Donde nacen los lirios

Capítulo 27: Reacción en cadena.

Sus ojos se desplegaron como abanicos, abriéndose con suavidad.

Un rayo de sol ingresaba iluminando las motas de polvo como oro dorado. La habitación era un cuenco de miel y paz.

Paz. Esa palabra cuyo significado siempre le pareció tan ajeno y extraño, pero que ahora era real y tangible, como sus propias manos.

La paredes que muchas veces fueron testigos mudos de su sufrimiento ahora guardaban entre sus grietas suspiros de placer, gemidos y nubes de alientos entremezclados, habían presenciado su felicidad y su satisfacción, una que equiparaba su balanza emocional desbordandola.

Cuando llegó a esa casa nunca se sintió cómoda ni contenta, como si se tratara de un lugar provisional, ella una huésped indeseada que nunca se adaptó.

Sin embargo esa mañana fue muy cálida y brillante. Él estaba ahí. La guitarra, que había llenado con sus melodías la noche, reposaba sobre la silla. Puffy dormía hecho un ovillo sobre su camita después de comprender que un intruso le había robado su sitio especial. Trató de subir en dos ocasiones a la cama pero obtuvo el mismo resultado: Keythan se encargó de impedírselo; desanimado no le quedó de otra que voltearse y marcharse a su rincón dignamente.

Megan no recordaba haber dormido tan bien en años. Era como si hubiese pasado una semana entera descansando, se sentía repuesta, llena de entusiasmo y energía. Fue la mejor noche de su vida entera. Por mucho.

La cama era muy pequeña, pensada para una sola persona, así que habían dormido apegados, ella con su espalda contra el pecho de él, y con las piernas enredadas.

Un hilo de luz brillaba en el cabello de Keythan, seda negra derramandose en su almohada.  Se abrazó a su cuerpo, acurrucandose en su pecho que despedía un tibio pulso de vida. Si eso no era el paraíso ningún otra cosa podía serlo. Nunca pensó que pudiese ser tan feliz. Es decir, que el amor fuera real, esplendoroso y magnifico, con el poder de cambiar una existencia completamente.

Notó los movimientos oculares y supo que él también había despertado.

—Buenos días.

Keythan abrió los ojos y lo primero que enfocó fue a ella.


—Hola—Sus miradas se conectaron y él mantuvo la suya por un largo lapso que le puso nerviosa e invariablemente su corazón se aceleró.


—Te ves más hermosa que ayer.


Sonrió por el halago. No se había mirado en el espejo pero sabía de antemano cómo era su apariencia cuando acababa de despertar: el cabello alborotado, -estaba segura que lucía como un nido de pájaros-, y sus ojos debían estar hinchados, y podría tener hasta marcas en la cara de la presión de las sabanas, pero a él le parecía perfecta.

En cierta forma ella también se sentía así: hermosa, plena, libre como una mariposa multicolor desplegando sus alas y alzando vuelo. Más viva que nunca antes.


—Y tú estás muy guapo.


Se dieron un corto beso en los labios, imprimiendo en la piel ternura. Megan se removió en la cama y él estuvo a punto de caerse, se sostuvo con una mano en el suelo.

—Creo que para una noche estuvo bien pero necesitaremos algo más cómodo...

—Oh, ¿Para qué?—Lo picó con un gesto de inocencia.

—Para la próxima vez—Repuso con una sonrisa de lado.—Ven aquí—Estiró un brazo hacia ella. Megan se acomodó en el hueco de su brazo, aspirando el aroma que desprendía. Era una mezcla de verde bosque, de sudor y de madera.

Él deslizó un brazo en su cintura y la apegó más contra él, no se cansaría de sentirla piel contra piel, hasta que fueran uno solo.

El estómago de Megan rugió, escandaloso, reclamando atención.


—¿Alguien está hambrienta? —Ella se sonrojó.

—¿Tu no?

—Yo también, desde anoche, pero estaba tan cansado que me quedé dormido. ¿Podemos cocinar algo o salir a almorzar?


Megan se puso de pie, él la observó hasta que sus mejillas adquirieron una coloración roja de nuevo. Jaló veloz la sabana para cubrir su cuerpo. Se la colocó como una túnica y fue en dirección al baño. Regresó con el cabello amarrado en una coleta alta y con la cara lavada. Se inclinó para buscar entre las colchas su ropa interior. Él deslizó una mano en su muñeca y la hizo caer sobre su cuerpo. Con un dedo recorrió la línea de su clavícula y subió por su mentón. Su rostro estaba sonrosado, como el pétalo de una flor, sus labios húmedos. De inmediato percibió la presión en el pantalón.

Después de haber saboreado por primera vez su cuerpo -técnicamente segunda vez- no podía parar, era como si hubiese probado una droga muy adictiva a la cual se había enganchado y no quería, ni tenía intensiones, de desprenderse. Necesitaba repetir la dosis. Y ella respondió, como la cosa más natural del mundo. Porque el hambre y el deseo que tenía por él sobrepasaba lo físico.

—Te espero abajo—Le anunció tras tomar unas cuantas prendas de ropa y vestirse.



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En el texto hay: adolescente, romance, drama

Editado: 19.03.2019

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