"Algún día, la distancia morirá de celos, al vernos juntos"
Resulta que casarse era más difícil de lo que pensé en un principio. En las películas siempre lo relataban muy fácil.
Los protagonistas van a Las Vegas, entran en un local de Elvis, entregan sus identificaciones y listo, se casan.
En Ibiza la cosa no era igual, ni siquiera porque había un gran anuncio que decía "Casamiento comunitario"
Aiden y yo entramos, tomados de manos con toda la ilusión de poder casarnos, sin pensar mucho en la locura que estaba a punto de cometer, a algunas cosas en la vida eran mejor no darles tantas vueltas y simplemente hacerlo
Como, por ejemplo, elegir a la persona con la que pasarás el resto de tu vida.
Al entrar nos pusieron la primera traba.
Solo estaban aceptando a diez parejas y los diez cupos estaban llenos.
Aiden empezó a hablar en inglés con el juez, fingiendo no saber hablar español, usándome a mí como una traductora, explicándole que éramos turistas, que veníamos de Escocia, que queríamos casarnos en este paraíso llamado Ibiza, le contamos, entre una mezcla de ambos idiomas nuestra historia, Aiden y yo hablando al mismo tiempo sobre el por qué debía dejarnos casar hasta que, de tanto marear al señor, accedió a darnos el cupo número once
Luego, vino la segunda traba. Nuestras partidas de nacimiento. Necesitaban nuestras partidas de nacimiento no sé para qué, el pasaporte no era un suficiente.
Por supuesto, no teníamos ni la mía, ni la de él a la mano. Tampoco teníamos nuestros teléfonos para poder llamar a alguien y pedir nuestras partidas porque estábamos desconectados del mundo real.
— ¿Ves por qué siempre tener un celular es útil? — le reclamé a Aiden porque fue su idea irnos de paseo y dejar los teléfonos apagados en la habitación del hotel.
¿Que hizo Aiden?
Le pidió el celular prestado al juez. Santo, que vergüenza
El juez nos miró con cara de pocos amigos, pero nos lo prestó.
Busqué mi partida de nacimiento en mi correo, puesto que la tenía escaneada y la descargué.
— ¿Por qué tienes tu partida de nacimiento en tu correo? — preguntó Aiden, curioso
—Nunca sabes cuándo lo puedes necesitar.
Aiden tuvo que llamar a Mitch para que le consiguiera la suya, Mitch empezó a hacer un montón de preguntas, empezó a hacer reclamos por todas las noticias que volaban en Internet, pero Aiden lo ignoró.
— Mándame mi partida de nacimiento a este número. Urgente.
— ¿En qué problema te metiste que necesitas tu acta de nacimiento? ¿y de quién es este número? ¿ que sucedió con tu celular? — preguntó Mitch desde el otro lado de la línea
— Luego te explico.
Cinco minutos después, que se sintieron como una hora ante la mirada atenta del juez, Mitch envió la partida de Aiden.
Cuando pensamos que por fin si podríamos casarnos, vino la tercera traba
Dinero
Teníamos que pagar 200 € por los trámites y papeleos. Aiden tenía 20 € en su cartera y yo apenas y tenía 5€. No llegábamos a los 200 ni a las malas, y el pago debía der únicamente en efectivo porque no aceptaban tarjetas.
— ¿Podemos ir a un cajero a retirar el dinero y regresar? — preguntó Aiden perdiendo la paciencia, pero el juez negó la cabeza.
— No. Si no tienen el dinero aquí, no los puedo casar.
Joder. Nuestra impulsividad fue muy bonita para ser verdad
Una de las parejas que estaban en el recinto escuchando todo nuestro trajín se acercó a nosotros con gesto amigable.
— Tomen. —dijeron al tendernos un billete de 200€ con sonrisas radiantes — Cásense y que sean tan felices como nosotros.
Me quedé viendo el billete con la boca abierta. ¿Unos desconocidos nos estaban dando los 200 €?
—Cuando salgamos de aquí se lo podemos regresar — dijo Aiden, tan sorprendido como yo.
Los recién casados hicieron un gesto de negación
—No hace falta. Hoy es un día muy especial y no deberían dejar de casarse por dinero.
¿Quién en el mundo regalaba tanto dinero así por así? Aun así, ni por la mente se nos pasó rechazarlo.
Abracé a los desconocidos sin pensarlo y tan feliz como una lombriz. Nos casaríamos con dinero prestado o, mejor dicho, regalado por personas que ni me sabia su nombre.
Cuando se lo contara a Ethan no me creería.
Le dimos el dinero al juez y él, con su mirada de águila hizo una pregunta que me heló la sangre
— ¿Las alianzas?
Joder con las putas alianzas. Aiden se giró hacia mí con una mirada que irradiaba el "te lo dije"
— Afuera hay un señor que vende las alianzas a un euro — comentó uno de los recién casados que aún no se iban.
Tan rápido como inmediatamente Aiden y yo fuimos a comprar dos alianzas baratas con mi billete de 5€, que nos quedaban grandes y que parecían hechas de un plástico de alambre pero que no me importó porque cumplían con su función
— No puedo creer que me vaya a casar contigo con unas alianzas de mentira que costaron un euro. —Aiden miraba a las alianzas como si le pudiese dar alergia el tacto a la piel.
Escocés sifrino.
—Alégrate que tenemos una buena y romántica historia que contarle a nuestros hijos cuando nos pregunten sobre nuestra boda
Aiden dejó de caminar y se quedó quieto mirándome con ojos serios, como si hubiese caído una realización sobre él
— Nuestros hijos — repitió
Me quedó observando, saboreando las palabras, el significado de esa frase antes de sonreír, con una de esas sonrisas fáciles, alegres que irradian felicidad de él.
— Me gusta. Me gusta mucho como suena eso — comentó con la misma sonrisa tonta.
Nos quedamos en silencio, de pie, con sus ojos en los míos, los dos comprendiendo de verdad que estábamos a segundos de casarnos.
Me casaría con Aiden.
¡Ay joder pero que emoción!