Donde nacen los lirios

Capítulo 26: Dos estrellas incandescentes.

Un Capítulo muy especial.

Capítulo 26: Dos estrellas incandescentes.

—¿Estás... bien ahí?—Preguntó dubitativo. El jueves después de las clases, la invitó a comer, cuando terminaron ella le pidió que le llevara a su casa. Casa era un término extraño y que no le pegaba muy bien.

—Sí.

—He estado pensando mucho en ti y en que podrías estar mejor en otro lugar.

—No te preocupes. Prácticamente es como si viviera sola—Eso le gustaba. No se sentía capaz de lidiar con Sebastián ni con nadie más.

Keythan no dijo nada más, pero le cruzó una expresión de alivio en el rostro. Cuando pararon en un semáforo en rojo la observó sin que ella se diera cuenta. Estaba absorta en el paisaje de la ventana. La luz dorada, que precede al atardecer, se derramaba en su cabello obscuro y sus ojos parecían eternos, profundos y plenos, como el cielo que veía. La notaba más animada que en días anteriores, como más repuesta de todo lo ocurrido.

Ella fue dirigiéndolo hasta que se internaron en la zona sur, justo al lado contrario de donde él vivía. En la ciudad había mucho trafico. La vez anterior no la había llevado tan cerca, ella se negó y aunque le ofreció dejarla hasta la puerta no hubo forma de convencerla. Era demasiado terca y estaba acostumbrándose a ello.

En su trayecto pasaron por una zona en la que había un local con la cortina alzada, adentró vio a un grupo de personas, mujeres y hombres, bebiendo y jugando barajas. Más allá, en una esquina, había un varias bolsas de amontonadas con moscas flotando como una nube encima, en plena calle, como si se tratara de un basurero público.

Cuando llegaron a la casa el sol moribundo desprendía un resplandor anaranjado y rojizo, como lenguas de fuego, creando un contraste visual intenso con el otro extremo del cielo que era de un obscuro azul, bordeado de nubes.

Keythan se estacionó casi con parsimonia deliberada.

Echó un vistazo al enorme e imponente edificio. No destacaba demasiado en ese barrio. Sus muros de piedra estaban desgastados y su pintura descarapelada. La puerta de madera, aunque elegante, también era vieja. Su picaporte era una mano de bronce que reposaba inerte, dándole un aire de mansión embrujada.

Con solo verla parecía una construcción abandonada o a la que sus dueños no se preocupaban desde hace años por dar mantenimiento. Las luces estaban apagadas. Era como un monstruo dormido, cuyas ventanas, cubiertas por las pesadas cortinas, eran como sus parpados cerrados.

—¿Quieres entrar?—Preguntó Megan antes de abrir la puerta.

—¿No hay nadie?—Preguntó cauteloso. Seguía sin gustarle que ella entrara, menos le daban ganas de acompañarla dentro.

—No. Y no llegarán.

Keythan la miró con recelo.

—¿Cómo estas tan segura?

—Mi mamá me lo dijo.

Se quedaron unos minutos dentro del auto, con el paisaje del cielo llenando las ventanas. El violento tono rojizo, como un manchón de sangre, teñía las nubes.

—Megan, ¿Dónde está tu mamá?—Su voz grave cortó el silencio. En la penumbra del auto sus ojos tenían un halo de preocupación.

Ella no dejó de observar el cielo. Era la pregunta que había estado evitando. Una melancolía se apoderó de ella.

—No lo sé. Varada en una Isla del pacifico.

Frunció las cejas, impactado. Era inverosímil. ¿Qué clase de persona era capaz de irse de viaje y prácticamente hacer de cuenta que no tenía una hija?

El silencio denso se apoderó de los rincones del auto.

—Respecto a Sebastián...¿Cuando vas a...?

—No quiero hablar de eso—Le interrumpió con suavidad antes de que él terminara la frase. Sabía muy bien a lo que se refería. Cambió la dirección de su mirada y la posó en sus ojos—Solo quiero pensar en otra cosa. Al menos por un tiempo.

Él le miró con una mueca de disgusto.

—¿Por cuánto tiempo? No lo evadas.

—No estoy evadiéndolo—Le atajó ella—Voy a confrontar las cosas. Lo haré. Supongo que él y mi mamá deben regresar primero para que la denuncia sirva de algo. Solo dame un respiro, ¿si?

—Está bien.

Tomó su mano y él se la envolvió. Encajaban a la perfección, como si fuesen tal para cual.

—¿Vamos?

Keythan se lo pensó unos segundos y aceptó poco convencido.

Megan giró la cerradura y abrió. Él entró detrás de ella, con un andar tenso. Todo estaba a obscuras. La sensación térmica de súbito era mucho más fresca, como si la casa exhalara un aliento helado. Mientras atravesaban el hall distinguió que olía a una tienda de antigüedades, pero sin libros viejos.

​Megan accionó un interruptor. En medio del techo un enorme candelabro con forma de araña, del cual colgaban cristales como miles de brillantes gotas de lluvia, arrojó su suave y sonrosada luz.

Al ver el concierto multicolor de figuras y formas, él comprendió de donde provenía ese aroma.



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En el texto hay: adolescente, romance, drama

Editado: 19.03.2019

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