Bárbara se había pasado toda la noche llorando. Les había gritado a todos que la dejaran en paz cuando se acercaban intentando consolarla. El mismo Diego le dijo que le daría su tiempo para que se desahogara y llorara la muerte de Jorge, que comprendía que él había sido su esposo y que era lógico que se sintiera así de pésimo, porque, independientemente de lo que había ocurrido, era un ser humano y se merecía las lágrimas de ella, y hasta las de él, porque, por más rivales que hubiesen sido, jamás le desearía algo malo para él, ni mucho menos que su vida terminara de la forma en la que había acabado.
Pero Bárbara parecía no escuchar a nadie. Sus ojos estaban rojos de tanto llorar y su mente llena del sonido de los disparos que había alcanzado a escuchar cuando la sacaran del establo.
- Yo quería a Jorge. Lo amé demasiado. – dijo al fin, captando la atención de todos; sobre todo la de Diego, la miró desconcertado.
Brenda se acercó a ella e hizo por consolarla.
- Fui una estúpida. Le hice mucho daño. Cuanto desearía que el tiempo regresara y reparar lo que le hice. ¡Él no merecía morir de esa forma!
- ¿Lo amabas? – preguntó Brenda.
Pero la pregunta hizo que Bárbara se desatara en una tormenta de llanto.
- Perdóname, que pregunta la mía. Por supuesto que lo amabas, pues era tu esposo.
- Estaban separados. – intervino Pablo. – desconoces la historia, Brenda.
- Pero ve como está ella. Mira a esta pobre mujer. – insistió Brenda. - Está deshecha. Me imagino como te sientes al saber que él ya no ésta. Que el hombre de tu vida se murió. – la abrazó.
Diego trataba de tranquilizar una respiración agitada. Ver a Bárbara en ese estado y escuchar las palabras de Brenda, lo estaba haciendo que se sintiera atormentado.
Pablo se acercó a él y le apretó del hombro. Apenas iban sus labios a decir algo que lo reconfortara, pero en ese momento, la puerta se abrió, sobresaltándolos a todos. Ellas retrocedieron hacia la puerta, mientras que ellos se pusieron de frente para protegerlas.
- ¿Cuál de los dos es Pablo? – preguntó el hombre encapuchado que entraba.
- Soy yo. – respondió Pablo dando un paso al frente.
Bárbara se limpió las lagrimas para observar al hombre con pasamontaña.
- Fue este infeliz. – dijo con odio en la voz. - ¡él fue el que mató a Jorge.
Se le fue encima como una gata salvaje; huraña y dispuesta a matar.
Pero Diego la tomó de la cintura atrayéndola hacia él.
- ¡Espera! ¡No hagas una locura!
- ¡Él lo mató! ¡Mató a Jorge! ¡Le disparó! ¡Y yo lo voy a matar!
- Será mejor que la tranquilices, Diego. – dijo Pablo antes de entregarse al hombre armado.
Pablo fue conducido a otra de las habitaciones de la casa. Él sabía con precisión que sería para el encuentro pendiente que tenía con Nereida.
- Cuanto tiempo ha pasado, mi querido amigo. – le dijo ella en cuanto el encapuchado se lo puso frente a los ojos. – en ese tiempo me he enterado de algunas cosas que desconocía tuyas.
- No tenía por qué contarte mi vida. – respondió Pablo con una voz seca.
- Me ilusionaste. Y yo te creí como una boba.
- ¿Perdón? Yo nunca te dije, ni siquiera a señas, que estaba interesado en ti.
- Hay muchas formas de ilusionar a una mujer. No siempre con palabras.
- ¿De modo que es eso? Te ilusionaste conmigo. El carro no tiene nada que ver.
- El auto era el preferido de mi colección. Iba a ser para ti. Pero tu amigo lo destruyó y ahí empezó esta maldita historia.
- Nereida, mis amigos son inocentes. Si tú quieres, podemos pagarte el auto, solo déjanos seguir con nuestras vidas.
- Tu amigo Alberto lo arruinó todo. Se quedó con un maletín de mi papá. Eso lo hace culpable. Y en cuanto papá lo encuentre, comenzará a matarlos a todos.
- Pero a quien quieres es a mí, ¿no?
Nereida se le acercó observándolo detenidamente.
- No lo sé. Estaba enamorada y nunca pensé que jamás sería correspondida.
- Nereida, yo no puedo ofrecerte nada. Mis sentimientos apuntan hacia otra parte.
- Ya lo sé. Andas enredado con un tipo. – hizo un gesto de aberración en el rostro. – a ese también lo voy a encontrar y lo voy a hacer mierda.
- Él no tiene la culpa.
- Pero tú sí.
- Entonces dile a tu papá que me mate solo a mí.
- Tú serás el último en morir. Quiero que veas como por tu culpa, por tus gustos torcidos, van a ir muriendo todos. Pero, sobre todo, quiero que veas como se muere el desgraciado ese, el taxista de Ciudad Victoria.
- Nereida, el mundo no se hizo a tu antojo. No puedes forzar a que la realidad se tuerza hacia tus intereses.
- Hiciste que me ilusionara. Me hiciste creer que podría ser posible una relación entre tú y yo.