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Estoy atada a los bordes de una silla, las sogas maltratan mis delicadas manos cada que intento zafarme de la fuerte atadura. Siento como un líquido espeso, con un olor repugnante, se desliza por mis piernas. El olor se intensifica y las náuseas hacen acto de presencia, pero ya no es solo la sustancia, hay una especie de hedor putrefacto como el que desprenden los cadáveres en descomposición.
Hay una tela mal puesta cubriendo mis ojos, que cae al suelo por un movimiento brusco de mi parte. No puedo divisar nada del entorno en el que me encuentro, todo está en penumbra, poco a poco mi vista se acostumbra a la oscuridad. Agito desesperada mis muñecas, pero solo consigo herirlas, hasta el punto de que un desgarrador ardor irrumpe en mi sistema.
Las lámparas del techo empiezan a parpadear aceleradamente, casi no distinguo nada. Se escuchan fuertes pisadas aproximándose, comienzo a alterarme y sin importar el ardor de mis muñecas las muevo violentamente. Un ataque de pánico me genera dificultad para respirar, giro la cabeza a todas las direcciones, algo me está sofocando estoy a punto de desmayarme.
El oxígeno de apoco se va desapareciendo. Me siento débil, mis parpados lentamente se cierran, pero un destello llama mi atención. Con la poca fuerza que me queda, hago un último intento, y recuerdo la táctica que utilizan en las películas. Intento levantarme y hacerme caer potentemente sobre la silla, pero nada sucede.
El destello se intensifica, parece una especie de objeto filoso, la ilusión de salir regresa y trato de caminar hacia la cosa brillante. La silla entorpece la acción que intento ejecutar, cada paso es eterno. Al llegar vislumbro un pedazo de vidrio, busco la mejor forma de cogerlo, pero solo se me viene a la cabeza tirarme hacia atrás y tratar de empuñar el cristal.
Se me complica todo al chocar mi cabeza fuertemente con la cerámica, nublándose mi vista, pero al final lo logro. Corto las sogas que me apresan, y debido al frágil estado en el que estoy me afinco de la pared más cercana recuperando el aliento.
Encuentro una puerta y me lleno de alivio, entro con cuidado, no sé si alguien está adentro. El olor que desprende esta habitación es insoportable, pero es la única alternativa, no distingo ninguna otra puerta en la que pueda entrar.
Contemplo todo la blanca habitación, tiene aspecto a morgue, y reparo en una mesa metálica posicionada en el centro. Me acerco viendo una gran bolsa negra, que con cuidado descorro, descubriendo el cuerpo causante de tan desagradable pestilencia.
Reconozco inmediatamente a la persona y el miedo paraliza todas mis extremidades. Soy yo. Observo lo deteriorado que esta el cuerpo inerte en la superficie, el pavor me supera y mi cerebro no coopera al querer grabar cada pequeño detalle.
—¡Huye! —Agarra abruptamente mi brazo— ¡Huye antes de que sea tarde! —exclama el cadáver y de la nada despliega sus parpados, dejando a plena vista la ausencia de sus ojos.
El miedo me gobierna no puedo zafarme de su agarre, es muy fuerte, me está lastimando. Rememoro lo sucedido anteriormente y el cristal aparece, aún no lo he desechado. Corto su brazo, precipitándolo lo más lejos posible, y escapo por una puerta corrediza ubicada al lado de un escritorio. El escenario cambia, ya no es un pequeño cuarto, parece la recepción de una clínica o laboratorio.
Es raro como una simple puerta corrediza puede separar dos ambientes totalmente diferentes, aunque igual de terroríficos. Veo a la habitación de atrás, inmersa en la oscuridad y olor desagradables, y luego está la habitación frente a mí con una pulcritud espeluznante y un intenso olor a antiséptico.
No hay nadie que pueda socorrerme. Solo me limito en transitar por un ancho pasillo, mientras pequeños pedazos vidrio se incrustan en mis pies lastimándolos. No percibo dolor alguno, debido a la adrenalina del momento, detengo el andar para apoyarme de una pared y extraer los pequeños cristales. La cerámica está llena de los pequeños objetos filosos y transparentes antes mencionados, pero también se encontraba dispersa la misma sustancia de cuando estaba atada.
El líquido poseía un olor muy característico; no muy fácil de olvidar, era muy viscoso como un pegamento y homogéneo. Las pisadas vuelven a escucharse pero esta vez más próximas al pasillo, doy cinco pasos y a la izquierda consigo un pasillo bastante estrecho. Camino sin mirar atrás y sin importar las cortadas en mis pies, tengo que encontrar la salida antes de que esa persona me consiga.
Encuentro varios pasillos, esto es como un laberinto sin salida, pero rendirse no es una palabra que esté en mi diccionario. «¿Qué persona construyo esto? Acaso lo diseño especial para no escapar. Si esa fue la idea, pues lo felicito, consiguió su objetivo con creces» dejo de pensar en eso y me enfoco en lo importante, salir de aquí.
Otra puerta se posiciona en mi campo de visión. Dirijo mi andar hacia la puerta apresuradamente, entro y doy dos pasos al frente, la puerta se cierra de un portazo dejándome encerrada. Intento abrirla y no cede, se trancó, le doy sucesivos golpes desesperados sin obtener resultado alguno.
El cuarto está repleto de puertas, ya ni distingo por cual ingresé, he tratado de abrir todas pero están cerradas con pestillo. Estoy entrando en colapso, cada vez me abruma más el hecho de no poder escapar. Quiero arrancarme los cabellos. Me genera cierto desasosiego el escuchar un silbido a lo lejos.