Divorcio por el contrato

Capítulo dieciséis.

Hay partes de mí que solo existen

cuando estoy contigo.

-Ron Israel.

Michelle Stone.

Estaba esperando una respuesta, pero sencillamente no podía dársela.

La conversación con Frida vuelve a mi cabeza martillando todo pensamiento sensato.

"No se dieron la oportunidad. Ninguno de ustedes se dio la oportunidad, y por ese error pueden perderse. Evítalo, Michelle."

¿Evitarlo? ¿Qué hago?

Vuelvo la mirada a él, sus ojos azules pidiendo una respuesta. Algún gesto que lo sacara de la incertidumbre y de paso le devuelva el aliento. Relamo los labios, mirándolo de arriba abajo.

Se ha cortado el pelo pero la barba sigue ahí. Está ojeroso, sigue teniendo las malditas pesadillas, eso es obvio.

Dios, solo quiero abrazarlo. Lo necesito tanto.

—Michelle...

Ante mi silencio que parece torturarlo, habla. Relamo mis labios volviendo la mirada a sus ojos, estaba ansioso.

Muy ansioso.

—No te pedí el divorcio porque se haya cumplido el tiempo acordado, te pedí el divorcio porque te quiero —empiezo desde mi primera mentira.

Arthur Müller permanece callado y quieto, quizás procesando las palabras que acabo de soltar. Ante su confusión sigo con mi confesión, tenía que tomar valentía ahora que la tengo.

—¿Tú...?

—Comencé a involucrar los sentimientos meses después de firmar el papel, ¿cómo no hacerlo, Arthur? Pese a tu indiferencia y frialdad, estás ahí. Y tú eras lo único que tenía en ese entonces, lo único que podía tocar sin un vidrio de por medio —susurro lo último para mí, pestañeo quitando todo rastro de lágrimas—. Me gustas y te quiero. Tuve miedo de que eso me trajera problemas...

—¿A qué te refieres? —averigua.

Trago en seco. Me siento en la cama, acomodando mi gordo trasero con pesar. Dios, estoy más rellena.

—Especificaste no involucrar sentimientos en el lapso de tiempo que estuviéramos juntos, Müller. No quería ir a la cárcel...

—¿Crees que te habría mandado a la cárcel, Michelle?

Guardé silencio, no lo creía del todo, pero el miedo pudo más conmigo.

—He visto cómo te comportas con tus rivales. Cómo lo sacas de la ecuación sin importar nada, cómo jodes a las personas que te joden a ti. Tuve miedo de que hicieras lo mismo conmigo.

Agaché la mirada silenciando un sollozo, escucho sus pasos para luego sentir que se sienta en la orilla de mis pies. Levanto la vista con los ojos ardiendo por las lágrimas retenidas.

—Tú no eres mi enemiga, Michelle. ¿No pensaste eso?

—No, Arthur. Era un negocio, era la otra parte de un negocio que tú mismo planteaste. ¿Qué creías que pensaría cuando sé perfectamente que era un negocio? Que me joderías de una y mil maneras como lo has hecho con otros.

Gruñe negando, resopla alejando sus cabellos de su rostro en un movimiento desesperado. Tiene el ceño tan fruncido que sus cejas se vuelven una.

—Mierda, no. ¡Yo jamás te haría daño, Michelle!

—¡No lo sabía, Arthur! ¡No confiaba en ti y no te conocía!

Dejo caer mi espalda, cansada. Cierro los ojos unos segundos mientras siento sus caricias en mi panza, el toque es eléctrico. Me hace abrir los ojos con lentitud en sorpresa.

Estaba cansada, pero tranquila. Le había dicho en voz alta que lo quiero sin miedo a no ser correspondida.

—¿Estás bien? —interroga, angustiado de mi estado.

—Solo quiero dormir un rato y... oh, quiero galletas saladas —sonrío.

Él me observa con los ojos brillosos y agrandados, ocasionando que me encoja en mi lugar por la intensidad de su mirada. Analizo su rostro, sin poder evitar una pequeña sonrisa ante el hecho de que lo tengo cerca.

—¿Esos son antojos?

Asiento, suspirando.

—Uno de los tantos —bufo—. Cuando no es jugo de frutas, son otras cosas raras.

Carcajeo recordando el pescado al que estuvo Axel obligado a cocinar a pesar de que no le gusta tal alimento.

Mi sonrisa crece al escucharlo reír junto a mí, él sin saber estaba formando parte de un suceso respecto a su hijo.

—¿Ahora odias los camarones? —hago una mueca lastimera.

—Me provoca vomitar —hago un puchero, soltando el aire—. ¿Puedo irme a casa?

Asiente, sin dejar de mirar mi panza crecida.

—Ya escuchaste a la enfermera. No puedes alterarte —dibuja círculos en ella como distracción—. Michelle, yo...

Sus dedos se mueven. Quedo sin aire, bajando la mirada a su mano derecha, donde en el dedo anular descansaba aún el anillo que alguna vez tuve que darle en silencio y frente a un juez.

Su caricia en mi vientre no cesa, y parece agradarle a mi pequeño porque en cuestión de segundos un movimiento de parte de él hace a Arthur abrir los ojos en grande y a mí sonreír.

—¿Acaba de...?

—¡Sí! —carcajeo, tomando su rostro en un impulso—. ¡Acaba de moverse, mi amor! —pego mis labios a los suyos.

Un jadeo de sorpresa escapa de su boca al introducir su labio inferior entre mis dientes. Paso mis manos por su nuca y cabellos, agradeciendo volver a tenerlo tan cerca como para saborear sus labios. Nos separamos al momento del aire faltar en nuestros pulmones, distribuyo pequeños besos en sus mejillas riendo y llorando de la emoción.

No es la primera vez que se mueve, pero sí la primera vez que lo hace estando él.

—¿Mi amor? —relame sus labios.

Imito su acción.

—Me dejé llevar, lo siento —carraspeo.

Él asiente tragando saliva, rasca su mejilla aparentemente incómodo.

—Él no me cae bien, pero no es de hombres meterse en una relación —evito reírme.

Arthur verdaderamente cree que Axel y yo tenemos algo.

—Entiendo, gracias.

La enfermera entra pidiendo permiso, me revisa por última vez y me dice que puedo irme. Solo que tenga cuidado, Arthur sin pedírselo me ayuda a levantarme y prepararme.




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