Los dioses han muerto.
Aunque destierro es la palabra correcta: ningún ser superior como ellos puede morir.
Siguen existiendo, pero su acceso a este mundo ya es imposible; por eso da lo mismo si dices que murieron o se esfumaron. Ya no están y solo queda la esperanza de que algún día volverán.
Ahora nadie les ofrece tributos, les reza o pide clemencia. Incluso al lugar en que se desaparecieron le llaman la Tumba de los Dioses.
Lo único que impide que se pierda la fe en ellos es que cada uno dejó su descendencia: la sombra de cada hombre es un legado de los dioses. Ingenio de Thyxo, belleza de Quilme, sabiduría de Pajve, etcétera, etcétera… Las sombras son el mensaje que dice “sí existimos, aunque ya no estemos aquí”, eso y algo más.
Según la leyenda que se transmitió por generaciones, hace casi trece décadas, cuando los dioses desaparecieron no lo hicieron todos. Hubo una que de alguna forma evitó el mismo destino que sus hermanos y que, irónicamente, se trataba de la diosa que lo escribía.
Lhidan era la diosa del destino y el tiempo, fue ella la que les dijo a todos que no quedaban más dioses, la que señaló su tumba y les dejó a cinco familias dos sombras más que las que ya poseían. Dicen que también dictó dos profecías, pero justo después también desapareció.
Las familias que tuvieron el honor de verla por última vez, se encargaron de que se conociera solo una parte del todo, lo que les parecía conveniente en aquellos tiempos de crisis y les permitía prevalecer sobre los demás; porque en ese nuevo mundo sin dioses, el conocimiento y la utilidad que se le daba era sinónimo de supervivencia.
Así es como todos los demás supieron que los dioses habían muerto. Que un elegido dentro de las cinco familias sería quien los traería de vuelta.
Esa era la única esperanza que todos compartían. Porque los humanos fueron criaturas mimadas y sin sus dioses cayeron en el caos total, del cual nunca se libraron por completo.
Aknuz procuraba el alimento de todas las personas y criaturas.
Quilme embellecía su mundo y también llenaba sus vidas de emociones.
Thyxo los dotaba de habilidades para la guerra y la invención.
Pajve regalaba conocimiento y guardaba sus secretos.
Incluso Lhidan ponía de su parte.
Ahora que las cosas no eran así se organizaron lo mejor que pudieron: vivían haciendo micro-alianzas entre familias y algunas alianzas con mayor número de habitantes para vivir cómodamente. El secreto estaba en tener al menos un legado de cada dios dentro de sus pobladores.
Por esto los legados, también conocidos como sombras, eran una de las cosas más importantes que una persona podía tener. No solo porque determinaba las alianzas, sino porque definía el futuro de casi todos.
Aknuz, dios del alimento, el agua y la tierra era uno de los más importantes; entre sus legados se encontraba la mayoría de los agricultores, pescadores y ganadores. La base de la sociedad, una parte clave e importante dentro de las alianzas, había al menos tres familias legado de Aknuz dentro de cada una.
Thyxo, diosa de la guerra y la invención, tenía legados igual de útiles ya que de ahí surgían toda clase de inventores, estrategas y, por supuesto, los cazadores. Sus sombras fueron cruciales en la Primera Gran Guerra de la Segunda Era; la cual fue producto de la confusión que trajo la muerte de los dioses.
Pajve, como dios del conocimiento y los secretos, formó junto con Thyxo las alianzas más fuertes y las sombras más relevantes. Líderes por naturaleza, reservados, con conocimientos medicinales y así como sabían muchas cosas podían ocultar tantas más.
Por otra parte, los legados del dios Quilme se repartían entre la belleza y los sentimientos. Como dios era menospreciado; como sombras, irrelevantes. Según la opinión de muchos.
En cuanto a Lhidan, como diosa del tiempo y el destino tenía la descendencia más decadente. Los que poseían sombras de esta diosa morían muy jóvenes y las pocas familias que sobrevivían formaban parte de las micro-alianzas más aisladas.
La Alianza, por otra parte, era la más importante de todas. Fue la primera en surgir, estaba conformada por las últimas cinco familias que vieron a un dios y las cuales no poseían solo un legado, como todas las demás personas, sino tres.
Las demás alianzas trataban a las Cinco familias como si fueran dioses. Lo cierto es que eran lo más parecido que tenían a una deidad. Pero ahora su poder y fuerza había disminuido mucho, quedando los resquicios de esta grandeza concentrados en una sola persona: el elegido.
Fue el rumor de que este ya estaba listo para cumplir la profecía el origen de la euforia que se vivía últimamente en las lindes de La Alianza.
Había sido convocado un grupo de veinte cazadores con el mensaje de que tenían una misión importante que cumplir al lado del elegido y que ese papel sería sumamente importante para el regreso de los dioses. Esa era la noticia que el mundo entero esperaba, ¿quién podría negarse a cumplir con tal deber?