Donna Potente [libro 1] Ya disponible.

1— Un cambio de planes.

Mi alarma sonaba en mi teléfono, mostrándome que ya eran las seis de la mañana. La molestia hizo que la desactivara. Me senté en mi cama y restregaba mis ojos. No quería levantarme, quería pasar todo el día entre las cobijas, durmiendo. Pero sabía que no sería posible.

- ¡Arriba! -Exclamaba mi madre entrando por la puerta. Solté un quejido y me cubrí la cabeza con la sábana-Levántate Donna que se hace tarde-Dijo, pero la ignoré.

- ¡No quiero, la cama está calentita! ¡El exterior es frío! - Dije sin necesidad de destaparme. Pero Karen, mi mamá, no se dio por vencida.

- ¡Más vale que te levantes o no te prepararé tus postres de limón! -Amenazó y me levanté de la cama tan rápido como alma que lleva el diablo. Corrí hasta el armario y tomé mi uniforme y abrigo. Luego me dirigí al baño con mis cosas en manos. Me vestí, peiné y arreglé rápidamente.

Al salir baje las escaleras donde mi madre me esperaba con el desayuno ya hecho. Me senté en una de las sillas del comedor y empecé a comer, disfrutando mi jugo de naranja y mi delicioso postre de limón, que solo ella sabía cómo me gustaba.

Revise mi teléfono. El grupo de la escuela estaba atestado, me daba pereza leer los ciento cuarenta y cinco mensajes. Así que los marqué como leídos y seguí.

Abrí el chat que tenía con Peter. Su foto era una de él sacando una mueca que no le favorecía, mostrando una cara de loco. Es un estúpido. Aunque mi foto no era mejor, ya que le hacía honor a mi nombre. Salía la imagen de una dona glaseada con chispitas. No me gusta sacarme fotos.

Donna: ¿Estás despierto?

Oye

Oye

Peter

Peter...

No me respondía. Así que pensé en algo que siempre me funcionaba.

Donna: Peter, sino me respondes le voy a decir a la señora Brown por qué su gato no volvió.

A los segundos responde.

Peter: Y yo le voy a decir a Karen que hiciste con su táper favorito

Touche.

Donna: ¡No serías capaz!

Peter: Pruébame.

Donna: Está bien, no tiene por qué salir alguien herido.

Peter: Okey, Glaseada. Como tú digas.

Donna: Estoy saliendo de mi casa, apúrate.

Peter era mi mejor amigo, vivíamos al lado del otro y siempre íbamos juntos a la escuela. Nos conocíamos gracias a que nuestras madres eran amigas desde que nacimos.

Solíamos pasar las tardes juntos para hacer las tareas y tomar el té. Era más grande que yo de estatura, con una complexión delgada, tenía ojos que variaban según las estaciones, un cabello rubio oscuro que nunca peinaba, lo que le daba un toque coqueto, si puedo opinar.

Salí de casa y me encontré con Peter en la puerta: - Ya era hora- Fue lo que dijo al verme.

- Yo también estoy feliz de verte- Respondí con obvio sarcasmo.

Hoy era viernes. Hacía mucho frío por qué en la madrugada había llovido y el clima gélido y húmedo había prevalecido. Amaba el frío, pero lo odiaba cuando debía ir a la escuela de mañana. Ya que o bien me mojaba los zapatos o traía poco abrigo. El clima estaba como loco. Era la primera semana de junio. Supuestamente en Camile le dicen el comienzo de la helada, afuera parecía desatarse el infierno. Pero bueno, es la que nos toca.

Cuando llegamos los demás estudiantes nos observaban con curiosidad, ni siquiera parecían disimular y eso nos incomodó a los dos.

Tanto Peter como yo éramos pobres y estábamos en una escuela de chicos caprichosos y muchachas primorosas. Somos señalados por todos como los muertos de hambre.

Ustedes dirán ¿Por qué lo hacen? La razón es que nosotros éramos realmente humildes.

Los estudiantes en la mayoría eran hijos de personas exitosas. Por lo que siempre los veías luciendo los mejores útiles, llevaban más de cien pesos en el bolsillo y tenían los últimos celulares y computadoras.

Nosotros por otra parte teníamos una mochila que teníamos desde la secundaria. Vestíamos los uniformes que donaban a estudiantes, éramos becados y en vez de usar computadora usábamos hojas para los apuntes. Llevábamos el almuerzo desde casa y comíamos juntos. Éramos algo así como marginados por nuestra pobreza.

Pero a pesar de todo yo era feliz con mi madre en nuestra casa.

Mamá era una mujer fuerte y decidida que siempre estaba preparada para todo. Tenía una piel bronceada que le daba un toque cálido, un cabello negro con ondas naturales y ojos marrones, era muy bella. Tenía dieciocho años cuando yo nací y no tenía a mi padre. Según sus palabras, en cuanto lo supo nunca lo volvió a ver.

Este fin de semana iba a ir a vender comida con ella, era nuestra rutina. Vendía y me dejaba acompañarla; En invierno café y golosinas caseras, en verano paletas congeladas que hacíamos en casa. Y cuando volvíamos y nos sobraba comida, nos pasábamos horas frente a la televisión prestada que teníamos, viendo películas viejas de los ochenta e incluso más viejas.

Pero no todo era felicidad en mi vida. Teníamos problemas económicos, mi madre vivía trabajando toda la semana. Tenía tres trabajos y lamentablemente eran muy pesados; además de vender comida, era moza y empleada doméstica, y de ahí nos alcanzaba para sobrevivir. Casi no la veía en el día, venía de la escuela y pasaba la tarde junto a Peter, después a la noche mi mamá venía por mí. Siempre la encontraba demacrada por el trabajo y sentía mucha tristeza porque no podía hacer nada para ayudarla.

Entramos a nuestra primera clase la cual era de inglés, no me gustaba en lo absoluto, prefería geografía mundial. La profesora Estefanía y yo éramos muy buenas amigas, nunca dudaba en responder a mis preguntas y conversábamos a menudo.

Me interesaba la materia, ya que aprendía todo sobre el mundo. Las clases de estado, los porcentajes de población, la globalización, la política, el desarrollo sustentable. Cada que salía de clase quedaba maravillada con lo que aprendía.

En el almuerzo Peter y yo nos sentamos en las bancas del patio y compartimos nuestro almuerzo. El traía pan con queso y yo traía galletas.



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En el texto hay: contenido sexual explcito, tragedias y misterios, dolor y soledad

Editado: 04.10.2019

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