EVERETT
Viernes, 9 de septiembre
Si algo odiaba Everett Guélin era que le dijeran qué hacer, pero a regañadientes debía cumplir con su deber, después de todo, una promesa es una promesa y él, ante todo, se consideraba un hombre de palabra.
Desde que era un niño pequeño, descubrió la realidad del mundo en el que vivía y pocos años después entendió lo que tenía que hacer para mantener el orden de las cosas, aún si eso significaba matar a esas criaturas tan desagradables; aunque eso sí, de la peor parte se encargaba Kirill Novak, su maestro en las Artes Ilusorias.
Su medio hermano era el único que comprendía su ardua labor, pero tampoco quería involucrarlo en ello, pues en su mente aún lo veía como a un indefenso niño necesitado y falto de afecto paternal. Y no se equivocaba. No, Everett Guélin jamás se equivoca.
Su medio hermano, su pequeño hermano era la víctima de la constante furia de su padre y, para su desgracia, poco era lo que podía hacer para frenarlo, pues, siempre sucedía cuando no estaba en casa.
Aún se sorprendía de la sonrisa de Matt y de su arte.
—¿Lo harás? —Una voz hizo eco en la habitación.
El rubio miró hacia el espejo de mano que reposaba sobre la mesita de noche. Caminó hacia ella y tomó el objeto plateado donde una joven de largos rizos castaños se reflejaba en el interior del cristal.
—Lo prometí, ¿no? —respondió él.
La chica del espejo sonrió con dulzura.
—No te demores. Everett, mi esencia pronto desaparecerá. ¡Por favor! —suplicó—. ¡Tienes que encontrarla!
—Solange Harker pagará sus crímenes. Kirill y yo seguimos en ello. Cassiopé, no debes temer.
Sus ojos chocolate se humedecieron al escuchar su nombre por primera vez en mucho tiempo.
—Es una promesa.
—Sí —afirmó él.
Everett dejó el espejo sobre la mesa de noche, colocando el cristal boca abajo. Contempló los grabados de espinas y símbolos extraños antes de tomar la máscara negra que descansaba a un lado.
Se paró frente a su clóset y sacó la capa negra que colgaba pulcra. Se la puso con maestría y salió de la habitación, tomando el sombrero de copa que mantenía colgado sobre un ganchillo detrás de su puerta.
Salió por la puerta trasera de su casa. Se colocó la máscara, cubriendo la mitad superior de su rostro, mostrando únicamente sus hermosos y profundos ojos azules y los labios finos de durazno. El sombrero lo llevaba bajo el brazo, pero tan pronto como llegó a la calle, lo acomodó en su cabeza y se puso los guantes blancos que guardaba dentro del bolsillo de su pantalón oscuro.
El traje negro era contrastado únicamente por el blanco de su camisa y el rojo del forro interior de la capa.
Caminó hacia el parque Square Jean XXIII y se asentó juntó a la fuente. Chasqueó los dedos, chispas azuladas se hicieron presentes frente a él hasta formar un pequeño escenario en donde algunos objetos se posaban para entretener a sus próximos espectadores.
Ladeó una sonrisa. Había llovido recientemente, por lo que no había muchas personas en la calle, así que, en cualquier momento una que otra pareja debería comenzar a llegar al parque.
Cada tarde iba al Square Jean XXIII para realizar trucos de magia y entretener a la gente a la vez que investigaba con ayuda de Kirill a esos monstruos que detestaba destruir, no por la sangre que se derramaba, sino por lo tedioso que le resultaba hacer lo mismo una y otra vez. Él quería un verdadero reto, pero la búsqueda de Solange Harker le comenzaba a cansar, pues, llevaba ya varios meses en esa misión sin conseguir resultado alguno.
Cassiopé, la hermosa mujer del espejo se estaba impacientando y eso era algo que él no podía evitar notar. La urgencia por ser liberada era comprensible, pero también presentía que algo no iba bien.
Negó.
Él sabía exactamente qué debía hacer, solo se necesitaba tener un poco de paciencia, ah, y soportar a su mentor que, a estas alturas ya lo sentía como una molesta joroba en la espalda. Kirill Novak se convertía poco a poco en un intruso, no solo en su labor “social”, sino también en su vida personal.
Everett se aclaró la garganta y habló en un tono alegre, atrayendo la atención de las familias que se acercaban a él por curiosidad.
—¡Nada es lo que parece ser! Sí, tú, pequeño curioso, acércate e intenta descifrar los misterios del universo… —Le decía a un niño pelirrojo, el pequeño atrajo la atención de su papá y se acercaron a donde el extraño se encontraba.
—¿Quién es, papá? —preguntó el niño llevándose una paleta de cereza a la boca.
—Un mago, ¿quieres verlo?
—¡Sí! —exclamó.
La gente curiosa se convirtió muy pronto en espectadora de grandes trucos ilusorios, que, a simple vista, eran la obra de un charlatán.
De un momento a otro, el enmascarado se quitó el sombrero y sacó de él un conejo blanco. Los niños aplaudían con ganas, como si nunca hubieran visto un truco de magia. Realizó un par de trucos más con cartas e hizo pasar a una muchacha para que fuese su ayudante, el truco consistió en ponerle una pelota de ping pong en la mano, cubriéndola enseguida con un pañuelo negro, poco después, al quitarlo, una majestuosa paloma blanca aparecía en lugar de la pelota, emprendiendo el vuelo.
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Editado: 03.08.2022