Esa misma noche Sophia se adentró a los aposentos de su esposo con un kimono de seda transparente, llamando la atención de un Sebastián anonadado.
El enojo se le había pasado después de tomar una ducha de agua fría, decidiendo que disfrutaría de los meses de matrimonio que le falta contribuyendo a tener un hijo del hombre que tanto ama y odia a la vez.
- Quiero que me hagas el amor.
Sebastián hizo un roce de sus labios obligándola a cerrar los ojos.
-Yo también te deseo -dijo Sebastián-. Me estás volviendo loco.
-Creo que los dos estamos un poco locos. Nos odiamos, nos deseamos...
-Es una locura -asintió él, enterrando los dedos en su pelo.
El Frenesí que existía entre ellos era magnético, imparable, creando un río de lava ardiente entre sus piernas.
Dejando escapar un suspiro de placer, Sophia se abrió para él y Sebastián jugó con su lengua, bailando con ella, enseñándole cómo le gustaba.
La barrera del delgado camisón no era barrera en absoluto para sus manos. Al contrario, el roce de la tela intensificaba las sensaciones. Pero cuando Sebastián apartó la tela y envolvió uno de sus pezones con la boca, haciendo círculos sobre la aureola, Sophia suspiró de placer, su corazón latiendo a un ritmo frenético.
-No necesitamos tanta tela -murmuró él, tirando del camisón. Sophia se sentía extrañamente cómoda sin ropa, notando cómo la devoraba con los ojos-. Eres hermosa me encantas.
-Quiero sentirte, estar dentro de ti -Sophia empezó a desabrochar los botones de su camisa, pero no llegó muy lejos con una sola mano.
-Espera un momento -Sebastian se apartó para ponerse en pie, mirándola mientras se quitaba la camisa.
Sophia seguía con los ojos cada movimiento. Era fibroso, fuerte, con un nido de vello negro entre las piernas del que brotaba su impresionante erección.
No sabía que perdería la cabeza cuando él abrió suavemente sus femeninos pliegues con los dedos para luego acariciarlos con la lengua. Su cuerpo respondía con una energía sensual que la tomó por sorpresa. Era como una ola gigante que no terminaba nunca de envolverla, dejándola sin respiración, revolcándola hasta dejarla agotada, sin aliento.
-Iré despacio -le prometió-. Eres muy estrecha y no quiero hacerte daño. Relájate, debes ajustarte a mí, no cerrarte.
Sophia suspiró de placer mientras se colocaba encima, apoyándose en las manos para no aplastarla. Le encantaba el roce de sus muslos, cubiertos de vello, y que la acariciase casi con reverencia, sin dejar de besarla, asegurándose de que estuviera húmeda antes de penetrarla y deteniéndose mientras su cuerpo se acostumbraba a la invasión.
Sophia sintió que sus músculos internos lo envolvían y se arqueó hacia él para estar más cerca... -¿Te gusta?
Sebastián pasó una mano por su pelo.
-Desde luego que sí -respondió.
Y luego, cerrando los ojos, empezó a moverse adelante y atrás, llevándola con él al paraíso.
Sebastián miraba a Sophia dormir. Estaba tumbada de lado, con la mano vendada entre los dos, el pelo extendido sobre la almohada.
Sophia abrió los ojos de repente y esbozó una sonrisa adormilada.
Cuando rozó su erección, Sebastián contuvo el aliento. Su suave piel era como un guante de seda...
Sophia sonrió mientras inclinaba la cabeza, su pelo haciéndole cosquillas en el abdomen cuando empezó a acariciarlo con la boca. Dejó escapar un gemido mientras lo lamía como un gatito, pero luego se convirtió en una tigresa que parecía querer devorarlo. Intentó apartarse, pero ella lo empujó contra la cama con expresión decidida.
-No te muevas.
-No tienes que hacerlo -dijo él, intentando recuperar el control.
-Tú me lo has hecho a mí.
-Eso es diferente -murmuró Sebastián, con voz ronca.
-Todo vale en el amor y la guerra -le recordó ella.
-¿Y esto qué es, el amor o una contienda ?
Sophia se apartó el pelo de la cara, en sus ojos un brillo travieso.
-Una guerra -respondió, antes de inclinar la cabeza de nuevo para cantar victoria.
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Editado: 04.03.2023