Jenks König.
La semana siguiente a la reunión con los líderes todo es bastante tranquilo, aunque nos encontramos más involucrados en los asuntos de la familia nada ha cambiada en realidad, estudiamos diferentes negocios y creamos soluciones para otros, pero el verdadero trabajo como líder no comienza aún.
El sudor baja por mi espalda, mis brazos, mi frente y empapa mi ropa, mis nudillos están algo heridos por los golpes que he dado contra el saco, aunque debería protegerlos no estoy acostumbrado, el dolor que se adueña de mi mano logra tranquilizar mis pensamientos.
Son las once de la noche y todo se encuentra bastante tranquilo, la mansión está casi desolada, los líderes han salido para asistir a una cena benéfica, producto del lavado de dinero.
Creo que llevo suficiente tiempo aquí, así que después de un par de golpes más me dejó caer sobre el ring.
No he parado de analizar toda esta situación, sé lo poderosa que es la alianza y también sé lo frágil que puede volverse, no tenemos la certeza de que todo durará como hasta ahora, quizá termine mañana o en dos años, o jamás.
Competir por ser digno de guiar los negocios turbios de la familia no me interesa, nunca lo ha hecho, ese ha sido el sueño de Amelie desde siempre. Yo solo quiero perderme en el mundo cómo alguien diferente, no quiero ser Jenks, el heredero de una gran mafia.
Aún así sé que no es posible, ese peso ha estado sobre mis hombros desde que fui concebido, echarme para atrás significa darle la espalda a la familia y eso solo se traduce en traición.
Cuando éramos solo niños todo era más difícil, nos enseñaban a ser líderes duros, imponentes y para un niño es mucha presión, más aún si no tienes en quien apoyarte. Amelie era mi pareja, mi complemento; el que nuestra relación se quebrara solo lo hizo más difícil y eso solo se debe a la alianza.
Escucho unos pasos lentos acercarse a mi y rápidamente mi cuerpo se pone alerta, me levanto casi por instinto y de forma automática mi cerebro comienza a idear un plan de huída, pero la figura pequeña de Rebeca hace que mis músculos se relajen.
La veo caminar un poco insegura, con su cabello negro cayendo a los lados de su cara y ese enorme suéter que llega hasta sus muslos, me mira con algo de diversión, pero no creo que entienda la adrenalina que recorrió mi cuerpo en tan poco tiempo. Llega al borde del ring y con un movimiento me pide que la ayude.
Tomo su mano y de un tirón la ayudo a subir, frente a mí se ve pequeña, incluso frágil, pero su sola presencia causa estragos en mi interior.
-Hola, Jenks -me sonríe.
-Creí que dormías, es tarde -tomo asiento con mis rodillas flexionadas y la invito a hacer lo mismo.
-Buscaba un poco de té, hoy hace un poco de frío.
-Siempre hace frío.
No me mira, sus ojos se mantienen en sus dedos que juegan con un hilo de su manga, tiene un mechón de cabello detrás de su oreja y las mejillas sonrojadas. Es realmente difícil no gustar de ella.
-Escuche algo cuando venía hacia acá -sus ojos suben a mi rostro- hablaban de los próximos compromisos.
Mi cara permanece sería, imperturbable, pero no sé que sentir respecto a eso. Los líderes se encargan de escoger nuestras parejas y crean un compromiso que dura hasta que nos posicionemos como los siguientes líderes. No es una cuestión de amor, es solo parte de la alianza. Miden nuestro compromiso con el negocio, nuestra lealtad como personas.
El mensaje es simple, si le faltas el respeto a tu compañero de vida, lo harás con tus socios, porque ellos valen menos que eso.
-Me alegra saber que me comprometeré contigo -continua a falta de una respuesta- lo hace más fácil el saber que somos amigos.
Quisiera decirle que es así, que a mi igual me alegra, pero estaría mintiendo y odio hacer eso. No es un secreto mis sentimientos hacia ella, así como tampoco lo son sus sentimientos hacia Pierce, su alegría me resulta falsa y egoísta.
-No digas eso -detengo sus falsas declaraciones.
Ladea su cabeza en un gesto que resulta inocente, luego extiende su mano hacia mi, tocando mis nudillos y de forma automática los alejo.
-¿No te alegra que estemos juntos? -sonrie.
Veo como poco a poco esa imagen angelical se agrieta, su sonrisa solo se hace más grande.
-No estamos juntos, Rebecca.
Esta actitud de buena novia que toma cada vez que quiere tenerme a su conveniencia, mas que lastimarme me enoja, porque sabe perfectamente lo que sucede y no se esfuerza ni siquiera un poco en ser empatica. Si, aaron tiene razón, es una pequeña vibora.
-Pero lo estaremos -sus dedos suben un poco más por mi brazo- ¿No es así?
Se acomoda sobre sus rodillas, quedando así a mi altura y de forma suave, casi perezosa, pasea sus pequeños dedos por mis brazos causándome escalofríos, toca mis hombros, mi cuello, baja nuevamente a mi mano y juega con mis dedos repitiendo la acción un par de veces, entonces detiene sus manos en mi cuello.
Veo sus intenciones, la tensión es palpable en el aire, el espacio que nos separa se ha reducido poco a poco y realmente quiero detenerla, pero me resulta tan difícil. Entonces, como si de un milagro se tratara un ruido escandaloso nos alerta, giramos nuestras cabezas hacia el causante y un Aarón despeinado nos sonríe.
-Es algo tarde, Jenks -su mirada me reprocha en silencio- Rebeca, cariño, tu madre te busca.
Ella asiente de forma lenta y con calma se levanta de su lugar, me mira desde arriba, acaricia mi cabello y camina a la salida.
-Nos veremos después, Jenks -mira un poco apenada a mi amigo- adiós, Aarón.
-Descansa bien, inocente palomita.
Cuando la puerta ha sido cerrada su reproche se hace más evidente, suspiro con cansancio.
-Esa niña solo sabe causarte líos -sube de un salto al ring- no puedo creer que debas casarte con ella, es una víbora.