Era una mañana fría y neblinosa cuando Kouro decidió ir al lago, Koguchi quiso acompañarlo pero le ordeno quedarse en el laboratorio a trabajar, para lo que iba a hacer era mejor estar solo.
-¿Qué está pasando conmigo?
La lógica de las circunstancias se le escapaba, debería estar satisfecho por a ver vuelto a su reino con los dones que quería pero le basto poner un pie en la ciudadela para sentirse enjaulado de nuevo, y no tenía que ver con Hakai o Koguchi o Rin o con ninguna de las vidas que había destrozado para llegar tan alto, no, su desolación venia de más adentro, por primera vez no tenía el suficiente control y poder para aplacar el vacio de su interior y este lo estaba devorando.
-¿Por qué?, ¿Cuál es el propósito de todo esto?-monologaba sin detenerse-heme aquí, interpretando un papel dramático en esta farsa, no le desearía semejante destino vil ni a mi peor enemigo, ¿pero porque yo?, ¿Por qué precisamente yo?, ¿Los crímenes de quien estoy pagando?
No lo comprendía, al menos durante el primer siglo de su reinado le parecía estar yendo a alguna parte, con cada conquista sus tierras se expandían y su poder aumentaba, en ese entonces le era fácil dejarse aturdir por la ilusión de su grandeza, ignorando así las montañas de escombros dejadas tras su paso, pero ya no podía seguir fingiendo más, cada soldado con quien se cruzaba le recordaba sus faltas, estaba asqueado de sí.
-Si tan solo supiera como remediarlo, pero nada de lo que haga recuperara esas vidas, es más piadoso dejarlos existir inconscientes de lo que hicieron, casi envidio su estado de paz.
Paz…le era imposible decir esa palabra sin evocar su oculto significado, ¿Qué había pasado con la profecía?, ¿esa que lo señalaba como el destructor del universo?, era la razón por la que no osaba terminar con su propia vida, el destino no lo permitiría, ¿pero y si su destino estaba mal?, mientras más vueltas le daba más se daba cuenta de que vivir en paz o con problemas le daba igual, lo que anhelaba más que cualquier cosa en el mundo era libertad, la libertad que conoció con las kitsume y aprendió a amar como mercader, la libertad de definir su propio destino sin depender de nadie más y ser feliz, como su familia siempre lo había deseado.
Finalmente llego al lago y llamo a sus mascotas, Mizu y Kasai formaban parte de ese cada vez más pequeño grupo de seres que alguna vez había amado y era por ello que los dejaría ir; pinto sobre sus cuerpos símbolos de transportación y los envió a lugares que había preparado para ellos muy de antemano, en cuanto desaparecieron cayó de rodillas, el conjuro le había exigido mucha energía.
-Es tu turno-allí estaba su Tulpa-vete, lárgate a donde quieras y no regreses nunca más, es todo lo que puedo hacer por ti.
El Tulpa ladeo la cabeza como si no lo entendiera, en el brazo izquierdo llevaba atado el moño rojo de Kiori como un sentido recuerdo, cuando se dio cuenta de que hablaba en serio hizo una reverencia, dio media vuelta y desapareció entre la neblina.
Cuando se sintió mejor regreso a la ciudadela, deseaba tomar una siesta pero no pudo pues al entrar descubrió que le habían bajado de piso el estudio, sus pinturas y lienzos apenas tocados estaban acomodados en medio del laboratorio.
-¡Sorpresa!-Koguchi salió de atrás de un marco.
-Detesto las sorpresas…ya te lo había mencionado.
-¿Cuándo?
-Lo hice-no estaba de humor para explicarle-¿Qué significa todo esto?
-Tuve una idea para las nuevos contenedores pero mientras los diseño usted debe continuar la investigación, recordé que me conto como pintar le aliviaba cuando aun tenía su corazón y pensé que si funciono entonces puede funcionar igual ahora.
-No te sigo…
-Pinte en contacto con ellas, si mi teoría es correcta hacer eso le ayudara a desarrollar un mayor margen de tolerancia.
-Es ridículo-soltó-pero como ahora mismo es mi amargura la que habla quizás podría funcionar, ¿por dónde empiezo?
-Con esto-le dio un pincel con un cristal incrustado-las auras entraran en el cristal, no tendrá que tocarlas directamente.
Editado: 11.08.2018