"Qué pasa si te digo
Que yo no te he olvidado
Que no aprendí a vivir sin ti"
No recordaba cuando fue la última vez que ingerí algún tipo de alimentos y mi estómago gruñía como león enjaulado, tenía tanta hambre que podía comerme el brazo de Aiden que me envolvía contra su cuerpo.
¿Se molestaría si le pegaba algunos mordiscos? Anoche no parecía haberle molestado.
La habitación olía a él, la cama olía a él, mi almohada, que era su pecho desnudo, estaba compuesta por él y yo, que desde hace años, me sentía parte de él.
Una sonrisa tonta creció y se alojó en mis labios al recordar todo lo que había sucedido entre los dos, la felicidad tan grande se quedaba dentro por despertar entre sus brazos, cerré mis ojos y suspiré, queriendo quedarme así, junto a su cuerpo, en esta burbuja donde solo existíamos él y yo... pero mi estómago volvió a sonar, tan fuerte que temía despertar a Aiden.
Intenté levantarme pero un gruñido suave y tierno abandonó su garganta, apretando su agarre sobre mí, Aiden seguía completamente dormido y se veía tan... de otro mundo, sus ojos cerrados, su respiración lenta, el aire que expulsaba que chocaba contra mi nuca, deposité un suave beso en su pecho y con delicadeza levanté poco a poco la mano que tenía en mi cintura hasta quedar libre y poder levantarme de la cama.
Aiden siguió durmiendo, debía estar exhausto si tenía casi dos noches sin dormir, por haberse quedado conmigo en el hospital la noche entera y luego por... anoche habíamos quedado exhaustos pero felices.
Tomé su camisa del suelo y me la coloqué, mis pies descalzos temblaron ante el frio del piso al bajar las escaleras, la casa, como siempre, estaba silenciosa, dejando que el canto de los pájaros entrara desde el exterior.
La casa tenía una nueva iluminación ante mis ojos, no era la casa de Hilka, ni era para Hilka, era para mí, era por mí. Aiden la había conservado durante dos años por el recuerdo de mi persona.
Ethan se iba a morir, pero no tenía mi celular conmigo, se había quedado sin batería en casa de Nancy, esperaba que ella tuviera alguna buena explicación para mi madre por mis dos días desaparecida.
Hurgué en la despensa de la cocina por algo de comer pero lo único que había era vino y whiskey... ni una sola galleta que calmase el monstruo en mi interior, si no comía algo pronto iba a caer desmayada en el suelo.
Aiden, ¿Cómo es que tienes whisky pero no comida?
Benditos escoceses y su obsesión por el whisky como si fuese agua.
Volví a subir las escaleras con una misión en mente, tenía que salir a buscar algo comestible para los dos porque apostaba lo que fuera a que Aiden también despertaría hambriento, me aseé y me cambié de ropa, volviendo a colocarme el vestido de Candice, y busqué por las llaves y la tarjeta de Aiden, tampoco había traído mi tarjeta, así que tendría que hacer uso de los fondos del escocés.
Aiden ni siquiera se inmutó, estaba sumido en un sueño profundo, su cuerpo, su rostro tenía una expresión tan pacífica y en calma que pudiese quedarme toda la mañana observándolo dormir si no fuese por el hambre que tenía.
Afuera de la casa, otro inconveniente de esperaba: La Rubicon de Aiden.... Era una bestia enorme que no estaba segura de saber manejarla. ¿Por qué tenía que tener una Rubicon en vez de un... Volkswagen por ejemplo?
Ingresé al vehículo y me quedé cerca de tres minutos mirando el volante y las palancas intentando decidir si esto era o no una buena idea, existían algunos hombres que explotaban si llegaban a tocarle su preciado vehículo sin permiso, tenía la sospecha de que Aiden no era uno de esos, era hora de ponerlo a prueba.
Arranqué el automóvil, haciéndolo andar con un poco de inseguridad, me encantaban los autos grandes, siempre y cuando no fuese yo quien los manejaba. Si llegaba a chocar, Aiden me iba a asesinar y quizá no era la mejor idea echar a andar una bestia cuando todavía tenía una herida con puntos en mi cabeza.
Si me llegaba a detener la policía yo también estaría en muchos problemas.
Tardando más de lo que una persona experimentada lo haría, logré llegar a la panadería en la que Aiden y yo consolidamos nuestra amistad en aquellas largas salidas a trotar tan temprano que se me enfriaban los huesos. Quería darle una sorpresa y llevarle un rico desayuno, antes, el que solía cocinar era él porque yo no era muy diestra en la cocina pero por una vez podía hacer lo mismo por él y ser igual de detallista.
Los señores Mackenzie estaban detrás de los mostradores como era usual, con una cálida sonrisa de bienvenida a sus clientes
— Fabiola, buenos días querida
—Buenos días, ¿Cómo están? —saludé acercándome al mostrador.
—Sorprendida, los noticieros están explotando por el matrimonio cancelado de Aiden. ¿Has visto las noticias? —la señora Mackenzie me preguntó en voz baja para que los demás clientes no escucharan
Miré hacia el piso, con una sensación de culpa dentro de mí.
—No, no he revisado las noticias.
—Llevo toda la mañana esperando a que Aiden venga pero no ha aparecido —comentó el señor Mackenzie uniéndose a la conversación.
Mis mejillas, estaba segura, debían estar sonrojadas.
—Quizá venga mañana
—¿Has hablado con él? ¿Qué fue lo que sucedió? — la señora Mackenzie parecía preocupada
Solté un suspiro y evité mirarla directo, yo no era muy buena mintiendo
—No sé mucho sobre el asunto. —respondí escuetamente, me molestaba tener que estar mintiendo
—Si te soy sincera —la señora bajó aún más la voz— a mí me gustabas más tú para Aiden que la otra a quien he visto muy poco por aquí.
Casi me atraganto con mi saliva, el señor Mackenzie miró con mal gesto a su esposa por entrometida, no estaba segura de cómo responder, por suerte, el señor Mackenzie me salvó.