Los siguientes dos meses se mantuvieron en caminos abiertos y transitados, estaban oficialmente en tierras Oni y Kouro mantenía las precauciones la máximo; durante ese tiempo la relación entre Koguchi y su maestro se estrecho, este comenzó a relatarle la historia de su familia, la misma historia que ya había escuchado de boca del general Hakai, solo que bajo su propia perspectiva.
-Maestro-se atrevió un día-quisiera preguntarle porque mercadea, quiero decir, no necesita el dinero y no puedo evitar notar lo mucho que nos retrasan esas paradas.
-Comprendo tu punto pero no estoy seguro de si sabré explicártelo-miro al cielo por un rato-¿Conoces la diferencia entre una emoción y una sensación?
-Me parece que no, maestro.
-Las emociones vienen de aquí-se toco el pecho-amor, alegría, tristeza, etc, no puedes explicarlas, solo están allí, dándole esos matices fundamentales a la vida; las sensaciones por otra parte son una cuestión entre la mente y el cuerpo, son el frio, el calor, el dolor físico, el hambre y, la peor de todas, el vacio.
-¿Vacio?
-Es lo que queda donde estaba el corazón, puedes fingir todo lo que quieras pero allí esta, demandando tu atención, quitándote el aliento hasta que das con algo lo bastante significativo para llenarlo-dio una mirada a la caja cuidada por Rina-sospecho que tu ya lo encontraste, la manera en que te has entregado a los factores, tus hermanitas, no creo equivocarme al pensar que eso te da paz.
-Mucha-admitió-¿A usted que lo llena, maestro?
-El poder-lo dijo con firmeza-cuando todo es incierto y la presión me abruma, recordarles a otros que soy superior me tranquiliza-bajo la mirada-lo malo es que demostrar poder a menudo significa cometer alguna vileza, algo que preferiría no hacer, por eso adoro el comercio, viajar sin rumbo, haciendo ganancias, es una manera de sentir que tengo poder: el de gobernar sobre mi propio destino.
-Creo entender-guardo silencio un minuto completo-maestro, yo quisiera…
-¡Mira!-no lo dejaron hablar-por fin hemos llegado.
Se acercaban a una gran ciudad en medio de la cual sobrevivía la portadora del aura de la tristeza, una niñita cuya existencia era un drama insalvable: había nacido y crecido en la mayor de las pobrezas, sin un padre que viera por ella y una madre que le trataba como si fuera responsable de sus desgracias, ella la había abandonado cuando solo tenía seis y durante los siguientes dos años vivió en las calles, subsistiendo de la caridad ajena cuando había suerte y de la basura cuando no; lo realmente asombroso es que a pesar de a ver sufrido tanto no era una mala persona, poseía un espíritu sacrificado que le llevaba a compartir lo poco que conseguía con otros desposeídos de la ciudad.
-Semejante temple es de admirar, ¿no te parece?
-Lo pone a uno a pensar…pero, maestro, si nos la llevamos, ¿Qué pasara con las personas a quienes ayuda?
-No nos interesan las otras personas, Koguchi-le dio una nueva botella-en todo caso le hacemos un favor a esa niña, su vida tendrá finalmente un propósito.
Instalaron el carromato en la plaza, donde Kouro haría sus ventas mientras Koguchi partía en busca de su nueva hermanita, ya que carecía de un domicilio fijo no fue tan fácil dar con ella esta vez pero tras un par de horas mirando por los callejones la encontró, estaba de cara a un muro, llorando; al verla Koguchi pensó que de poder el también lloraría, estaba tan delgada y pálida, era la imagen de la miseria humana.
-Hola-ella volteo y vio que tenía la cara golpeada-oh, cielos, ¿Qué te paso?-se acerco-no tengas miedo, déjame revisarte.
Le corrió el cabello, tenía un golpe bastante feo en el ojo izquierdo y por su aspecto era nuevo, su nariz parecía rota y le sangraba el labio inferior.
-¿Quién te hizo esto?
-Yo solo quería algo de pan-hablo entrecortado, como excusándose-pero me vio y…me grito-rompió a llorar nuevamente, esta vez en sus brazos-me golpeo, solo quería un trozo de pan, solo uno…
-Ya, ya-dejo que se desahogara-entiendo, fue un malvado, no debió tratarte así...oye, ¿No te gustaría salir de esta fea ciudad y no volver a pasar hambre?, solo tienes que abrir esto por mí.
Le dio la botella y puso distancia, la pequeña se quedo un rato observándole, parecía confundida pues, aunque estaba desesperada, la vida en la calle le había enseñado a desconfiar.
Editado: 11.08.2018