El Lamborghini de Sebastián giró a la derecha por última vez aparcandose frente a una casa gigantesca con enormes edificaciones arquitectónicas
-¿Qué haces? -exclamó Sophia viendo la acciones de Sebastián
-Tenemos por costumbre cargar a la novia para entrar a la villa al momento de la luna de miel - respondió él mientras atravesaba el umbral.
Sophia le echó los brazos al cuello, sus pechos rozando el torso de Sebastián, su perfume envolviéndolo. Intentó no mirar su boca, intentó no recordar lo que había sentido al besarla, pero su sabor se había quedado con él. Era una potente poción, tan adictiva como una droga. Probarla una vez no era suficiente, nunca sería suficiente. Pero siempre lo había sabido. Había luchado contra ello durante mucho tiempo hasta esa noche en sus aposentos...
La deseaba, pensó mientras la dejaba en el suelo.
Anhelaba volver a tocar su cuerpo y adentrarse en su interior de una sola embestida.
La oyó contener el aliento y vio que sus pupilas se dilataban cuando sus ojos se encontraron. La barrera de la ropa no era barrera en absoluto; al contrario, era como si estuvieran desnudos.
-¿Era necesario? -le preguntó ella rodando los ojos, seguía furiosa por la discusión de ayer-
-Por supuesto -respondió Sebastián.
-Nadie está mirando ahora, de modo que podemos volver a pelearnos como siempre.
Sebastián sonrió, colocando una mano en su trasero.
- Me gusta abrazarte. Y a ti también te gusta, ¿verdad?
Sus ojos eran piscinas de un tormentoso azul.
-Esto no era parte del plan -dijo ella, pero no dio un paso atrás. Al contrario, se acercó un poco más.
-¿No? Lo habías planeado desde el principio. -. ¿Y qué mejor manera que llevándome a tu cama lo antes posible?
-Yo no he planeado nada -replicó Sophia, sin aliento-.
Sebastián besó sus dedos, con las uñas pintadas de un rosa pálido. Estaban tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo. Olía a verano, a jazmín y a tentación. El roce de su piel no debería afectarlo de ese modo, pero era como si hubiera metido la mano bajo su pantalón para tocarlo...
Sebastián inclinó la cabeza para besarla por segunda vez ese día y, por segunda vez en su vida, fue como estar en medio de un terremoto.
Sabía dulce, a algo prohibido. No se cansaba de ella. La besaba con avaricia, como una bestia salvaje y hambrienta.
El deseo lo abrumó de tal forma que pensó que iba a explotar. Sintió que ella mordía su labio inferior y le devolvió el mordisco, deseándola como no había deseado nada en toda su vida. Jamás había deseado una mujer como lo hacía con Sophia Sanetti.
Sujetando su nuca con una mano, enterró los dedos en su pelo mientras exploraba su boca con una pasión que los dejó a los dos sin aliento. Luego, jadeando, acarició su pecho con una mano, la dura cumbre apretándose contra su palma. Era tan femenina, tan suave que el deseo golpeaba su vientre.
La quería desnuda.
Quería tocar su sedosa piel, cada centímetro de ella. Quería saborear su femenina humedad, mover los labios y la lengua hasta hacerla gritar de placer. Quería enterrarse en ella, sentir que lo agarraba contrayéndose a su alrededor.
Empezó a levantar la falda de su vestido, pero de repente Sophia dio un paso atrás, cruzando los brazos sobre el pecho.
-Lo siento, Sebastián, no quiero seguir.
-Tu quieres que pase tanto como yo
Sophia se ruborizó al escuchar el tono de su voz muy cerca de sus oídos
-Eres tú quien me ha besado.
-Pero me ha dado la impresión de que a ti también te gustaba.
-No sabía qué iba a pasar cuando me besaras -le confesó ella-. Pero tal vez deberías guardarte los besos para ti mismo durante el resto del tiempo que estemos juntos.
- Me gusta mucho besarte... de hecho, me gusta mucho más de lo que había esperado. -confeso aspirando su aroma
Ella lo retó con sus increíbles ojos azul grisáceo, como un océano en medio de una tormenta.
-Entonces tendrás que satisfacer tu apetito en otra parte. No voy a ser la amante de un mujeriego.
-No eres mi amante, eres mi mujer.
-Para mí, es lo mismo.
Era más que evidente que Sophia era la única mujer que podía hacerlo perder el control. Había ocurrido en el pasado, Sebastián se culpo millones de veces por no poder contenerse y evitar sus deseos.
Dophia cerró la puerta del dormitorio y se apoyó en ella, llevándose una mano al corazón. No era capaz de llevar aíre a sus pulmones y sentía un deseo tan intenso que apenas podía permanecer de pie. Solo llevaban casados un par de días y las cosas se le estaban escapando de las manos...
Ella no quería sentir esa atracción por Sebastián, un hombre al que odiaba tanto como lo deseaba. Pero ¿qué podía hacer?
Su cerebro decía que no, mientras su cuerpo decía que sí.
Sienna se reunió con Sebastián en el salón para una celebración íntima. Elena la encargada de la casa en Provenza, lo había preparado todo y, evidentemente, el ama de llaves estaba en su elemento, con una amplia sonrisa en los labios mientras llevaba un cubo de hielo y una botella de champán.
-Lo he dejado todo preparado en el comedor -les dijo-..
- Seguro que todo estará perfecto. - asintió Sebastián sonriendo
-Gracias por molestarse tanto -añadió Sophia-. He visto el comedor cuando pasaba y está precioso.
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Editado: 04.03.2023