Dones de Guerra

Capítulo 18: Choque de espadas

El escuadrón comenzó a bajar la empinada donde poco a poco el número de árboles se reducía. Para ese entonces Cefas había comenzado ya a reunir a su gente, dispuesto a contener el inminente ataque. 

 

—¡Soldados señeros!—advirtió el líder al divisar al escuadrón que se dirigía a ellos—¡Prepárense!—ordenó a los pocos que aún se hallaban en pie, que no llegaban tan siquiera a la decena. 

 

Sabía que las posibilidades eran casi nulas frente a los casi treinta soldados que ahora avanzaban hacia ellos, pero si había algo que los centauros defendían era el honor, aún si esto significaba una muerte en batalla. 

 

Pronto la manada desenvainó sus espadas y, olvidando por un momento el dolor de sus heridas, todos se colocaron en línea frente a una debilitada Irene que aún intentaba mantener la barrera. 

 

—No podré mucho tiempo más…—la anciana estaba ya en su límite. 

 

—Ya no será necesario—respondió Cefas mientras sostenía con firmeza la empuñadura de su espada. 

 

La distancia entre los dos grupos se iba reduciendo poco a poco. El escuadrón de soldados a excepción de Azrel y seis de sus hombres se había movilizado en su totalidad. A pocos metros de alcanzar a los centauros su formación se dividió en un ataque de pinza con la intención de abatirlos por ambos lados. 

 

Pronto el sonido del metal contra metal resonó con violencia. El primero en chocar espada contra un soldado fue el líder Cefas. Siendo un guerrero tan experimentado, se deshizo de sus primeros oponentes fácilmente aprovechando su fortaleza física, bloqueando sus ataques y atacando los puntos débiles de sus armaduras con un magistral manejo de la espada. El resto de su manada corrió la misma suerte con los primeros soldados, teniendo éxito en desarmar y derribar a la mayoría de ellos. 

 

Sin embargo, fue cuestión de tiempo para que la amenaza principal apareciera ante ellos. 

 

—¡Franz!—exclamó Yared a su compañero al ver que su escuadrón era superado en fuerza a pesar de ganar en números. 

 

Como respuesta al llamado, el joven Franz chocó espada con el primer centauro que intentaba atacarle. Con un esfuerzo mínimo logró desarmarlo, para sorpresa de su contrincante, que aún así intentó atacarle usando sus patas delanteras. 

 

El Heller dudó un momento en cómo responder. Su mente de soldado le imperaba clavar la espada en su pecho y acabar con él, pero algo dentro de sí no concordaba. En su lugar, se limitó a golpear al híbrido en el rostro usando el mango de su espada lo suficientemente fuerte para dejarlo inconsciente. 

 

Una vez caído al suelo su oponente, pudo detenerse un instante a observar lo que ocurría a unos metros de ahí: Un Teo desangrándose en el suelo y, junto a él, un Lugan cuyo rostro explicaba perfectamente su temor al presenciar la batalla. 

 

Su distracción no pudo durar mucho tiempo, pues no habían pasado cinco segundos cuando advirtió otro ataque lateral. Sus reflejos le permitieron bloquear a tiempo la espada, pero esta vez su enemigo sostenía un arma en cada mano. Al ver que el centauro blandía la otra hoja hacía él, su tiempo de reacción no le permitió otra cosa más que clavar la suya en su pecho. 

 

Sus ojos se encontraron con los de su víctima, observando como la vida se le iba escapando conforme la sangre salía de su herida y de su boca. Por un momento sintió que todo a su alrededor desaparecía, el sonido del metal ya no resonaba en sus oídos, todo en lo que podía concentrarse era en la criatura a la que acaba de dar muerte. Sacó su espada rápidamente manteniendo la expresión de sorpresa en su rostro. 

 

Un chillido junto a él lo hizo volver en sí y recordar que estaba en el campo de batalla. Se trataba de Yared, quien con violencia había atrapado a un centauro entre sus brazos. La presión del agarre acabó por destruir los huesos de su víctima que cayó inerte al suelo luego de que el poseedor terminara con él. 

 

Franz intentó calmarse a sí mismo, sabiendo que estaba cumpliendo con su deber. Sacudió levemente su cabeza y se dispuso a seguir la batalla sin remordimiento alguno. 

 

Quedaban solamente cinco centauros en pie, pero no durarían mucho. Mientras intentaba acabar con los soldados que tenía enfrente, Cefas sintió como una espada se clavaba en su pierna trasera, lo que hizo que reaccionara con una fuerte coz que derribó al culpable. Sin embargo, pronto vio como otros dos de sus compañeros restantes sucumbían a las múltiples espadas que les atacaban por todos lados y su esperanza comenzaba a desaparecer. Yared se unió al ataque en su contra y, al reconocer que ese mismo hombre había derribado con facilidad a sus compañeros, comenzó a aceptar su destino. Sostuvo su espada con tesón y en un último aliento se lanzó al ataque con un grito de guerra. 

 

Irene, que había logrado retroceder justo antes del ataque, observaba con impotencia la muerte de la manada mientras con sus últimas fuerzas intentaba avanzar hacia Teo, que aún se encontraba debatiendo entre la vida y la muerte. De pie a su lado se hallaba Lugan, estático y sin saber cómo reaccionar ante la situación. 

 

—Niño, hay que sacarlo de aquí—le ordenó mientras examinaba su estado, pero su orden parecía no haber sido escuchada. 

 

—Nos matarán…—susurró temeroso al tiempo que observaba a Teo sin atreverse a acercarse a auxiliarlo—Tengo que salir de aquí—pensó, decidido a dar la vuelta para adentrarse en el bosque. 

 

Antes de que pudiera siquiera girar la cabeza, sus planes se vieron interrumpidos por una corriente de aire a su espalda, acompañada de una figura cuyo paso fue tan fugaz que apenas pudo distinguir de lo que se trataba. 

 

El mismo jinete que había lanzado la flecha en llamas ahora avanzaba ferozmente hacia el campo de batalla montado en su corcel y con espada desenvainada. 



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En el texto hay: romance, accion, fantasia medieval

Editado: 20.03.2023

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