Parque de los Zafiros, octubre 18, 2020
358 días después
Henry
Henry recordaba perfectamente la reunión del día anterior. Los Maestros de Ceremonias tenían el aspecto de estar divirtiéndose, como si todas sus cualidades positivas fueran desechadas para dar la bienvenida a un lado sádico, disfrutando ver el sufrimiento en las caras de los cinco jóvenes.
Cuando Artemis llegó a la sala todo el mundo guardó silencio, ella se había apoderado de la atención, siempre sucedía, él lo había notado cuando algunas personas se voltearon a verla en la librería, ella no parecía haber reparado en ello, pero había sucedido.
Artemis tomó asiento junto a Emma, quien tomó su mano de forma reconfortante.
—Tenemos, si no me equivoco, dos personas a las que acudir, y cinco jóvenes en perfecto estado físico, y bueno mental, solamente tres son aceptables —dijo un Maestro de Ceremonias.
Siempre los mismos comentarios, a Artemis no parecían importarles, pero a Henry sí. Él decidió no darle trascendencia a lo sucedido. En ese momento.
—Es por eso que Odalis, Apollo y Cole irán a por Prescott Edevane, y Henry y Artemis a por el Rey Dante Belmonte.
—¿Dónde vive Prescott? —preguntó Cole.
Georgiana se apresuró a hablar.
—Mi hermano decidió tomar el cargo de supervisor en el reino de Fatum —al ver los rostros de Odalis y Cole ella sonrió. —Sabemos que es peligroso, pero ustedes son tres, podrán hacerlo, además he escuchado que ya no es el mismo lugar del siglo pasado.
Easton asintió.
—La realidad cambia constantemente.
—¿Se puede saber por qué es esto? —preguntó Artemis.
—Ya es hora de que hagan contacto con otros reinos —dijo una Sacerdotisa Celestial. —Y no está mal empezar con los que lideran.
La reunión había acabado poco tiempo después, el resto del día él se había encerrado en su habitación a hacer bocetos en su cuaderno.
“Podrías entrar al Instituto de Bellas Artes y volverte famoso entre los humanos” le había dicho ella una tarde en el estudio de su apartamento.
Él había reído.
“No puedo relacionarme con humanos, eso me haría caer un peldaño más abajo del que ya estoy”
“Yo lo he hecho toda mi vida y aquí me ves” Su voz sonaba fría, como todo en ella, pero no mentía.
Apartó los recuerdos de su mente y continuó dibujando.
Artemis
Había tomado nuevamente la caja.
Se apresuró a adentrarse en la sala de hacía unas noches atrás, su lugar.
Ella era el único ser allí, nada más que ella, en una sala con paredes que emitían luz, el sonido de uno de los mares golpeando contra las paredes.
¿Te molestaría que el odioso ser apareciera nuevamente? Porque a mí sí. Le dijo su cabeza.
Ella supuso que no le molestaría tanto como hacía algunos días. Artemis comenzaba a ver otra parte de Henry, que no se parecía en nada a lo que ella pensaba, tan poco similar a lo que Apollo decía.
Si tan solo él pudiera ver a través de mis ojos. Apollo llegaría a ver que Henry no es un mal chico.
De todas formas, lo importante en ese momento era la caja, y únicamente eso debía estar en su mente.
—Bueno, si estás hechizada, espera a estar fuera de aquí para actuar ¿Sí? —No podía creer que le estuviera hablando a un objeto.
No evadió más el momento y abrió la caja. Por dentro era de terciopelo azul, no tenía tantos detalles como por fuera, por fuera habían talladas masas de aire cubiertas con plata. La plata resaltaba de la madera extraordinariamente. Un diario de cuero estaba en el interior, por fuera no había nada interesante, pero en la primera página, allí había una firma.
Thymus.
Thymus.
Thymus.
Thymus. Era lo único en lo que podía pensar. Esa era su mente. Thymus, Thymus, Thymus. No podía olvidar esa palabra. No podía guardarla en un estante de sus pensamientos. No podía aniquilarla. No podía volverla un cometa y que volara lejos.
Si su cabeza era el universo, todos eran estrellas, y Thymus era una roca gigante que interrumpía su visión.
Salió de su refugio con el diario en la mano, la caja la dejó sobre la mesa, supuso que así estaría más segura.
Recordó que debía irse a Aedes en la madrugada, ella debía empacar.
De todas formas, no deseaba encerrarse en su alcoba y esperar a que sea la hora de partir. Deseaba hacer algo que le recordara los viejos tiempos. Entonces recordó que él, aunque las cosas no hubieran acabado bien, seguía siendo su mejor amigo.
—Hola, Polo —susurró ella al aparecer en su balcón sin embargo él no pudo escucharla.