Dónde Habitan Los Ángeles - Claudia Celis

Capítulo 6 - Los Reyes Magos

Todos mis primos habían regresado a su casa para pasar el seis de enero con sus papás.

Mi tía me dijo que mi mamá había hablado diciendo que tenía algunos problemas y que no iba a estar en la casa; que me quedara en San Miguel hasta nuevo aviso.

“¿Qué problemas tiene mi mamá?”

Le pregunté a mi tía sintiendo tremenda angustia.

Más que por los supuestos problemas, por saber que no iba a venir por mí, y como yo no pasaría el seis de enero en mi casa, probablemente los Reyes Magos no me dejarían nada; pero más que por todo esto, por presentir que mi mamá no me extrañaba como yo a ella.

‘Son problemas de su trabajo, mi niño.”

Me dijo.

Como seguramente notó en mi cara la angustia, agregó:

“Pero no te preocupes, mi amor, verás qué feliz vas a pasar aquí el día de Reyes y cuántas cosas te van a traer.”

Esas palabras me animaron y mi angustia cambió por la duda sobre qué pedirle a los Reyes Magos.

El día cinco me levanté muy temprano y entré al comedor.

“¿Usted qué les va a pedir a los Reyes, tío?”

Le pregunté antes de saludarlo.

“¿A cuáles reyes?”

Siguió desayunando indiferente.

No podía creer que alguien pudiera permanecer ajeno a tan importante acontecimiento.

“¿Cómo que a cuáles? ¡A los Reyes Magos!”

“¡Ah, a ésos!”

Se quedó pensativo y después habló gravemente:

“Pues, les voy a pedir paz, amor, esperanza, y, sobre todo, ahorro. ¡Que toda la gente aprenda a ahorrar!”

Reflexioné en sus peticiones.

“Tío, ninguna de esas cosas las puede usted coger con la mano.”

Con ninguna puede jugar ni divertirse...

“¡Ah!, habla usted de cosas cosas, Panchito, ya veo que usted es un niño materialista al que sólo le interesan los objetos y no piensa en sus semejantes…”

Como yo no entendía bien el significado de materialista y del de semejantes no estaba muy seguro, no di importancia a sus palabras.

“Yo les vaya pedir una bicicleta y unos patines.”

Le dije con excitación.

“¿Dos cosas? Ay, Panchito, es usted muy ambicioso…”

Ese calificativo me sonó a insulto.

“Bueno, mejor nada más mi bicicleta.”

Rectifiqué.

“Para que se la dejen en su casa ¿Verdad?”

Me dijo como si fuera algo evidente.

Me pareció increíble.

Mi tío Tacho no estaba enterado del poder de los Reyes Magos.

‘Ay, tío, ¿Que no sabe que los Reyes Magos dejan los regalos a los niños en donde estén el seis de enero, aunque no sea su casa?”

“Pues no, no lo sabía.”

Emocionado por poder enseñarle algo yo a él, me le paré enfrente.

“Pues sí, tío, fíjese, ellos nos ven desde el cielo, adivinan nuestros pensamientos y…”

“¡Está usted equivocado!”

Me interrumpió.

“Ellos no adivinan pensamientos, leen las cartas de los niños.”

Recalcó.

Me llené de miedo.

Yo todavía no sabía escribir bien.

“Tío.”

Dije al borde del llanto, en mi casa siempre me dejan lo que pido sin tener que hacer ninguna carta…”

“¡En su casa, niño, en su casa!”

Me dijo con impaciencia.

“Allá seguramente ya lo tienen identificado como el niño que no deja carta ¿Pero aquí...?”

El resto del día me dediqué a ensayar la carta para los Reyes.

Pensé en pedir sólo los patines porque era más fácil de escribir, peгo no, me interesaba más la bicicleta.

El seis, desperté en la madrugada, fui a la sala, busqué en el árbol y detrás del nacimiento.

No había nada.

Miré debajo de los sillones y de todos los muebles.

Nada.

Seguramente los Reyes no habían entendido mi letra.

Busqué mi carta.

No estaba.

Imaginé a los Reyes Magos leyendo, burlones, mis garabatos.

Me encendí de vergüenza.

Cuando iba a empezar a llorar, noté que la puerta del patio estaba entreabierta.

Me asomé.

¡No lo podía creer!

¡Tres enormes montículos de estiércol, fresquecito, estaban junto a la fuente y al lado de éstos mi bicicleta!

¡Y no paró ahí, también estaban los patines!

Pegué carrera a la recámara de mis tíos.

“¡Tíos, tíos!”

Los movi con fuerza.

“¡Despierten! ¡Vengan a ver lo que me dejaron los Reyes y lo que hicieron el elefante, el caballo y el camello!”

“¿Lo que hicieron?”

Saltó mi tía de la cama y salió al patio por delante de nosotros.

La cara de disgusto que mi tía había puesto al ver el testimonio de que los Reyes Magos habían estado allí con todo y animales, cambió cuando miró la mía de pura felicidad.

“¡Mira, tía!”

Le enseñé, feliz, mi bicicleta.

‘¡Ay qué preciosa!”

Me dijo riendo.

“¡Sí, tía! ¡Y también me dejaron mis patines!”

Me estremecía de emoción.

“¿Sus patines?”

Intervino mi tío.

“¡Se equivoca, Panchito! ¡Los patines los pedí yo!”

“Aaaaaay”

Salió a flote mi desilusión.

Intentó ponérselos.

“Se me olvidó decirles en la carta de qué número calzo.”

Me dijo.

“A ver, pruébeselos usted.”

¡Eran de mi medida!

“Se los presto, pero me los cuida.”

Me advirtió.

“¡Sí, tío!”

Le prometí feliz.



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En el texto hay: ficcion

Editado: 17.08.2024

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