El portazo retumbó a través de la quietud. Elsa visualizó en silencio la avejentada habitación, cuna ahora de numerosas telarañas e insectos. Admiró la perfección que la cama ostentaba. Ahí yacía la misma, tan perfectamente arreglada y limpia a pesar del tiempo transcurrido a la espera de sus dueños originales, que no se sintió capaz de escapar a la urgencia de lanzarse sobre su sábanas. Los resortes rechinaron tras el impacto, pero de igual forma fueron capaces de aguantar su golpe.
Ignorando el dolor de sus heridas, la muchacha se restregó sobre la tela para sentir su suavidad en su piel. Concibió las caricias de las ya mencionadas, y disfrutó de aquel efímera ternura que desprendieron. Dejándose llevar por esto, Elsa comenzó a encogerse sobre sí misma hasta abrazar sus piernas en una posición confortable. Cerró entonces sus ojos, dejó salir un último bostezo, y se dejó acariciar por las garras del reino de los sueños.
Allí vio un mundo nuevo; una tierra de colores y formas imposibles. Oyó música que solo podía ser tocada por una orquesta celestial, conoció formas y aspectos inimaginables, cuya naturaleza escapa al poder en la mente de cualquiera. Y también recordó; pisó las tierras del reino celeste, pero en vez de quedarse sobre su santidad, prefirió soñar con el mundo que alguna vez la bendijo con felicidad. Pues había dolor donde su corazón estaba, no había rabia, ansiedad o deseos vengativos; era un sitio creado para ella, y ni el más sagrado de los cielos podrís hacer frente a eso.
La Reina danzó al son de aquella melodía, conversó con las figuras sin nombre ni voz y se bañó en la luz que iluminaba cada rincón. Ella rio, no como lo hacía al perderse en sus sangrientas batallas, sino más bien, de forma genuina y sincera. Y tras comer y beber de tal grandioso sitio, cuando creía que ya había disfrutado todo lo que había para ofrecerle, ella lo vio; caminando hacia ella, con una enorme sonrisa y un tapado de pieles, reconoció a aquel joven que incluso en sus sueños parecía seguirle.
Él le saludó con una reverencia, mas ella no puso como responder. En su interior, Elsa no quería más que correr y abrazarle como nada más que una niña enamorada. Sintió aquello que por tanto tiempo ignoró; la necesidad de regresar a los tiempos más sencillos, donde todo lo que le importaba era sentir el latir de su corazón junto al de su amado. ¿Pero cómo podría volver a hacia atrás? ¿Cómo es que alguien como ella podría siquiera pensar en una felicidad semejante? Si es que, ante los ojos de su decolorado mundo, ella no era más que un monstro, una criatura forjada por el odio y la miseria que no merecía perdón alguno. Mas esto no quería decir que no pudiese desearlo.
No se atrevió a moverse. Su cuerpo permaneció congelado en el memento, oyendo con su aguda audición la música poco a poco se apagaba. Añoró las caricias de la visión que frente a ella se desvanecía, y sintió el arrepentimiento de no lanzarse a su encuentro. Tras esto, vio el infinito vacío de negrura, aquel que con indiferencia tragó el paraíso formado para ella. Ahí estaba ahora el silencio y la quietud, más no la paz ni la tranquilidad, pues a cada instante, pudo sentir el lento regreso del ardor a sus carnes.
La Reina arrugó el semblante antes de abrir sus ojos. La oscuridad de la noche, misma que se escurría a través de las grietas en las paredes, se había apoderado del cuarto. Las ventanas eran su único enemigo, pues sus empañados cristales permitían el paso a la tenue luz de la luna. En ella se bañaba la dama sangrienta, cuales brazos y piernas abrazaban con dependencia la tela de las desgastadas almohadas, esperando con futileza a que las mismas pudiesen devolverle algo de ese inocente cariño. Mas bien sabido tenía ella que no eran las caricias de una almohada lo que en verdad deseaba.
Dura era la verdad de haber regresado al inmisericorde mundo real. Elsa dejó salir un suspiro. Sintió de nueva cuenta el dolor naciente de sus heridas; las grietas que rasgaban su alma y le recordaban la inevitable verdad que vivía. Ante tanto, se vio frente a la necesidad de contemplarlas, de ver con sus propios ojos aquello que la atormentaba. Y, a diferencia de lo que creía el Rey, tal calvario no era hijo de su última batalla, sino más bien, algo mucho más grave.
Con sus dedos acarició el borde de sus guantes, alcanzando a desprender los engastes y separando el metal de su carne. Revelando así el secreto que solo ella conocía. A la vista estaban, traspasando su pálida piel con aquel apagado color azul, sus palpitantes y desgastadas venas. A la altura de sus muñecas yacían además incontables aberturas, sitios de donde habían emergido los poderes de la Reina, y de donde brotaron incontables litros de sangre.
Era una escena grotesca. Ella podía ver su interior a través de los agujeros, podía ver el fluido correr sin la intención de abandonar su sistema. El ardor era punzante, como si se clavasen en su piel un millar de agujas y continuasen moviéndose al son de su respiración. Tal fue su impresión al contemplar tal imagen que de inmediato arrancó dos pedazos de la sábana y vendó las zonas sin ningún cuidado. Su intención no era la de curarse, sino más bien, de ocultar el hecho; de negarlo, como si intentase solucionarlo de tal modo.
—Maldita he sido una vez más —susurró a su soledad—. De ver mi inminente final, de saber que tras tanto abuso de mis dones, mi cuerpo acabará por sucumbir al fin.
De nueva cuenta se dejó caer sobre la suavidad del colchón. Volvió a abrazar las amarillentas almohadas, e imaginó el bello paisaje que de sus sueños nacía. Deseó para sus adentros el jamás separarse de aquella visión; de perderse en sus ensoñaciones y caer en una fantasía de la que jamás pudiese despertar. Se encomendó a cualquier enviado celeste que desease velar por ella para que, como mínimo, hiciese de aquel momento algo un poco más real. Mas como ya podía imaginarlo, no había presencia que quisiese darse a su disposición.
#7382 en Fantasía
#15090 en Novela romántica
pareja rara, drama amor muerte tristeza, drama adolescentes amor imposible amor
Editado: 31.07.2023