Donde quiera que vayamos

Segundas partes

Una semana después.

 

Había pasado una semana desde que les confirme a mis padres que me iba con ellos a Italia. He estado dando muchas vueltas de la universidad a mi casa y de mi casa a la universidad, parece ser que pedir plaza en otro país para la universidad es más difícil de lo que pensaba.

 

Y... ¿Quien ha entrado? Pues si, Gianna Bianchi aquí presente.

 

—Ahora vuelvo, mamá— me despedí con la mano y salí por la puerta camino a la parada de autobús.

 

Recorrí los pocos metros que separaban mi casa de la parada de autobús, a los cinco minutos de llegar el número de línea que me llevaba a mi destino estaba al frente mía. Me subí al bus y me coloqué los cascos para hacer más ameno el trayecto.

 

A los veinte minutos el autobús se paró en la parada donde me tocaba bajarme, delante de esta se encontraba el bar que frecuentaba con Félix y Erika desde que entramos a la universidad.

 

Un cartel con unas grandes letras doradas donde ponía sparkle me hizo recordar la primera vez que vine, hace casi dos años, al entrar a la universidad Félix me trajo a una cita, a partir de ese momento se convirtió en nuestro lugar, y más adelante el de Erika también.

 

El lugar era un local pequeño muy acogedor, en las esquinas tenían sofás de cuero marrón junto a mesas con cientos de vinilos, las mesas de madera estaban esparcidas por el recinto de forma revuelta, unas pequeñas macetas blancas colgaban del techo con pequeñas plantas dentro de ellas y la nítida luz amarillenta que desprendían los focos hacían que el local te enamorara.

 

Aunque odiaba todos las personas con las que tenía recueros allí.

 

El pobre local no tenia la culpa.

 

Al entrar me pedí un té de granada y un bollo de fresas, cuando ya lo tenía todo me senté en una de las mesas que se situaban en el fondo junto a la puerta de salida y me puse a esperar a los dos.

 

Estaba degustando mi merienda cuando unas manos se posaron en mis hombros y me dieron un pequeño apretón para después besar mi mejilla.

 

—Amor— me dijo Félix mientras se sentaba a mi lado.

 

Me parece graciosa la situación, en casi dos años de relación nunca me ha llamado así, solo usaba algún que otro nena o muñeca, pero desde la fiesta solo me llama amor.

 

—Te dejé claro que el amor—hice un ademán con la mano— te lo metieras por el culo.

 

—No se que te pasa, Gigi—odiaba que me llamasen así, solo mi abuela lo hacía—, me he portado bien contigo y me bloqueas por todos lados.

 

Pasé de él y a lo lejos divisé como Erika venía andando contoneando sus caderas de un lado a otro con aires de superioridad.

 

—¡Erika!— la llamé —, estamos aquí.

 

Los ojos de Félix se abrieron con sorpresa y Erika paró de andar para observar detenidamente la mesa donde estábamos, los dos se quedaron mirándose seguidamente e intercambiaban miradas hacia mi.

 

—No me dijiste que ella venía— me reprochó Félix— creía que íbamos a arreglar lo nuestro.— se señaló a él y luego a mi.

 

Lo nuestro no lo arreglaba ni el pegamento más fuerte.

 

—podéis sentaros y callaros de una vez— dije seriamente.

 

No, la paciencia no es mi virtud.

 

Félix y Erika se sentaron en las sillas que estaban justo delante de mí lentamente mientras yo los observaba intentando que la rabia no ganase la batalla en mi cabeza.

 

—¿Hace cuanto tiempo?— pregunté señalándolos.

 

Ambos me miraron con sorpresa, en los ojos de Félix se veía el nerviosismo y Erika no paraba de mover la pierna de arriba para abajo repetidamente.

 

Sabía que ambos no eran tontos, simplemente siempre han sido dos cobardes que cuando se les presentaba un problema, por muy pequeño que fuese no sabían que hacer o decir.

 

Se les podría denominar como personas que se ahogan en un trago de agua.

 

—¿A que te refieres?— preguntó Félix.

 

Suspire y me reprimí por segunda vez en cinco minutos el levantarme y estámparle la cabeza contra la mesa. Era muy cara dura este hombre.

 

¿Se le podía denominar hombre? No lo creo, es único en su especie, la cual espero que se extinga pronto.

 

—¿Hace cuanto tiempo te comes a mi novio?—miré a Erika—,y tú ¿Hace cuanto tiempo me engañas?—señalé a Félix

 

Erika me miro con cara de confusión y Félix se revolvió el pelo despreocupado mientras yo esperaba una contestación por su parte.

 

—Os voy a refrescar la mente un poco— dije mientras sacaba una foto de mi bolso.

 

El día de la fiesta la compañera de clase que me dijo que la acompañara vio toda la situación y en un momento de ebriedad alto sacó una foto de ellos dos más la otra chica.

 

—No es lo que parece— dijo Félix poniéndose de pie, la repuesta era la que me temía.

 

—En un mes me voy a Italia por tiempo definido, no os quiero ver la cara a ninguno de los dos en una larga temporada, y tu — señale a Félix con el dedo— ni se te ocurra llamarme o buscarme porque te juro que te corto las pelotas.

 

No hubo respuesta por parte de ninguno de los dos, me levanté de la silla poniendo las dos manos fuertemente en la mesa causando un poco de estruendo y a paso rápido salí de la cafetería.

 

 

 

—No pasa nada, estrellita— me anima mi madre pasándome la mano por el pelo mientras sollozo en mi cama.

 

—Si pasa— sorbí los mocos que tenía—, ambos sabían lo que me pasó y aun así les dio igual y me traicionaron.

 

—Gianna, no vuelvas a nombrar eso. Todos lo pasamos muy mal y nos costo superarlo— metí una cucharada de helado de turrón en mi boca—, solo piensa que vas a conocer gente nueva y quizás alguien haga que repares tu corazón.




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