Doce años y un día

III

El Lyceum club

 

La tarde caía sobre Madrid proyectando largas sombras en las avenidas. Parecían edificios duplicados que posaran sus negras siluetas sobre las paredes de enfrente. Elena Sánchez Luján camina apresurada entre la muchedumbre sorteando puestos callejeros, transeúntes que en pequeños grupos se detienen a charlar, parejas que avanzan lentamente, el dependiente de la sombrerería echando el cierre al negocio con estrépito de cerrojos y cortinas metálicas. Temía no llegar a la hora prevista a pesar de haber salido de su casa con lo que ella consideró tiempo de sobra, pero la ciudad se mueve con la parsimonia de un diplodocus, completamente ajena a su prisa, de manera que su paso se ralentiza continuamente especialmente en los cruces donde se amontona la gente a la espera de que pasen los coches, también éstos con lentitud exasperante, algunos como si desfilaran, atiborrados de ocupantes que hacen sonar la bocina con toques sostenidos de alegre fanfarria al tiempo que agitan banderas como un año atrás, cuando festejaron ruidosamente la proclamación de la República.

La respiración cada vez más agitada, el paso un poco más rápido ahora que puede, ahora que por fin ha superado el embotellamiento de la Gran Vía y avanza por calles despejadas. Sus tacones golpean firmemente el pavimento apresurando el ritmo de su zancada, casi ya convertida en trote ligero que hace volver la vista a varios transeúntes. A lo lejos ya divisa un grupo de mujeres. Calcula que serán algunas de las asistentes al acto que se han detenido a saludar antes de entrar en el salón del Lyceum. Aminora un poco la marcha, no quiere llegar hecha unos zorros, con el trabajo que le llevó componerse, intentando aparentar una elegancia casual de las que caen repentinamente sobre una sin buscarla, de forma improvisada y sin embargo siempre acertada, lo cual fue bien difícil habida cuenta de la escasez de su vestuario y la necesidad de no llamar demasiado la atención. A medida que se va acercando, su corazón se encoje, el coraje la abandona y se le pasa por la cabeza girar sobre sus talones y volverse a su casa. Pero ya es imposible. El fotógrafo le hace señas desde la entrada para que se apresure. Elena agita la mano y corre hacia él cuando comienza a notar que las medias supuestamente indesmayables, como prometía el anuncio publicitario, se van arrugando a la altura de los tobillos.

—Venga, guapa, que nos dan las uvas.

—No seas caga prisas —le espeta Elena visiblemente enfadada. El fotógrafo se queda sorprendido pues no le conoce el genio, pero se tendrá que ir acostumbrando. No será la última vez que trabajen juntos.

El salón presenta un aspecto deslumbrante. Algún cursi dirá que se nota la mano femenina en la organización del evento y será que solo se ha fijado en la decoración floral. Efectivamente, elegantes jarrones rebosantes de rosas rojas flanquean el escenario. En el centro simplemente hay un atril detrás del cual en breve aparecerá primero la presidenta del Lyceum, María de Maeztu, y después la invitada, esta tarde Clara Campoamor, cuyo nombre está en boca de todos. Todavía resuenan los ecos de sus encendidos debates en las Cortes solicitando el voto de las mujeres y su enfrentamiento dialéctico con Victoria Kent, tan cacareado en la prensa. En aquellos días fueron la comidilla de muchos tabloides que siguieron pormenorizadamente el desarrollo de las sesiones parlamentarias, algunos incluso acompañaban la noticia de caricaturas que dejaban a las damas no muy bien paradas. Las mentes españolas no estaban preparadas para tanta novedad, y realmente lo era ver a dos mujeres expresando sus ideas en un lugar de sacrosanta masculinidad.

El público acude lentamente. El aforo se va completando. Desde su inmejorable posición de periodista acreditada, Elena observa la llegada de algunas señoras. Muchos de estos rostros le resultan familiares, alguno incluso logra identificar con nombre y apellidos. Son las modernas de Madrid, la vanguardia femenina en plena conquista de espacios. En ese momento entra María Lejárraga, más conocida como María Martínez Sierra. Casi toda su obra literaria la ha publicado con el apellido de su marido e incluso, se dice, que la mayoría de las obras de su esposo en realidad son suyas. En este Lyceum club tiene el honor de dirigir la sección de literatura. Llega acompañada de una joven muy solícita que prácticamente va apartando a todo el mundo a base de discretos empujones para acomodar a María en una buena localidad. Poco después aparece Maruja Mallo, la pintora vanguardista, también ella nimbada de modernidad.

Junto a Elena se ha sentado una mujer alta y elegante. Su cara le suena pero no es capaz de identificarla. Se fija en su vestido estampado de corte camisero ceñido a la cintura y sus bonitos zapatos de dos colores anudados en el empeine, de tacón ligeramente más alto que los que usan las demás. Sobre la cabeza un casquete muy chic apenas deja escapar unos mechones ondulados. Nada más sentarse se vuelve hacia Elena y la saluda con una amable inclinación de cabeza. Su rostro perfectamente maquillado esconde la edad con gran acierto, sin embargo, su sonrisa delatora deja entrever algunas arrugas alrededor de los ojos, demasiado evidentes. No se diría que ha entrado en la madurez, pero tampoco está muy lejos de ella, tal vez la alcance dentro de poco a pesar de su tenacidad coqueta y de ese estilo juvenil que le resta años y levanta puentes sobre el tiempo. A Elena le sorprende lo inusual de su atuendo, hubiera dicho que es extranjera. Lo cierto es que no lo es, pero su aire cosmopolita no cuenta con demasiadas réplicas en esta España mojigata. Es difícil encontrar incluso entre estas modernas madrileñas un estilo tan desenfadado. El suyo, Elena muy pronto lo sabrá, no hay que buscarlo allende las fronteras, simplemente procede del norte, de las playas de Santander, y ha llegado hasta este páramo con remembranzas de veranos al borde del mar, de brisas marinas que ondulan las telas livianas, de baños de olas, de casetas rayadas, de arena dorada.



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En el texto hay: feminismo, guerra civil, masonería

Editado: 17.12.2019

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