Gabriel miró a su prometida.
-¿Estás segura, Beth?-preguntó dudoso.
-Sí, estoy segura. Ahora acuéstate junto a mí. Pero cierra los ojos- le dijo-Te diré cuando abrirlos.
Gabriel obedeció aunque con cierta aprensión.
Se recostó al lado de Beth y cerró los ojos, eso le permitió ser más consciente de las sensaciones, y de tenerla junto a él. Luego sintió un leve roce.
-Abre los ojos- dijo ella suavemente y él lo hizo.
Pudo observar una delicada llovizna de hojas suaves y amarillas que caían movidas por el viento, algunas caían sobre ellos que estaban sobre la hierba debajo de los árboles. Era algo común, la caída de hojas en el comienzo del otoño, pero era extraordinario al mismo tiempo, sublime.
-En verdad es una lluvia dorada – le dijo asombrado.
-¿Es hermoso, verdad? – preguntó Beth que lo había convencido de acompañarla en aquella tradición. Había insistido que era el momento correcto pues aquellos arboles que eran los primeros en cambiar de color en otoño, tenían hojas amarillas y suaves, lo que permitía admirar el paisaje.
-Lo es. Nunca lo habría imaginado, pero es hermoso- comentó y pensó que en su vida ordenada y práctica, Beth era quien ponía toques de maravilla.
-Y en primavera podremos observar la lluvia rosa- dijo ella y eso lo retrotrajo a la vez que la reencontró en Dorset, cubierta por una lluvia de pétalos de cerezo. Había parecido un sueño entonces, quizás lo era, quizás había regresado a un Dorset diferente del que había partido, un lugar donde una joven era cubierta por pétalos rosas y lo invitaba a él a ese mundo, sin que pudiera escapar. Sin que quisiera escapar.
Había pensado llevar a Beth de viaje en sus primeros meses de casados, quería mostrarle el mundo, pero sospechaba que ella le mostraría un mundo nuevo el resto de su vida aunque no se movieran de Dorset.
-¿En qué estás pensando? Porque sabes, la idea es disfrutar del instante, no que te distraigas en otra cosa- lo amonestó Beth al notarlo tan silencioso.
-Pensaba en ti, y que jamás hubiera imaginado que mi aire londinense y yo estaríamos ansiosos porque llegue la temporada de lluvias rosas y quedar cubierto de pétalos junto a ti.
-Ahhhh- expresó ella y Gabriel adivinó que la había sorprendido- Entonces es un buen pensamiento.
-Lo es- respondió él y buscó su mano a tientas para tomarla entre la suya, mientras hojas suaves y doradas seguían cayendo sobre ellos.
Josephine se burló de ella cuando descubrió alguna hoja en su cabello y en sus ropas.
-Si fuera madre, tendrías que dar muchas explicaciones- le dijo.
-Mi explicación es que mi hermana no quiso acompañarme en nuestra tradición de la lluvia dorada y debí reemplazarla pro un caballero con muy buena predisposición.
-Y yo le explicaría a madre que no te acompañé porque sabía que tu verdadero deseo era reemplazarme por ese caballero-
-¡No es verdad, sabes que me gusta ir contigo!- se defendió.
-Beth, en verdad estoy feliz que puedas compartir algo así con Gabriel Devereaux, no lo hubiera creído posible cuando lo conocí. ¿Quién lo hubiera imaginado recostándose despreocupado en el bosque para ver caer las hojas? Y me alegra que así sea, que haya alguien así para ti- dijo con sinceridad.
- Y me alegraría que también hubiera alguien así para ti, Jo. Alguien que pudiera acompañarte en tus pequeñas aventuras de libros, bosques y erizos domesticados.-Le dijo.
Y la ocasión de interferir en los asuntos de su hermana mayor llegó pocos días después cuando volvió de una salida con los mellizos Marshall portando flores en el cabello y en los brazos, y una alegría inusitada. Beth pensó que aunque estuvieran entrando en el otoño, su hermana parecía haber florecido.
La esperó en su habitación para hablar con ella, Gabriel le había mencionado algo y le daba mucha curiosidad.
-¿Qué piensas de Leonard Knigth, Jo? –preguntó al ver entrar a su hermana.
-¿Debería pensar algo?- respondió, pero Beth sentía que la pregunta la había tomado por sorpresa, como si hubiera colocado una máscara a sus emociones en una forma rápida.
-Bueno, tú tienes pensamientos sobre todo – contraatacó - Pero a lo que me refiero es que Gabriel tiene muy buena opinión de él, dice que es un buen hombre. Y si no me equivoco te has encontrado varias veces con el señor Knigth.
-Es agradable- respondió escuetamente mientras se cambiaba la ropa.
-¡Josephine! No es a eso a lo que me refiero. Quiero saber si te gusta de otra forma.
-Mi querida Beth, lo que pienso es que tu futuro casamiento te ha alterado los sentidos. Sabes que no tengo interés en casarme, así que por favor, no juegues a ser casamentera conmigo. Leonard Knigth es un buen hombre, me cae bien, los Marshall lo aprecian mucho y tras algunos encuentros hemos llegado a tener una amistad, o lo más parecido a una amistad que se puede tener entre un hombre y una mujer sin que Dorsetshire se altere. Nada más – respondió seria.
-Es una pena- expresó su hermana con un profundo suspiro. Ella estaba tan feliz que hubiera deseado lo mismo para Jo, y al verla volver a ser un poco ella misma en esos últimos tiempos había pensado que quizás su hermana mayor también pudiera encontrar el amor.
Gabriel le había dicho que a Leonard Knigth parecía gustarle Josephine, o que al menos en su cumpleaños lo había visto observarla muy detenidamente
Además Josephine, que no solía tener amistades de su edad, frecuentaba a Leonard Knigth, la excusa era el jardín, o los Marshall, pero también podían ser razones
-Beth, de verdad estoy cansada, esos niños me han tenido de un lado para el otro toda la tarde, quisiera descansar un rato antes de la cena- le dijo casi como si adivinara sus pensamientos, y la incomodaran
-Está bien – respondió y se retiró. Probablemente Jo tuviera razón y su futuro casamiento la había vuelto una celestina.