Divorcio por el contrato

Capítulo cinco.

Aquí no pasó nada.

Tan desconocidos como siempre.

-Santiago Berti

 

Capítulo cinco.

Mis pasos son apresurados al entrar a la empresa, me dirijo directamente al ascensor con la frente sudándome y los nervios incontrolables. El vestido holgado que me llega hasta un poco más abajo de la rodilla completamente blanco me hace sudar un poco, solo me salvo porque es de tirantes.

La primavera es mi estación del año favorita, y en Londres es perfecta con el clima templado. No hace ni frío, ni calor. 

Últimamente me siento cansada por hacer un mínimo esfuerzo, pero el hecho de estar embarazada tiene que ser una razón. 

Mis botines con poco tacón resuenan en el limpio piso de su empresa cuando el ascensor me deja en el nivel donde se encuentra su oficina, su secretaria al notarme se levanta enseguida y camina hacia mí.

—Señora Müller, que bueno verla nuevamente —sonríe.

Pese a mi furia, relajo mi rostro y le brindo una sonrisa.

—Teresa, linda, te he dicho que me llames por mi nombre —le dejo un abrazo y un beso en la mejilla, ríe tímidamente provocando que mi enojo se disipe un poco más—. ¿Cómo has estado? ¿Te trata bien el idiota que tienes de jefe?

No entiendo por qué cojones siguen relacionándome con él, nuestro divorcio fue anunciado apenas cumplimos el año en diciembre. Sí, todavía sigue siendo un tema del que hablar por ahí, pese a eso, es tiempo suficiente para asimilar que ya no soy la señora Müller. 

Ya no soy su esposa.

—Oh, su esposo es un gran jefe cuando no está de mal humor —ríe, carcajeo divertida por su comentario. 

—¿Cuándo no está de mal humor? Oh, linda, lo siento tanto por ti. Eso significa que soportas demasiado, porque nunca está de buen humor —asiento apretando los labios sin dejar de sonreír, Teresa deja salir una última risa antes de acercarse a su escritorio al recibir una llamada—. ¿Dónde está él? ¿En su oficina?

Niega, tomando la llamada. Se presenta y vuelve su atención a mí tapando el auricular.

—Se encuentra en una reunión con algunos socios, creo que planean inaugurar otra compañía fuera del continente —abro los ojos.

Le había preguntado una vez la razón por la que no tenía más compañías en otro continente, era muy conocido en Europa. Tiene varias compañías con su apellido en alto por muchos países que conforman Europa, pero nunca se había decidido a salir del continente.

¿Qué lo habrá motivado? 

Le aviso a Teresa que lo esperaré, tomo asiento en su silla soltando un suspiro. Quiero quitarme el sostén, me duelen los senos y creo que están más grandes, al igual que mi panza. En esta misma semana tengo cita con el obstetra, quiero saber si todo está bien con el niño. Quizás pueda saber ya el sexo del bebé.

Siento algo vibrar en mi cartera, saco el celular con las cejas fruncidas. Relajo el ceño, es un mensaje de Axel.

¿A qué hora es la cita? Todavía no termino aquí, tarada.

Hago una mueca, joder, no quiero ir sola con el médico. Trago saliva tecleando con cuidado y mordisqueando mi labio. Le escribo que la cita es a las tres de la tarde, apenas son las once, tal vez pueda salir temprano de dónde sea que esté. 

Ha estado muy ocupado llevando cuadros de allí para acá, le gusta pintar y creo que los lleva a algún lugar para vender sus pinturas. Pero jamás me ha llevado, así que no sé dónde queda y dónde está él justo ahora.

Paso mi mano por mi vientre mientras miro el "escribiendo" en su chat, relamo mis labios toqueteando mi barriga. Bajo la mirada, sonriendo.

Intentaré llegar, no te dejaré sola.

Siento que le doy responsabilidades que no debería de tener, pese a que se ve feliz acompañándome a las citas y ayudándome a elegir un nombre, no dejo de sentir que lo estoy forzando con algo que no debo.

Todo eso no debería de hacerlo él, sino Arthur.

—Señora Müller —alzo la mirada, Teresa me mira fijamente. Sus ojos van a mi mano descansando en mi vientre, trago saliva levantándome—. Puede esperar al señor en su oficina.

Se hace la que no vio nada, y muy en el fondo lo agradezco. Solo espero que no se haya notado mucho, suspiro apretando mi celular en mi mano y caminando a su oficina. Al entrar, el olor de su perfume me recibe, inhalo sintiendo mis músculos relajarse y mis pensamientos dispersarse.

¿A qué venía?

Me encamino a su escritorio, dejo la cartera en una de las dos sillas que tiene delante para recibir a personas. Descargo el celular en la mesa, la cual rodeo hasta llegar a su silla; me siento en ella tirando mi espalda hacia atrás. Muerdo mi labio inferior, checando la foto que tiene en el escritorio. 

Frunzo los labios, ¿es una foto mía? 

—Veo que te acomodas —alzo la mirada.

Seguía confundida con lo descubierto hace poco, pero su sonrisa en los labios y el brillo en sus ojos, joder. La última vez que lo vi estaba muy guapo. Justo ahora está guapísimo, esa barba no le cae nada mal.

—¿Por qué tienes una foto mía aquí? 

Muevo el retrato, se acerca con las manos en los bolsillos, se planta delante de mí aún el escritorio distanciandonos. Al tenerlo enfrente todo lo que una vez pasó entre nosotros llega a mí, y con la misma fuerza de besarlo justo ahora.

Sus labios se entreabren mientras cierra los ojos y respira de una manera bastante alargada. Relamo mis labios, observando cada detalle de ese rostro. Las largas pestañas haciendo juego con sus cejas peinadas y gruesas, sus labios rellenos e hidratados tentándome a besarlos. Las hebras de su cabello que tapan un poco sus orejas, ¿se ha dejado crecer el cabello a caso?

¿Es que nada puede quedarle mal?

Ton odeur m'a manqué, mon amour —dice con tan solo abrir los ojos.




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