Apoyé mi cabeza contra el cristal de la ventanilla con resignación, un suspiro escapó de entre mis labios.
-¿Sigues enfadada?- preguntó mi padre desde el asiento del conductor mientras se giraba para mirarme.
-¿Tú que crees?
Puse los ojos en blanco, la ciudad de Seúl se cernía sobre el vehículo, dándonos la bienvenida, contemplé la multitud que caminaba apresurada, en este país parecía que todo el mundo tenía siempre mucha prisa.
-Alegra esa cara, piensa que podrás hablar coreano, en Arizona no podías practicarlo con nadie- intentó animarme.
-No he podido practicar, desde que mamá murió -recalqué.
Un pesado silencio invadió el coche, mi padre siempre evitaba hablar de ese tema, algo que me molestaba sobremanera.
Mi padre conoció a mi madre durante un viaje de negocios, en Seúl su cuidad natal, se enamoraron de la forma más tópica posible, él alargó su estancia en Corea todo lo que su trabajo le permitió, finalmente se marcharon a Estados Unidos, se casaron, tuvieron una hija y vivieron felices para siempre.
O eso es lo que habría pasado de no ser porque dos años atrás, mi madre enfermó falleciendo meses después, el cáncer estaba tan avanzado cuando lo detectaron que apenas se pudo hacer nada.
Mi padre viajaba demasiado, tras la muerte de mi madre aceptó un traslado permanente a Seúl iban a abrir una nueva sede del concesionario donde trabajaba y necesitaban personal.
Él esperaba que su decisión acabara uniendo nuestra pequeña familia pero dejar atrás todo lo que conocía y arrastrarme a este país no ayudaba a acercar posturas.
-Ya hemos llegado- me informó mientras apagaba el motor.
El coche se había detenido frente a un bloque de apartamentos, todos los edificios me parecían iguales, pequeños cubículos unifamiliares idénticos unos de otros.
-Subamos las cosas del coche, la empresa de mudanzas llegará dentro de un rato con lo que enviamos desde Arizona- dijo mi padre mientras abría el maletero.
Cogí mi maleta con desgana y caminé arrastrando los pies hacia la puerta del edificio, mi padre me esperó pacientemente hasta que llegué a su lado entonces puso un código en la puerta y esta se abrió.
-Aquí no usan llaves Kat tienes que poner un código en la puerta, en el portal uno y en la puerta del apartamento otro- me explicó.
-Qué país más raro...-comenté en voz baja sin recibir respuesta por su parte.
Seguí a mi padre hacia el ascensor, al menos era igual que los ascensores americanos, llegamos al cuarto piso y el ascensor se detuvo.
Mi padre abrió la puerta con otro código, sujeté mi maleta y entré en el apartamento.
Apenas había muebles, lo encontraba muy vacío, la luz se filtraba por las ventanas iluminando la estancia, distinguí la cocina y el salón, eran pequeños si los comparaba con mi antigua casa en Estados Unidos. Caminé por el pasillo hacia lo que deduje que sería mi habitación, era grande pero estaba vacía salvo por un escritorio y un futón en la esquina junto a la única ventana.
-¿Qué te parece?-preguntó mi padre entrando en mi habitación con una gran sonrisa.
-Papá, ¿en este país tampoco hay camas?- dije señalando el futón.
-Mañana traerán los muebles que encargué, no te preocupes.
Suspiré aliviada, dormir en el suelo no era algo que me atraía en absoluto, mi madre me había hablado muchas veces de lo cómodo que resultaba dormir sobre un futón pero ahora que lo tenía delante no estaba realmente convencida.
-Esto quedará genial- intentó animarme al ver mi ceño fruncido- en cuanto pongas la habitación a tu gusto, verás cómo te encanta, es mucho más luminosa que la que tenías antes.
-Sí, ya lo veo- respondí sin entusiasmo.
Dejé la maleta en el suelo de la habitación con desgana, mi padre me observaba con preocupación.
-Los comienzos son duros, hija, pero verás como con el tiempo el cambio resultará siendo algo positivo.
-Creo que voy a ir a dar una vuelta por el barrio-interrumpí.
Quería salir de allí lo antes posible, no me apetecía hablar con mi padre sobre la maravillosa decisión que había resultado dejar todos nuestros recuerdos atrás y empezar de cero, no estaba de acuerdo con esto y desde luego no quería estar allí.
-Me parece una idea fantástica- aplaudió aliviado- toma, este es el código de seguridad, no lo pierdas, voy a esperar a la empresa de mudanzas, no vuelas tarde mañana es el gran día.
Asentí con desgana, cogí el papel que me ofrecía mi padre, mi teléfono móvil y la cazadora de cuero negro, me encaminé hacia la puerta y desaparecía del apartamento con rapidez.
Una vez en la calle caminé sin rumbo fijo, revisé varias veces el móvil, le había dado mi nuevo número a mis amigos de Arizona esperando mantener el contacto con ellos, realmente rogaba porque mi padre recapacitara y en un par de meses volviéramos a EE.UU, no tenía nada en contra de Corea y gracias a mi madre podía hablar coreano con fluidez pero no era mi hogar.
Al día siguiente empezaría mi último año de instituto, empezar de cero cuando todo el mundo se conocía de años anteriores, no necesitaba ser adivina para suponer que iba a resultar duro. Estaba segura de que mi apariencia no me ayudaría a pasar desapercibida, era rubia con unos enormes ojos azules, de mi madre solo había heredado mi pequeña estatura y la personalidad reservada a diferencia de mi padre. Él disfrutaba en las cenas de negocios charlando con los clientes, situaciones que solamente con imaginarlas me resultaban agobiantes.
El teléfono vibró en mi bolsillo, comprobé que Alex, uno de mis mejores amigos de California, acababa de escribirme en la aplicación que usábamos para chatear.
-¡Kat! ¿Ya has llegado a Corea? Me acaban de decir que pasaste la prueba de acceso para la Escuela de Danza Moderna ni siquiera sabía que te habías presentado ¿Por qué no dijiste nada?