Dime que te Iras (amor a lo Escoces #2)

Capítulo 27

"Sigo esperando tu regreso para volverte loca"

 

No estaba segura de como debía arreglarme o si debía de arreglarme, para el caso, me vestí y desvestí unas tres veces ante la mirada atenta de mi tía, al final, terminé decidiéndome por un pantalón ancho sencillo pero bonito, un sweater y mi pelo lo dejé amarrado en una coleta para que no estorbara, cuando el timbre del apartamento de Rupert sonó, aún estaba mirándome en el espejo decidiendo si mi atuendo era el indicado, no demasiado arreglada pero tampoco descuidada.

Nancy señaló hacia la puerta para indicarme que tenía que ir a abrir y, no iba negarlo, algo nerviosa, fui. ¿Cómo se supone que tenía que saludarlo? ¿Darle la mano, un abrazo, un beso? ¿De qué hablaría con él? ¿Cuánto tiempo se quedaría? ¿Debería invitarle un té? ¿Tendría que pagarle sus honorarios?

El Doctor Anthony Webber aguardaba fuera de la puerta, sin su bata de doctor, con traje y corbata luciendo tan formal y sexy como los hombres en traje siempre se veían.

—Hola, Fabiola, que bueno verte.

Lo miré, muda, porque el doctor corazón tenía un pequeño ramos de rosas rojas en su mano.

Ay santo.

Miré de las flores en su mano a él, segura de que mis mejillas se tornaban rosadas, me hice a un lado, permitiéndole la entrada al departamento, tomando una pequeña respiración profunda para calmar mis nervios.

—Llegaste rápido —comenté.

— ¿Cómo?

Su ceño se juntó y sus ojos se volvieron cautos un momento, mis mejillas se tiñeron siendo consciente de que quizá esa frase podía prestarse para malentendidos.

—Una hora justo —añadí señalando el reloj imaginario en mi muñeca — puntual.

—La puntualidad es importante —sonrió.

Hubo una especie de silencio incomodo cuando cerré la puerta de entrada detrás de él, nos miramos, el apartamento silencioso, las rosas aun en su mano, dio un paso hacia mí.

—Hola otra vez, me alegra que esta vez estés consciente — se acercó un poco más y depositó un beso de saludo en mi mejilla. El doctor olía bien.

—A mí también.

—Bonitas pantuflas —comentó mirando mis pies.

Seguí su mirada, joder, se me había olvidado ponerme zapatos. Mis pantuflas de Bob Esponja algo desgastadas mostraban su mejor esplendor. ¿Por qué siempre me pasaban estas cosas?

—Lo sé —dije en cambio caminando hacia la cocina, recuperando el control de la situación— Ven, pasa.

—Estas son para tu tía —Anthony me tendió el ramo de rosas y el alivio me relajó. No eran para mí— Pensé que podía alegrarle un poco el día.

—Gracias, le va a encantar, si quieres se la podemos dar ahora.

—No, mejor vamos a quitarte esos puntos de una vez. —colocó su maletín en el mesón de la cocina y lo abrió, dentro había instrumentos médicos, sacó una jeringa, una especie de bisturí, alcohol, sus guantes.

No le tenía miedo a las agujas pero estaba empezando a sentir nervios otra vez, no tenía ninguna duda en que este procedimiento iba a doler.

Anthony se dio cuenta de mi cara de angustia y sonrió.

—Quita esa cara, prometo que seré cuidadoso.

—Una vez mi hermanita se cayó, cuando aprendió a manejar la bici, y tuvimos que llevarla a colocarle puntos en su pierna, ella lloró al ponérselos y lloró al quitárselos.

Los llantos de Alicia a los cinco años todavía me atormentaban.

—¿A ti nunca te han colocado puntos? —me preguntó, terminando de acomodar sus cosas. — Ven acá, siéntate.

Tomé una inhalación profunda y aparentando valentía, me senté en el taburete de la cocina próxima a él.

—¿No hay problema si me quito el saco? —preguntó desajustándose un poco la corbata.

—No. —respondí pero no sé por qué, aparté la mirada mientras lo hacía. No era como si el hombre se estuviese quedando desnudo ni mucho menos, sin embargo, no podía evitar sentir como si existiese una intimidad extraña en el aire.

Sin el saco, la camisa de seda se adhería de manera favorable a su torso y brazos, él no era exactamente delgado, pero tampoco era gordo, estaba en un término intermedio de hombre fornido que no hace mucho ejercicio pero mantiene una buena figura para su estatura, se acercó a mí rozando mis rodillas con sus piernas y tomó suavemente mi barbilla para inclinarla hacia arriba.

Su pulgar rozó con cuidado los puntos en mi cabeza ante su mirada evaluadora.

—No lucen mal —comentó, su aliento a menta rozó mi mejilla.

Cerré los ojos porque su rostro estaba un poco, demasiado, cerca al mío y porque estar mirándolo tan de cerca, con sus labios casi al frente de mi nariz se me hacía extraño, el vello se me erizo un tanto al tenerlo tan cerca.

—Entonces, tu hermana, ¿es menor que tú?

—Sí, tiene nueve.

—¿Y tú?

Sonreí y abrí un ojo, el doctor también estaba sonriendo.

—Estoy segura de que eso lo habrás visto en mi ficha.

—Tienes razón —rio. Podía sentir sus manos haciendo sus cosas en mi frente pero volví a cerrar mis ojos sin querer pensar en eso.

—¿Y tú? —pregunté

—Tengo veintiocho. ¿Por qué? ¿Luzco más joven?

— Preguntaba si tienes hermanos —reí

—Sí, tengo dos, hermana mayor que ya me dio algunos sobrinos y hermano menor que es con quien practico mis dotes médicos de tantas heridas que se hace. Es mi propio muñeco.

—Eso suena horrible, lo de tu hermano.

Su cuerpo tembló con suavidad rozando el mío al reírse.

—Mi hermano llama al peligro, practica deportes de riesgo, así que ya te imaginarás, es el dolor de cabeza de mi madre.

—Suena como una persona agradable de conocer.

—Por supuesto, cuando quieras puedo llevarte a uno de sus eventos a que sufras junto a mi madre viéndolo con un ojo abierto y otro cerrado.

Me quedé quieta un segundo porque me daba la impresión de que Anthony me acababa de hacer una invitación a conocer a su familia.



#1064 en Novela romántica

En el texto hay: humor, drama, amor

Editado: 19.04.2022

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