Donde nacen los lirios

Capítulo 12: Cada acción trae consigo una reacción.

−¡Por fin se larga la pequeña zorra!

Esa exclamación acompañada de imprecaciones encerraba el tipo de despedidas que recibía todas las mañanas al salir de su casa. No podía llamarlo hogar, porque un hogar es el sitio donde uno recibe calor y convive con los seres amados, donde uno se sabe apoyado y le produce satisfacción volver después de un largo y agotador día. Pero una casa es solo el lugar donde se sostiene la existencia y eso era para Megan: Un lugar frío, cuatro paredes y un techo, que no representaban nada afectuoso o que le hiciera sentirse apegada a permanecer cada día. El autor de dichos comentarios era Sebastián, el sujeto que se encargaba de amargar sus días.

−Después de dos días metida aquí, holgazaneando, nos das un respiro.

Megan siguió caminando, ignorando las palabras llenas de ironía venenosa que iban dirigidas hacia ella. Abrió la puerta y después de salir la azotó con mucha fuerza, a propósito, causando un estruendo seco, seguido de un desgarrador crujido en la madera. Las gruesas y frías gotas de lluvia cayeron contra su cuerpo causándole un estremecimiento que recorrió su espalda.

−¡Maldita! ¡No vuelvas a hacer eso!−Como era de esperarse inmediatamente resonó la enronquecida voz masculina, producto de una larga vida de adicción al tabaquismo.

Megan se alejó corriendo en cuanto escuchó que la puerta se abría nuevamente. Ya estaba lejos, pero aun así le llegaron varios insultos y maldiciones. En cuanto estuvo a una distancia prudente relajó su ritmo y caminó pisando con una fuerza innecesaria, como si quisiera hundir los pies en el asfalto. Sí, había faltado los dos últimos días a la escuela debido a que Sebastián le había propinado un golpe que le dejó una horrible marca en la mejilla derecha. Ni usando muchas capas de maquillaje hubiera podido disimularlo, pero ahora, el moretón había ido desvaneciéndose y con un poco de base pasaba prácticamente desapercibido.

A pesar de que llovía a cantaros no se dio por aludida, simplemente abrió su paraguas y se ocultó debajo de él, apretando los dientes. Sacó de su mochila su celular y conectó los audífonos, los cuales se colocó. La música invadió sus sentidos, aislándola de la realidad. Se negaba a darle vueltas a lo que sucedía.

Odiaba sentirse triste o deprimirse, porque eso para ella equivalía a volverse una persona victimista. Así que reprimía el dolor que le punzaba dentro, sin darse cuenta de que eso en vez de favorecerla solo le afectaba más. Quizá si se permitiera llorar podría desahogarse, pensar con claridad... Pero hace mucho tiempo que no se había dado esa consideración. Sus lágrimas se habían solidificado dentro de ella, como duros pedruscos.

Detestaba dar lastima, que los demás la miraran con pena... No, no lo resistía, por eso se guardaba todos sus problemas para ella. Prefería mil veces provocar admiración o temor a los demás, pero nunca piedad. Entonces la recorría por dentro un inmenso coraje hacia sí misma, hacia los demás, hacia la vida en general. Y ese sentimiento era lo único que la mantenía en pie. Se ahogaba en una silenciosa rabia en la cual escondía su impotencia, sin un bote salvavidas a la vista. Era lamentable, sin embargo que en vez de comentarlo con alguien y buscar ayuda, ella prefiriera crear una muralla de silencio a su alrededor, hundiéndose en su pesar y conformando así, inconscientemente, un círculo vicioso de agresiones, pues así como era maltratada en casa al llegar a la escuela ella también llevaba la delantera en crear burlas hacia sus compañeros...

Cuando salió de su penúltima clase, Dylan venía saliendo del aula contigua, junto con Kim.

−Megan, ¿por qué no asististe los dos últimos días a clases?−Como era de esperarse Dylan tenía dudas acerca de ello y Kim también, aunque tampoco parecían muy ansiosos por descubrir las razones de su ausencia. Era solamente como cualquier otro tema de platica banal.

"El esposo de mi madre me golpeó".

−Estuve enferma−Se limitó a responder, con un rostro que no transmitía emociones, suprimiendo su dolor.

Dylan echó un vistazo a los pasillos, con cautela. Después de asegurarse de que no había ningún indicio de adultos cerca, extrajo un cigarrillo del bolsillo de su pantalón y lo encendió.

−¿Otra vez?−Inquirió Kim apartando la mirada de su espejo para observar levemente a Megan, pero sin dejar de rizar sus pestañas.

−¿En esta odiosa temporada lluviosa qué otra cosa se puede esperar aparte de resfriados?−Respondió Megan con un dejo suspicaz en la voz. Sus labios temblaron.

−Procura no seguir empapándote o pescaras una neumonía, y ¿después quien se encargara de hacernos reír?−Dylan dio la primera calada al cigarrillo con placer.

−¿Qué soy? ¿Una especie de maestra de ceremonias de circo?−Comentó Megan con una sonrisa condescendiente, pero que dejaba entrever su molestia.

−No, yo no lo llamaría así, pero definitivamente eres quien le da vida a este sitio−Aseveró Kim con una sonrisa en sus labios pintados en color rojo.



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En el texto hay: adolescente, romance, drama

Editado: 19.03.2019

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