Dones de Guerra

Capítulo 22

—Es el tercer ataque en el año.

La voz de Fares irrumpió el silencio en el gran salón, donde lideraba la deliberación del Concejo de Magbis con respecto al incendio que se había suscitado en las orillas de la ciudad. Sus manos extendidas reposaban sobre la mesa mientras permanecía en pie frente a los cinco ancianos que integraban la comitiva.

—Nunca habíamos tenido tantas aproximaciones en tan poco tiempo—advirtió Marco, que se sentaba al lado derecho del rey—Las expediciones no nos acercado siquiera a conocer su base, tienen la ventaja sobre nosotros.

—La gente está inquieta, majestad—Ayrton, el quinto miembro del concejo y Vocero del Pueblo, dirigió su serena mirada cargada de arrugas hacia el rey.

—Estamos al borde de un precipicio—la única presencia femenina en el concejo tomó la palabra—Si las cosas siguen este curso, es obvio lo que tenemos que hacer

—¿Otra vez escucharemos esa propuesta, Lady Lissa?—cuestionó Jura, vocero de la Ley.

—Lo harán hasta que nuestra gente esté fuera de peligro.

—¿Huyendo?—le recriminó el anciano que estaba sentado frente a ella, el guardador de la semilla, Olten.

Fares se puso de pie con la intención de cortar la discusión que, a su parecer, carecía de sentido o dirección.

—Hemos sido pacientes, todos estos años…—comenzó a decir—Juramos pelear por nuestra tierra, no abandonarla—dirigió su mirada a Lissa a manera de discreta reprensión—Esperamos tanto por el momento correcto, y éste ha llegado.

Los presentes alzaron la vista hacia Fares, expectantes de sus siguientes palabras, preguntándose si realmente había seriedad en ellas al afirmar algo tan delicado.

—Esto ya no es solo nuestra batalla, lo saben. Desde el momento en que se derramó sangre llanense, nació nuestra oportunidad.

—¿Oportunidad?—cuestionó Olten.

—La muerte de Kirius y sus centauros; el sacrificio de uno de sus líderes. ¿Acaso se quedarán de brazos cruzados y dejarán ir a quienes asesinaron a sus hermanos? Quizá nuestras fuerzas separadas no sean suficientes ahora, pero finalmente… una unión toca a la puerta—Fares se dio media vuelta dirigiéndose hacia la mesa que colindaba con la ventana de la habitación, donde se hallaban distintas figuras sobre un mapa tallado de Ederen—Si lo logramos, nuestras fuerzas se doblarán.

—Majestad, ¿cómo planea…?

—El rey de las hadas, el líder más importante. Es momento de reunirme con él para iniciar la alianza—respondió decidido.

—¿Será suficiente, Majestad?—la pregunta de Lissa parecía responderse a sí misma a causa de la duda que acompañó a su tono.

—Tenemos otra fortaleza, algo que no tuvimos por mucho tiempo—respondió de inmediato—Información del enemigo, información de primera línea.

—Por favor, majestad, no nos hunda en el misterio—comentó el anciano Ayrton.

—Dos de los forasteros—una sonrisa apenas perceptible se asomó entre su abundante barba—Son soldados miembros del ejército de Rogue.

La luz del sol reposaba sobre el pálido y agotado rostro de Lía, cuya mirada perdida se dirigía a la parte de Magbis visible a través de la ventana. Se encontraba en una silla de madera cuyas grietas delataban el tiempo que había sido útil.

Su cabeza topaba contra el vidrio, mientras sus brazos abrazaban sus piernas subidas en la silla y pegadas a su pecho. A pesar de los ofrecimientos de Niza para cambiar sus ropas, la chica aún conservaba el desgastado vestido azul con el que partió de su hogar, en parte consumido por el fuego y en parte destruido por las largas caminatas a lo largo del bosque.

Desde su llegada a Alto Refugio, el hogar del rey Fares, su familia y sus consejeros, no había abandonado aquella habitación asignada al pelinegro herido en batalla, quien ahora descansaba sobre una pequeña cama frente a ella. Su torso descubierto dejaba ver las vendas que protegían su herida.

Teo había sido asistido por uno de los curadores de Magbis, sin embargo, éste concluyó que no podía mejorar lo ya hecho por Irene. La herida estaba curada en su totalidad, pero mientras más grave fuese ésta, más se vería afectado el cuerpo por el proceso de curación. Pero a pesar del estado de Teo, la mayor de sus preocupaciones no era esa por el momento.

Mientras contemplaba las murallas de Magbis, la imagen de Bruno llegaba una y otra vez a su mente. Sentía una punzada en el corazón cada vez que imaginaba los posibles destinos del pelirrojo en manos de Rogue y sólo guardaba un deseo dentro de sí: ir a su rescate.

La tranquilidad de la habitación se esfumó con el rechinido de la puerta. Lía volteó con debilidad para ver de quien se trataba, topándose con la mirada fría de Alek. No estaba sorprendida, sabía que, tarde o temprano y a pesar de la discusión que habían tenido, el chico aparecería para chequear el estado de su mejor amigo.

Alek caminó lentamente hacia la cama pegada en la esquina del sencillo cuarto y se puso de cuclillas junto a ella mientras observaba el rostro agotado de Teo. Dio un suspiro cargado de pesar y emociones, preguntándose cómo habían terminado en esa situación.

—Niza me contó todo—la voz de Lía era serena, trataba de sonar lo más comprensiva posible. Alek se giró hacia ella. Tanto su entrecejo fruncido como el tono de su voz eran señas de que el comentario no le había agradado.



#9922 en Fantasía
#12632 en Otros
#1594 en Aventura

En el texto hay: accion, fantasia medieval

Editado: 20.03.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.