Doncella de Hierro

Dama de Hierro / Doncella de Cristal

Encerrada en su torre de cristal, la doncella, bajó de su corcel y enfundó su espada.

Había sido un día de dura lucha, contra las criaturas mitológicas que amenazaban su pueblo.

Una a una, acabó con todas ellas, devolviéndole la paz a los aldeanos.

Celebró con ellos su victoria y regresó a su alejada torre, con una sonrisa en el rostro, asegurando que todo estaría bien.

La reina airosa con su triunfo, le dio su bendición y la promovió a caballero sagrado, con la promesa de que mantuviera a las bestias alejadas y luchara con cada acontecimiento que perturbara la armonía de la aldea.

Dichosa y conmovida ante tal voto de confianza, la doncella aceptó el reto y el reconocimiento, aunque en lo más profundo de su ser, lo sintiera inmerecido...

Fue entonces, que, en la soledad de su castillo, se cuestionó si esa había sido una buena decisión.

Velar por el bienestar de los demás, era una responsabilidad muy grande. Una tarea difícil, mas, ella como la joven doncella, que era, no debía pecar de pretenciosa y darse ínfulas de grandeza.

La labor que le había sido encomendada, no era nada más de lo que era capaz de hacer.

Hazañas más peligrosas eran encomendadas a caballeros más nobles; que aceptaban su deber con humildad y resignación.

La doncella, soñaba con ser una décima parte siquiera, de lo valiente, generosos y grandiosos que eran aquellos héroes.

Mas, derrotada y apenada, vio ante sus ojos ese sueño desvanecerse.

Encerrada, en la soledad de su torre, caminó por los lúgubres y gélidos pasillos, despojándose de sus prendas al pasar.

Paso con paso, tras de sí caía, su armadura, el casco, el escudo; haciendo ruido el metal al impactar contra el delicado suelo.

Puntiagudos y sobresalientes, finos trozos de cristal lastimaban sus pies, que descubiertos recorrían el frío piso, roto, por su descuido al desprenderse de su coraza.

Desnuda, herida y vulnerable se detuvo ante el espejo mágico.

Lágrimas negras como el hollín surcaban su rostro pueril, marchitándolo, así como todo lo reflejado en el artilugio.

El espejo, un regalo de la magnánima y caritativa reina, reflejaba el interior de las almas de aquellos que buscaban saber su verdadera naturaleza.

Los corazones puros y bondadosos, verían en el él, las recompensas que les deparaba el futuro, consecuencia de sus acciones altruistas y sus sentimientos límpidos de rencor y de todo mal pensamiento.

La doncella entre sollozos ahogados, contorsionó el rostro.

¿Por qué, incluso después de cada batalla, en la que se esforzaba por ser un mejor ser humano, el espejo seguía retratándola así?

Con la angustia apretando su pecho, observó la figura oscura y agusanada frente a sí.

Sus ojos no eran más que pozos negros, desprovistos de toda ilusión. Su corazón descubierto, no bombeaba más que veneno por sus venas secas y arrugadas.

Guijarros de piel, colgaban por sus brazos y piernas, así como desde su vientre vacío, cubierto de telarañas.

Con los huesos que eran, sus dedos carentes de piel y carne, estiró la epidermis de su abdomen.

Lamentos de dolor emergían de las cuencas vacías, mientras con esfuerzo tiraba de su piel, con el fin de cubrir su fealdad.

Resignada y adolorida, se rindió cuando los huesos que eran ahora sus falanges, encontraron pudrición y larvas.

Sonidos guturales salieron de su garganta en su intento por articular palabras.

El monstruo reflejado en el espejo mágico, no tenía el privilegio de expresarse, ni de sentir.

Aterrorizada por su verdadera naturaleza, la doncella, cayó de rodillas y lloró.

Lágrimas de alquitrán corrían por su rostro de corteza podrida.

Gusanos e insectos alados salían desde el agujero sin forma que era su boca.

Mechones opacos sobresalían de su calva cabeza.

Abrazó su cuerpo desnudo y áspero, preguntándose si habría una segunda oportunidad en esa tierra para las criaturas como ella.

<<Nunca más>> parecieron escuchar, las aberturas pantanosas que eran sus oídos.

Con vuelo grácil y movimientos majestuosos, entró en la torre un ave.

Sus alas negras, se extendían con orgullo y sus ojos amarillos inquirían con profundidad a la doncella, que miraba pasmada la solemnidad del cuervo.

Breves instantes observó el ave a la muchacha.

Ilusionada la doncella premeditó que aquel carroñero, de movimientos esplendorosos y mirada penetrante, al darle una ligera ojeada, sería capaz de descubrir la criatura melancólica y frágil, que se escondía en los muros que rodeaban su corazón.

No obstante, el ave, no estaba dispuesto a ahondar en las recónditas profundidades de su alma.

Era un ave de rapiña, que se alimentaba con la miseria de los demás.

<<Tú y yo somos iguales>> resonó una voz, haciendo eco en los pasillos desocupados de la torre.

Sin premeditaciones, ni vacilaciones, el cuervo, se abalanzó contra la doncella, directo a su cabeza, arrancando los escasos mechones de cabello pastoso que cubrían su cuero cabelludo.

Zarandeando y salpicando la escasa carne y piel que quedaba en sus brazos lánguidos, sacudió sus extremidades para ahuyentar sin éxito al carroñero.

En aquella tierra fría y lejana, el ave de plumas negras y pico afilado, atacó sin piedad el cascarón vacío que era la doncella de hierro.

Gritos destemplados, inentendibles, en busca de ayuda, resonaron en la glacial torre de cristal.

Nadie acudió a su llamado desesperado.

Ningún habitante del pueblo se figuraba, que la doncella, recién nombrada caballero, podría tener un lado vulnerable; ni que sería incapaz de defenderse de un inofensivo cuervo.

Agujereada casi por completo su cabeza, la doncella descansó su mejilla en el frío piso de cristal.

El ave había cesado sus ataques, y ahora desaparecía por la ventana, perdiéndose en la noche plutónica.




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