrugas. Profundizó más los ojos en Alberto, quien comenzaba a sentir la piel más frágil que la de una gallina.

- ¿Diego? - Inquirió Jorge.

Las risas de la otra mesa llamaron la atención de ambos. Pero solo Jorge puso atención un segundo a los tipos y después volvió a mirar a Alberto.

- No te estoy mintiendo, aunque me veas con esa cara.

- ¿Dónde está Diego?

- No lo se.

- ¿Como no lo vas a saber, si eres su amigo? Te ordeno que me lo digas.

- Te juro que no lo sé y eso te va a tocar a ti averiguarlo.




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